El sueño un cardumen de peces
Naves surcan huracanes, los cazan: dulces nebulosas convertidas en salitre; canto y murmullo de la gloria entre la sangre y la penumbra. Aquines encalla su locura, cuando el insomnio dibuja un espejismo sobre la costa; estrella desnuda. La mañana revela la sangre del sol esparcida sobre el azul de mandingas que avistaron bestias en el borde del cielo.
El aire, agujas sobre la proa
El pez que no es hombre divaga ante la zozobra de esta embarcación que no agota su marcha. El recuerdo se hizo ceniza en el paladar de Aquines, azotado por la misma sombra del mástil, la muerte deja sobre sus velas una oración. ¡No pretendo decir nada! –Piensa– Sólo soy el que ata las cuerdas al oleaje de un océano que no olvida la cordura sobre el tentáculo de la rémora.
He dicho todo en este viaje
Sobre rémoras he arrojado la cordura. Todo grita: las olas, el extravío, el océano ungen las mortajas de varias sirenas, eclipsadas donde alguien se atrevió a beberse la muerte. He dicho todo del exilio. El grano de arena que llevo a cuestas da para un desierto que se despoja de claridades. El tiempo se pierde y la gaviota improvisa la ruta del silencio.
Recuerdos antes de la travesía
*
Arriban socavones, delirio de gotas en la proa.
Sueño teñido con salitre.
Aguja que zurce el cuello del cielo
al aliento del cosmos.
Huracán en Martinica.
Eclipse de huesos la gaviota.
*
Rezo pirata, hoz del insomnio.
Barco; caracol trashumante,
borde de navaja sobre el roce del oscuro exilio.
Brazada de marinero:
pedazo de fragata
devela en el catalejo, la mañana.
Vaivén de sangre seca.
Resaca del cachalote.
*
Los marineros suspiran en el lomo de una estrella.
El hombre que no es pez atranca sus lágrimas
en el solsticio.
Mañana no habrá arena en los pies de un cadáver.
La tarde se hizo para callar el llanto.
Salpicar la luna
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