Me encontraba en un taptap1 inmovilizado en un embotellamiento del boulevard La Saline. No sabía por qué el chofer había decidido evitar el boulevard Jean-Jacques Dessalines para llegar a la calle Delmas. Ahora íbamos a perder al menos una hora antes de que la flota de autos, de camiones, de taptaps se librara del mercado que invadía completamente la calle y al que el ayuntamiento había renunciado a desplazar. Un camión que remolcaba un largo contenedor había sufrido una avería justo en medio de la carretera y no había ninguna presencia policiaca en aquellos parajes. Éramos presa fácil para los ladrones que acechaban la zona. Estos últimos a veces estaban remunerados e incluso empleados por los burgueses haciendo trabajos en esta zona clasificada como roja por la MINUSTAH.2 Contenía mi impaciencia en el taptap, incomodado por el calor, cuando una conversación me interesó en sumo grado, ya que concernía a un personaje que había desaparecido de la escena pública hacía algunos años. — ¡Estevel! ¿Cómo estás, viejo amigo? Dame noticias de Sonson Pipirit. — ¡Ah! ¡Sonson! Aunque intente hacerse el muerto, sigue lloviéndole sobre mojado, Boss Carré. — No me sorprende. Hay nacimientos que predisponen a todas las aventuras. ¿Y ahora qué le sucedió? — No me creerás, Boss Carré, pero Sonson estuvo a punto de terminar su vida en prisión. Motivo: agresión física contra un capitán brasileño. Ese capitán permaneció una semana en coma. Sonson no tuvo la mano ligera. — No obstante, Sonson es un pacifista. La política, después de algún tiempo, no le interesa más. ¡Pobre muchacho! Ha visto tanto. Estevel Gwo Bibit, porque lo reconocí en ese momento, dejó escapar un suspiro que partía el corazón. El otro hombre con el que hablaba era Boss Carré, un peluquero bastante conocido en Carrefour-Feuilles. Los dos hombres habían envejecido. Sumergido en mis reflexiones, no me había percatado de su presencia. — Es toda una historia, Boss Carré. La prensa no ha hablado de ella. A causa de los escándalos repetidos, Naciones Unidas ha hecho lo posible para encubrir el caso. Después del cólera y de todo lo que sabes, un asunto implicando a alguien tan conocido como Sonson Pipirit llegaría lejos. — Cuenta. — Tentativa de violación, Boss Carré. Faltó poco para que ese capitán brasileño “cambiara de bando” a Sonson Pipirit. — ¡Estás seguro de lo que cuentas, Estevel! Nadie osaría. Pipirit tiene horror a los gays. En nuestros días ser homófobo no es políticamente correcto. Los gays tienen el poder por todos lados. ¡Es suicida ser homófobo! Pero no podemos pedir que nuestro amigo cambie. Es un caso perdido. — Déjame contarte el asunto a detalle. El capitán brasileño, llamémosle Emerson, está de patrullaje. ¿Qué puede hacer un militar de Naciones Unidas en esta región? Helo pues sobre un carro de combate, binoculares en las manos, apreciando la belleza del paisaje. No es sin razón que la población los llama a veces turistas. Es entonces, sostente bien, que ve a Sonson Pipirit en una postura muy particular. — Déjame adivinar. Desvistiendo a una bella señorita. — ¡No! Emerson descubre a Pipirit aliviando la vejiga en un campo de caña de azúcar a tan sólo cien metros del vehículo. Los ojos del brasileño se plantan en donde te imaginas. Esa cosa que hizo pasar a Gede Loray3 un mal rato. Es amor a primera vista. Suspira diciendo “Sofrimento divino Filho de Deus”. — ¿Eso qué quiere decir? Estevel. — En portugués, divino sufrimiento de los hijos de Dios, respondió orgulloso Estevel. — Tienes educación, tú, dijo Boss Carré, con admiración. — Emerson se apresura a descender del vehículo. Quiere hablar con Sonson a cualquier costo. Los preliminares, pues. Se dice que esa cosa que ha visto será para él. — No sabe con quién se las está viendo. — Sonson, que no comprende del todo lo que sucede, acepta la invitación del brasileño de ir a tomar una cerveza. Emerson es un hombre