No soporto el doble sentido, por eso siempre lo digo: en albures no compito porque me comen, saben más que yo. No me gusta andar de contestón pero tampoco me quedo callado: si van a comenzar con sus insinuaciones (hay muchas formas de aludir al pene) les doy una lección de lenguaje pues también hay setecientas formas de voltear la tortilla. Ya que si quieren sugerirme la parte de atrás (el culo siempre está de por medio), presten atención, que no en vano aprendí con el chico temido del pueblo. Hace años, cuando asistía al catecismo con el Cura Melo, conocí a Benito Carlos, el “poeta” de San Jasmeo, un chico medallero que se las sabía de todas todas y gracias al cual aprendí un poquito de albures. —Oye chico —le dije un día— échame una mano con mi trabajo por favor. —Te voy a echar pero a perder— contestó, y con ese vaticinio inició nuestra amistad. Las primeras lecciones empezaron a la hora del almuerzo y en poco tiempo se volvieron poesía. Ah, pobre del Cura Melo, se quedaba perplejo sin entender una palabra. — ¿Te molesto con el chile Benito Carlos? Es que me agarras lejos. — ¿Pus' entonces pa’ que se sentó hasta allá? Pero ahí le va, agárrelo. —Este chile está muy bravo, pruébalo. —Me sabe a mastique. —Échale al taco, y también verdura ¿o qué...? —Espere que me torcí un dedo. — ¿Pos’ ónde andas? —Picando hielo pa’ la cerveza y por cierto, ¿echo el pulque en jarra o en vaso? —Échamelo, pero que sea curadito de cacahuate. — ¿Le gustan los cacahuates? —Los acostumbro por la mañana. — ¿Y de postre no quiere unos platanitos con crema? —Me llama la atención que me digas eso, si bien sabes que estoy a dieta. Olvida el pulque, mejor dame un cafecito. — ¡Ah, flojo que es usted! —No, al contrario, es para estar activo: el cafecito te lo voy a sacar yo, pero después no me eches la culpa si no duermes. —¡Uy! Hablando de dormir, ¿cómo le caería una dormidita? La risa de ambos interrumpía nuestra arenga y el Cura Melo se quedaba mudo. Quizá sospechaba de qué hablábamos pero nunca se atrevió a preguntar porque, para él, Benito siempre fue un santo: trabajador, hacendoso, pulcro y, creía el cura, muy respetuoso porque nunca se le oía decir “palabrotas”. El “Beato Carlos” le decía yo en broma y el padrecito asentía con una sonrisa de satisfacción. El año pasado regresé al pueblo. Qué gran placer encontrar al poeta Benito con la misma gracia de siempre: —Benito, ¿cómo estás? Te veo algo extraño ¿te duele la cabeza? —A veces… Pero nada del otro mundo. ¿Y cómo va tu recaudería en la ciudad? —No me rinde ese negocio, hasta el rábano está bien caro. —Ya de todo repelas… Pero no te desesperes: tú tranquilo, a ti te gusta meter tela y sacar listón, y así no es. —Por eso vine al pueblo, aquí me sale todo más barato, los chiles me los llevo en cajones, también los plátanos. —No juegues, hasta me remuerde la conciencia: ha de ser una friega venir hasta acá. —Uno se acostumbra… —Y por cierto, hace tiempo que no veo a tus hermanas, ¿por qué ya no vienen al pueblo? —Es que pasan sus vacaciones en Tejeringo el Chico. —Mmmm, por eso ha de ser. Es imposible ganarle a Benito. Cualquier conversación, por breve que sea, se convierte en albur de antología. Allá en el pueblo es un arte, no como en la ciudad, donde todo se reduce a una serie de formulitas para chamacos sin ingenio: —Vete a la verga. —Mejor siéntate un rato. —En tu lomo. —Pico y como. —Del manojo. —El que tiene cara de ojo. —Mejor sóplale. —Te voy a soplar en las orejas. —Mocho y dejo parejas. No responder la secuencia correspondiente es, entre los niños que juegan a “alburearse”, perder una batalla que más parece un burdo ejercicio memorístico. Pero en el pueblo es diferente. Y si está cerca Benito Carlos es mejor no intentar el doble sentido. Por más que quieras disfrazar una alusión al culo y le compongas un buen pretexto, seguro te devora con una respuesta más pícara que ni te das por enterado. Cuidadito con insinuar al pene porque te saca un susto y luego hasta te enojas, y menos mencionar la palabra “chile” pues te metes en problemas. Por eso es el chico temido del pueblo. Hay que estar atento a todo lo que te dice o si no… Eso de andarse cuidando de las palabras es un asunto medio paranoico: por eso no me gusta el albur, les repito, porque me comen en eso y he perdido la práctica desde que dejé el pueblo. Mejor todo literal: al pan, pan y al vino, vino.
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Hiram Barrios (Ciudad de México, 1983). Cursó la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM e hizo estudios de posgrado en la UAM. Ha traducido del italiano poemas de Edoardo Sanguineti, Roberto Roversi, Bartolo Cattafi y preparó la antología Voces paranoicas de Eros Alesi (Cuadrivio, 2013). Textos suyos han aparecido en revistas y medios impresos de circulación nacional y en las revistas La larva (Colombia), Letralia (Venezuela) y El coloquio de los perros (España). Fue incluido en la antología de poesía 40 Barcos de guerra (Edición independiente, 2009). Es autor del libro de ensayos El monstruo y otras mariposas (Naveluz, 2013).
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