Tú que llevas en la sangre
el caudaloso deslizar de las arenas
y en el cuerpo el brioso porte de las rocas,
te entrego estas mansas palabras
para que las acomodes una a una
—como ordenadas tejas—
sobre el techo de tu memoria.
Ventolera
De donde yo vengo
la palabra mar es lo único que conocemos
es la que mece nuestras sonrisas en los meses de mayo.
En este pueblo el mar queda lejos
así de lejos como las luces de la ciudad.
Mi padre era albañil, sabía construir grandes edificios
inventar tipos de peldaños; sin embargo,
jamás creó uno que llevara al mar.
Alguna vez prometió que me llevaría a conocerlo
y señalando con un dedo me decía dónde dormitaba,
pero nunca llegó ese momento;
él se ahogó pronto en alcohol
y lo enterramos en el panteón con dirección
a donde estaba el mar que él señalaba.
Conozco el mar por los libros y las películas,
en ellos he visto que enfurece la cresta de sus olas
y amanece el barco en esqueletos,
pero nunca he olido ni saboreado al mar.
Un ojo de agua escondido entre las arboledas
es la infancia del mar
y una parvada de pájaros desmorona
la tranquilidad del bosque.
Los niños bajamos al arroyo que ha crecido
y que lleva alma de mar,
rostro de mar y carácter de mar.
Dice mi abuela que el mar es el árbol genealógico
de todas las aguas y que los arrecifes son sus bosques.
Por la tarde, mientras las nubes se descuelgan del cielo,
recuerdo un sueño:
El mar es un bordado de gotas,
peldaño tras peldaño que baja a la muerte
y una puerta que esconde cuerpos. .
En las noches galopan sus ritmos
como pulsos orquestados
y golpean la vida con grandes oleajes.
El mar es una hemorragia contenida.
Mi madre no define el mar como los maestros, pero supone;
podría ser como los golpes de mi padre:
fuerte, agresivo, imparable, indomable que deja los huesos rotos,
la boca chueca; cerrazón de palabras,
y algunos moretones en el cuerpo.
Mi padre se fue y no conocí el mar,
mi madre no estudió y su mar es mi padre.
No conozco el mar,
sólo sé que dicen que, si se hunde en él,
se deja de respirar y no se vuelve jamás
a mirar lo amarillo del sol.
Algún día conoceré el mar,
sé que está detrás de esas montañas,
verdes malecones del pueblo,
y veré que el mar no es una fiera como mi padre,
es un himno sostenido en la tierra.
Pintar no es extender la pintura
Para pintar una casa
primero hay que desempolvarla
de los recuerdos
para no generar humedad
con llantos posteriores.
Hay que oxigenar las paredes
desclavando los cuadros,
los empotrados y las ménsulas
que alguna vez sostuvieron
el orden en la altura.
Del techo hay que develar
cada una de sus esquinas
del laberinto invisible de las arañas;
y una vez depuradas
esas tapias de concreto,
se elige la tinta adecuada,
aquella que pigmente cada poro de cemento,
cal y grava, aquella que resane
la corteza arrugada del tiempo;
porque pintar no es extender la pintura,
es pausar a una casa de la vejez.
Micaela
Jugábamos a construir casas con restos de madera
apenas sostenidos con la fortaleza de nuestras sonrisas
mientras llevábamos a pastar el ganado junto al arroyo
y un potente aire desintegraba nuestra creación
construida apenas unos minutos.
Éramos entonces pequeños arquitectos
que diseñábamos la vida entre el goce y el recreo,
sin advertir cómo el otoño nos deshojaba del tiempo;
aprendimos a comportarnos como los adultos
cuando un cinturón quebró la última ala de nuestra infancia
y nos cambiaron los pedazos de madera por tabiques.
Tú eras a tus seis años el cosquilleo de una madre,
una madre que te sembró y te dejó creciendo lejos de su tierra.
Qué tristeza habitaron tus gestos desde entonces, Micaela,
cuántos juegos no enterraste entre el polvo del cemento
y cuánto llanto jamás disperso en tu rostro
para no rozar el desequilibrado enojo de tu padre.
Ahora mírate, tu cuerpo, una casa tenaz
como aquella que añorábamos construir
cuando niños, allá en una época donde el viento
era apenas el origen de nuestra tristeza.
Iglesias
En cada pueblo siempre se verá
clavada la fe en una iglesia.
Hay iglesias que fueron trazadas
con la brisa de la primavera
y en cada una de sus cúpulas
brotaron palomas.