súper simpático. Es muy fácil para él pasar por un extranjero que quiere entablar una amistad con un hombre joven que, además, es un líder en la comunidad. Pero Pipirit no es tan ingenuo. Se da cuenta de que el brasileño tiene otra cosa en mente. Sin embargo, Pipirit ha madurado. En el pasado, el brasileño habría tardado menos en detonar la cólera de nuestro hombre. Firmemente, Pipirit le hace comprender al capitán que se equivoca de persona. Pero el brasileño no se da por vencido. — ¡Está loco! Exclamó Boss Carré. Se ve que no sabe quién es Sonson. — Los brasileños también tienen su vudú, dijo Estevel Gwo Bibit. Emerson, desesperado, envía mientras tanto apasionadas cartas de amor a Pipirit, en las que llama a nuestro héroe Sofrimento divino Filho de Deus. Entonces recurre a la magia. Obtiene la dirección de un boko4 de la región que es conocido por sus hechizos de amor. ¡Un consejo, Boss Carré! No dejes que una mujer que no quieres tome tus uñas cortadas, tu cabello o tu ropa interior para llevarlos a Pagennon. Así se llama ese boko. Si recurren a él por ti, no le dirás que no a esa persona. Estás frito, mi buen hombre. — ¿El boko acepta trabajar para el brasileño? — ¡Boss Carré! Sabes bien que ciertas personas no claudican frente una bolsa bien repleta. Emerson no escatimaba en medios. Pagennon conocía bien a Pipirit. Advirtió al brasileño. Un hombre como Pipirit, que ha tratado frecuentemente con los espíritus, puede contar con recursos insospechados. Emerson insiste. Quiere tentar su suerte cueste lo que cueste. Una cosa como aquella de Pipirit no se encuentra todos los días. Pagennon se lava las manos del asunto. Le pide a Emerson que le lleve alguna cosa muy personal que pertenezca a Pipirit. Estevel Gwo Bibit suspiró. — Boss Carré, este país no irá lejos. Hay demasiados negros listos para traicionarte por una ración de comida. Es Jean-Jean, un amigo de Pipirit, su compañero de cartas que por 1000 dólares y una promesa de visa entrega al brasileño una prenda interior. Debo decir que, en consecuencia, Jean-Jean debió huir a República Dominicana. No sabemos lo que Sonson le habría hecho si le hubiera puesto las manos encima. — No me digas que Pagennon tuvo éxito. — Por poco, Boss Carré, dijo Estevel Gwo Bibit. Por poco. Bruscamente, Pipirit no manifiesta más hostilidad contra el capitán brasileño. Los vemos salir juntos, beber una cerveza en un restaurante. A Emerson le apremia pasar a los actos. Lleva a Sonson a su casa. Todo el mundo en el taptap estaba suspendido de los labios de Estevel Gwo Bibit, reconocido como gran odyansè5 del Eterno. — Lo que salva a nuestro héroe, continúa Estevel, es que Emerson es un esteta. Quiere algo grandioso, bello, poético. Si fuera un salvaje como los uruguayos de Port-Salut, Sonson estaría frito. Una mujer hizo el símbolo de la cruz en el taptap — ¡Sonson m lan wi, mezanmi! — Emerson desviste a Sonson, le hace tomar un baño perfumado. Se toma su tiempo para admirar a ese semental que lo hará berrear de placer. “Sofrimento divino Filho de Deus”, repite constantemente. Le recita poemas en su lengua natal. Delicadamente, le mete uvas en la boca. Finalmente Emerson, para que aquella cosa que lo ha seducido tanto opere al cien por ciento, decide finalizar todo la ceremonia. No puede más. — ¡Men mon chè! ¡Bagay kifè Gede Loray mande gras lan wi!, exclamó Boss Carré. El suspenso estaba en su punto álgido en el taptap. — El momento en el que el brasileño se va a hacer consumir, crucificar, martirizar, atormentar, ajusticiar, no sabemos lo que pasa. Puede que sea el espíritu de Madan Sorel o bien el de Gede Loray, o los dos de concierto, que bailotean ruidosamente. Sonson Pipirit despierta. Se da cuenta de lo que él, Sonson Pipirit, ¡Sonson Pipirit wi!, se dispone a hacer. Amigos míos, no hay necesidad de hacerles un bosquejo. Son los vecinos los que llevan al hospital al brasileño, en coma, costillas