I) Cierro los ojos. Las palabras se tienden desde los párpados y —en la delicia del viento— el intento lacerante de la memoria recrea una máscara, el diluvio del tiempo que se vence. Los paisajes bajo los párpados me recuerdan todas las raíces, y las ramas del árbol se detienen en el camino que siempre se parte, se bifurca. La vida se contiene como una roca, una cuerda que se tensa hasta la cima. Abajo el abismo y arriba el tiempo. Aquí comienza el sueño idéntico a las médulas de las palabras, los sueños que no tienen forma, la heredad de las miserias y las olas que emergen desde lo profundo. Nadie tiene sed mientras muere la sed misma, sin saber que los pájaros cantan la suficiencia inerte de los sonidos, el movimiento transparente de las cosas perdidas. Cierro los ojos y todo desvanece: el esplendor que emerge del canto y las hojas que son el lomo del viento; el aire que se desgrana desde el encuentro; las islas huérfanas del polvo y las sombras que se hinchan en el fruto. Entre los párpados hay el rumor, la caída que se precipita desde la anatomía inflexible de la identidad, el yo que no se extingue; un miedo impenetrable que niega la certidumbre: ahí las entrañas bautizan la emoción del vértigo, se desangra el insomnio que es la nada desde un amor imperfecto. La humedad lava la conciencia sin tocar las extremidades, las manos son el mar en su caída infinita; los muros se desgastan en cada conversación monótona. Mientras caen los párpados que se miran adentro la tierra recuerda sus silencios encarnados. Se deshojan las vestiduras de las aguas que se agrietan y descienden los ojos. Desciendo yo en ese adiós que me despierta. La noche se desprende; la sangre se levanta y las cenizas dibujan su breve espera; las playas vuelven al salitre de las casas viejas. Yo espero. Todo es un espejismo en el interior de los párpados. Soy. No hay rostros que observar, nada detiene los gestos de los músculos. Las sonrisas se levantan como el cuerpo de un rayo; el silencio es un fantasma que codicia el bosque suspendido del fuego y su figura intangible, el ritual de sus horas; la prisa del cuerpo que muere desde sus recuerdos. II) Hay muchos objetos. La habitación no está vacía pero cada materia es una carta que se desvanece, el recuerdo que no olvido; elemento vacío de todos los tiempos en el borde inmenso del mundo, entre el silencio que es invisible. En la habitación no hay luz. Esta soledad habitada es un concierto de espacios en los que me presiento lentamente; el yo impalpable que traga mis líquidos, la saliva que nombra las palabras y los nombres frágiles que llenan las breves líneas, las paredes de la habitación que es mi cuerpo, mi rostro perdido en la sensación del líquido que me asfixia en el recuerdo. ¿Qué es este lenguaje del recuerdo que me invita a comprender la sutil embriaguez de la palabra que es sal, que es agua breve en sus aleteos de lenguaje escrito? Me abruma la habitación que es una carta que no se borra, la habitación que me invita a permanecer despierta en el dibujo, en las cicatrices de la noche: sus músicas son una pregunta que no son la respuesta. Y el tiempo. En esa habitación no hago más que construir la ruptura y la continuidad del presente. Me alimento de la presencia inacabada de los recuerdos Y el atropello del que soy la sonámbula. Entonces amo el silencio del mundo. Los hechos antiguos regresan como una línea, como una luz que me ignora y me transforma en un camino inmóvil. Siento la vida adherirse a la sustancia de esa ilusión, al tallo de la vida que se disipa, los días indiferentes en los que intento, desde un salto, presenciar la juventud y la mortandad de los breves instantes en los que voy hacia el comienzo. Y no dejo de ilusionarme. Me alegro de esa renuncia en la que soy yo sin más. Por último dejo de ser en la habitación y el cuerpo. Hace frío mientras el tiempo transcurre. Las paredes son el testigo errante de los pedazos que me contienen. Vuelvo a la habitación como volver a mi casa.
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Ana María Vargas Vázquez (Guadalajara, Jalisco., 1982). Estudió Letras Hispánicas y Música en la Universidad de Guadalajara. Recibió una mención honorífica en el Concurso de Literatura ITESO 2001, en la categoría de Poesía. Ha publicado su obra en el Suplemento Cultural del periódico tapatío El Informador, y en revistas literarias locales y nacionales tales como La raíz de la voz, Finisterre, Espejo Humeante y Ventana Interior, entre otras. También ha colaborado en la radio cultural del Estado de Jalisco —hoy C7— con entrevistas a personajes del medio cultural y artístico local, nacional e internacional. Actualmente estudia Filosofía en la Universidad Autónoma de Chihuahua.
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