Algunas nacieron por la angustia de los pecadores
y llevan casi siempre en la fachada
plegarias de ángeles sin respuesta.
Pero hay iglesias construidas
por aquellos hombres que llevan el hambre
pegada a las costillas
y en las manos el peso de las rocas;
por lo regular, esas iglesias se alzan portentosas
frente a la cuchilla de los relámpagos.
Primera construcción
A lo lejos, una casa y su sombra
es una casa vieja,
nació entre milpas y arroyos
bajo techos de estrellas
con las risas de una familia.
El tiempo todo madura
y maduraron esas familias
en otras casas, en otros entornos.
Cuando un temblor pasa,
la casa recuerda su corazón
y palpita por breves minutos
mientras se desmorona
la fortaleza de sus ladrillos
y otra grieta surge en sus paredes
separándola así de la vida.
Cincel y martillo
Abandoné la infancia
bajo el árbol de aguacate
el día en que mi padre
balanceó sobre mis manos
el peso del martillo y cincel
para acompañarlo en su oficio.
Ahora que vuelvo a casa,
observo detenidamente
el patio
—horizonte de yerbas—
aún conserva en su memoria mis pasos,
y el árbol de aguacate sigue firme
con algunos años secos en sus ramas;
bajo su tronco, busco mi infancia
y encuentro algo de nostalgia
que se escurre con el viento.
Acabado
Yo también sé de las revolturas
que agrietan los pies y las manos
sé del peso de los tabiques
clavado sobre la espalda
sé de la musicalidad de las varillas
en el arrastre kilométrico
sé de la necedad del marro
por los dedos habituados
sé de los colmillos del serrucho
que se quiebran en la madera
sé de las escaleras traviesas
que derrumban para volver a subir
yo también sé de este oficio
que levanta bellas construcciones
y deja al cuerpo en ruinas.
Tierna hoguera
Mi madre, tierna hoguera,
espera a mi padre
hasta medianoche,
mientras los perros construyen
una muralla de ladridos
contra el mal augurio.
Mi padre no llega,
aún piensa en ese puente
que lo regresará pleno
a la hoguera de mi madre,
quien termina por consumirse
nuevamente esta noche.
Banqueta
De pronto un sólido golpe
fractura la tranquilidad de una banqueta
y cascajos de concreto envuelven el paso.
Entre taladros, barretas y picos,
la banqueta va dejando de ser banqueta,
va olvidando su forma, su textura,
se va descalzando de su áspera rutina,
como las hojas de sus árboles,
se va desordenando de las otras banquetas
esculpidas apenas unos meses,
va perdiendo peso e inquilinos minúsculos
que escarbaron bajo su cuerpo pesado
y se hospedaron durante varias lluvias.
No queda más que la suavidad de la tierra
y la victoria de los trabajadores,
el descanso del taladro, las barretas y picos
sobre las cicatrices de un viejo estribo.
La comida
Los albañiles a la hora de la comida
enfrían el hierro candente de sus músculos,
bostezan los bostezos que se guardan
sobre la altura de una tarima,
se reparten generosos, la comida y las palabras
que se van consumiendo
bajo un matorral de sombra,
se tienden un momento a observar el cielo
—ese terreno inexplorable por sus manos—,
mientras suspenden el esfuerzo de sus cuerpos
y sin advertirlo, un severo rumor de aire dicta:
es hora de continuar trabajando.
Trabe mítica
Señor,
no poseo los bíceps de acero,
mi estómago no está dividido
en fragmentos rocosos,
nunca he librado batallas
con seres míticos,
si acaso, he soñado con grandes gladiadores
y frente a ellos siempre resulto victorioso,
pero Señor,
concédeme la fuerza de Perseo
para desgajar de un tajo esta trabe
petrificada por la mirada de la Gorgona
Juventino Gutiérrez Gómez (Tlahuitoltepec Mixe, Oaxaca, 1985) Egresado de la licenciatura en Creación Literaria de la UACM, actualmente cursa la especialización en Literatura Mexicana del Siglo XX en la UAM-Azcapotzalco. Ha publicado en varios medios electrónicos. Está antologado en los libros Los coleópteros enfebrecidos (UACM, 2013) y Poetas de reserva (Ediciones Fósforo, 2013). En 2015, su poemario En Ayuujk surca la memoria fue seleccionado en la convocatoria “Parajes”, emitida por la Secretaría de las Culturas y Artes de Oaxaca, para ser publicado. Su obra Alfombra roja mereció el segundo lugar en el Concurso Nacional de Poesía “Francisco González León” 2016. Fue becario del FONCA (2015-2016) y del PECDA (2017).