Dos poemas
Dolor de género en el espejo
¿De dónde vendrá este palpitar,
tanta tierra oprimiendo mi pecho,
la sangre helada que fluye
animando este universo de brea y llanto?
Sé que hay una bala en mi cabeza,
tan negra como la furia del lobo,
del león, del caimán o del zorro
que a veces llamamos padre, maestro,
compañero, hermano o amigo.
Pero, ¿quién ha disparado?
¿Dónde está el ejecutor de sí mismo?
He hurgado en las entrañas del espejo,
de esta mala semilla ahogada entre las rocas
y nada más existe, nada más que una bomba de tiempo
y la sonrisa sardónica de un ídolo resquebrajado
derramando el peso de Dios sobre el mundo,
conjurando impresiones, abrazando su obra,
gestando un nuevo diluvio, esta vez sobre su cabeza.
Ella arrastra la semilla
segadora triste revienta su centro
—tan solo un gramo en la balanza de Dios—
y ahoga su flama en la angustia reptante
de un Leviatán de piel azorada
sin mar ni reposo.
Si lo quiere
detiene en las bocas del mendigo la vida,
ninguna lengua se mueve.
Van y vienen los niños que somos
de la cuna a su regazo.
Y su cuerpo, flor y fruto del fuego,
queda suspendido en la fuga de la carne,
mirándote cariñosa, queriendo sajar el alma,
imaginando su beso, una guadaña en tu cuello.