rotas, brazos fracturados, una rodilla hecha trizas, tanto lo golpeó Sonson Pipirit. La policía, que interviene rápidamente, arresta a nuestro amigo. Naciones Unidas quiere que se mantenga a Pipirit en prisión y que el asunto sea tratado con celeridad. Pipirit es acusado de agresión con la intención agravante de asesinar. La versión de violación es descartada por Naciones Unidas. Su abogado sostiene que era Pipirit quien se disponía a violar al brasileño. Aquel que recibe el miembro o que se disponía a recibirlo no puede ser el violador, argumenta el deshonesto abogado. El defensor de Pipirit quiere hacer comparecer al boko como testigo, para destruir la versión de su colega. Pero Pagennon, sin duda pagado por los funcionarios de la ONU, ha desaparecido de circulación. El boko no quería correr el riesgo de encontrarse en el camino de un hombre como Sonson. Tuvo razón, creo. — Con Naciones Unidas, la versión del embrujo a Sonson Pipirit sería ciertamente descartada en un proceso, reconoció Boss Carré. Con un gobierno a las órdenes del extranjero, que ni siquiera osa pedir indemnización por las víctimas del cólera,6 me pregunto cómo se escapó Pipirit. — El amor, señores, dijo Estevel Gwo Bibit… El amor. Todos los pasajeros del taptap miraban al odyansè con aires interrogativos. — Emerson sale de coma. Quiere irse a la audiencia. Los funcionarios de Naciones Unidas, a pesar de su estado, se apresuran a llevarlo. Con la declaración del capitán, Sonson será condenado rápidamente y el archivo se cerrará antes de que la prensa se encargue del asunto. Nuestro amigo se enfrenta a muchos años de prisión. Sin embargo, cuando el brasileño llega a la sala de audiencia, le hace saber al juez, estupefacto, que su coma no era debido a los golpes de Sonson Pipirit. Claramente había recibido golpes. Pero cada golpe de Sonson Pipirit había sido para él una caricia con un voltaje, una intensidad a la que ningún circuito eléctrico habría resistido. Esos golpes, esas caricias incandescentes, nucleares, debe precisar, habían provocado una explosión, un despegue prodigioso. El apogeo del placer, dijo el brasileño. Había ido, declaró, más allá de nuestro sistema solar. Había descubierto galaxias, cometas, desviado asteroides. Su placer había acelerado las pulsaciones del sol, precipitado planetas enteros dentro de hoyos negros. Su coma se había debido a un orgasmo que ningún hombre había conocido. Emerson se había sumergido dentro del esplendor de la corriente del Golfo. Había nadado en los arcoíris más fabulosos. El brasileño no sabía qué más decir. Sonson, sin poder contenerse, quiso abalanzarse sobre el capitán para cerrarle el pico, para hacerlo callar. Si no hubiera sido por la intervención enérgica de los policías, nuestro brasileño no habría conocido otro coma, sino la muerte. El brasileño estaba loco de amor. Pipirit estaba loco de furia. Se comprendía. Había sido embrujado para que el brasileño se sirviera de su sexo de una manera que no hubiera imaginado ni en sus peores pesadillas. Pipirit hubiera estrangulado al brasileño. Es seguro. — ¿Cómo terminó todo? — El brasileño mismo exigió que de inmediato soltaran a Sonson Pipirit. Gritaba como un demente “¡Meu amor! ¡Sofrimento divino Filho de Deus!” El juez no podía hacer otra cosa más que retirar los cargos contra Sonson. En cuanto a nuestro brasileño, es embarcado a la fuerza rumbo a Brasil. — Madichon, madichon, madichon, repetió la mujer que se había persignado varias veces escuchando la historia de Estevel Gwo Bibit. — Sonson se escapó de lo lindo… No habría sobrevivido a semejante desventura. — Se hubiera colgado frente al mar, como Persée Persifal, dije en voz alta. Fue hasta ese momento que Estevel Gwo Bibit y Boss Carré advirtieron mi presencia en el taptap, yo que había inmortalizado a Sonson Pipirit a través de mis escritos.
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