POESÍA / octubre-noviembre 2018 / No. 76
Una tarde en el jardín
 

Para papá, que cuida del jardín.

It was in a garden that Francis Cornish first became truly aware of himself as a creature observing a world apart from himself.
ROBERTSON DAVIES


Who cares what his feelings are? Why can’t he pay attention to something else?
ALDOUS HUXLEY

 
 
Paisaje

Como detrás de una vidriera verde, el sol arde al otro lado de la fronda con una llama dulce de tequila. Su luz semeja un trigal rubio visto a la distancia. Al fondo yace la ciudad, lienzo vaporoso y pálido. Las ramas la entrecortan en poliedros azules; en algunos, al centro, despunta la esquina plateada de un edificio. Las nubes son sábanas suspendidas; el viento las arruga y las extiende con manos de mucama invisible. En la ventana de un rascacielos se refleja el volcán.


Música

I

El tocón que permanece mutilado en la jardinera, con los anillos expuestos, es un tocadiscos con un álbum del treinta y tres color caqui, como si una prolongada exposición al sol y a la lluvia lo hubiera empalidecido. Los árboles son esponjosas bocinas que reproducen aviares madrigales.


II

El jardín es una cápsula de jade esmerilado a donde la presencia circundante del mundo llega refractada —tras haber pasado por el filtro del cristal— en mendrugos sonoros desprovistos de una identidad corpórea. Sobre las hojas del hule, largas y cóncavas como toboganes, resbalan las risas de los niños.



Presagio

I

Las ramas de la enredadera se mueven de lado a lado. Pareciera que alguien acaba de entrar a la habitación de una prostituta, y que las tiras con cuentezuelas de plástico verde que cuelgan a guisa de puerta aún se balanceasen. La brisa transporta el perfume del alcatraz del mismo modo en que el ventilador dispersa por el pasillo la fragancia dulzona de la meretriz.


II

Las ráfagas empujan el chorro de la fuente fuera de las cuencas; una brisa cargada de gotas salpica el ventanal.


III

El viento bulea a las ramas, empujándolas con fuerza, pero las ramas, recientemente instruidas en judo a raíz de tantas humillaciones, toman al corpulento hostigador del bíceps y, aprovechando la inercia, lo jalan hacia el piso. Eolo se destantea por un segundo, sorprendido ante el atrevimiento inusitado, pero al fin reúne sus arrestos, agarra a la víctima del occipucio y, palanqueando, se yergue al tiempo que de un tirón la impulsa a las baldosas. La rama vuelve a sujetarlo y desvía la inercia, sólo para que el gorilón le conteste, así una y otra vez. El resultado es un balanceo giratorio que eclosiona en múltiples direcciones, siguiendo la vitalidad del reguilete.



Jardins sous la pluie

I

Un destello ilumina los oscuros vientres de las nubes. Al primer trueno, el vecino interrumpe el juego de sus hijas llamándolas desde el umbral. Tras nuevos relámpagos, un redoble celeste sacude los cimientos de la casa. Las gotas comienzan a tamborilear sobre los domos.


II

Los árboles se mueven como oscuras marionetas dislocadas. Cada gota que cae en los charcos produce un resplandor, como si el agua fuese un cristal explosivo cuya fricción pariese chispas. Las hebras de pasto dan abruptos respingos cuando las gotas los tañen.


III

Los charcos son corazones de gelatina plateada: laten al caer de los goterones que se desprenden de las hojas. En su interior se aprecia un fondo verdusco de lama.



Nocturno

I

Se escucha el agua corriendo en las alcantarillas. Hojas aflojadas por el diluvio, que soportaron estoicas el derrame, se desprenden al fin y, al aterrizar, chasquean. Los caracoles se asoman fuera de los arbustos, y los pies incautos hacen tronar las conchas con un crujido ríspido.


II

Todavía se escucha un crepitar: son las gotas que quedaron atrapadas en el follaje. Como en ese juego de mesa en que una pelota desciende por una aglomeración de mamparas antes de caer en una casilla, así también, siguiendo un curso azaroso, las gotas prisioneras escurren por un laberinto de rama-y-hoja hasta alcanzar la tierra mojada.


III

La tormenta se reanuda. El jardín, odalisca de ojos verdes, recibe los embates de un semental. Sus miembros firmes y lozanos son los árboles que tremolan de gozo; las hojas titilan bajo los arpegios con que los recios dígitos del hombre suben y bajan por la piel desnuda, hundiéndose en la carne y continuando en otra sección de la anatomía-teclado. Los truenos son los bramidos del varón. Después, silencio.




 


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Rodolfo Ruiz Vázquez (Ciudad de México, 1987). Estudió algunos semestres de Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Escribe relatos y novelas. En 2011 ganó el segundo lugar en la categoría de Crónica en el Concurso 42 de la revista Punto de partida.


 

Punto en Línea, año 17, núm. 113, octubre-noviembre 2024

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