En la guerra hubo cosas que se permitieron, porque estaba la vida en juego.
Me pasó tres veces y no estuve dispuesta a permitirlo más.
MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ
En 1999 María Eugenia llegó a El Placer, que, por paradójico que suene, no producía una sensación agradable en nadie que viviera en la zona. Inocente de lo que le esperaba, sólo quería sacar adelante a sus tres hijos y a su familia, sin saber que saldría con la guerra tatuada en el cuerpo.
Ese mismo año, El Placer —corregimiento del Valle del Guamuez en el Putumayo— era disputado entre el Frente 48 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Bloque Sur Putumayo de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Pero la tierra no fue lo único por lo que pelearon. El poder ante las mujeres representaba control sobre el territorio de guerra. No hubo otra opción que padecer.
En el Valle del Guamuez se perpetraron 7662 delitos de violencia sexual, 700 de ellos contra mujeres. La mayoría de casos (507) ocurrió entre 1999 y 20023. Hasta 2006, el lugar fue tomado por el Bloque Sur Putumayo: el grupo paramilitar de las AUC. Posteriormente, la zona fue ocupada por el Bloque Central Bolívar del mismo grupo.
Fotografía de María Eugenia González, por Valeria Martínez Lores
Yo entré a trabajar a La Brasa Roja de El Placer como mesera. Con el tiempo, con las habilidades que uno aprende, quedé a cargo de la cocina. Ellos, los paramilitares, entraban y me decían “a las ocho p. m. venimos al asadero por usted”. Yo les respondía que yo salía más tarde. A veces me quedaba hasta las 10 u 11 de la noche porque sabía que me estaban esperando.
Una noche, salía del restaurante por la ruta de El Hormiguero. Yo vivía cerca al puesto que ellos tenían. Iba para mi habitación cuando dos de ellos, uniformados, se me acercaron y me dijeron que necesitaban hablar conmigo, que no era nada malo y que no me pusiera nerviosa.
Pensé que me iban a llevar a su puesto, pero no, me indicaron que íbamos para otra casa. Llegué a esa casa y miré a un lado, había un corredor lleno de hombres, como unos 10. A mí me dio susto.
Apenas llegué, uno de ellos dijo: “sí, ella es la que necesitamos”, y otro contestó: “ah, es que no me acordaba de ella”. Inmediatamente me dijeron: “nosotros queremos estar contigo y no te va a pasar nada”. Yo les dije que yo no quería, eso estaba prohibido y yo lo sabía.
“No se vaya a poner difícil que usted lleva del bulto”, así me dijeron. De una vez me amenazaron. Que lleva del bulto, que no le va a pasar nada, que solo ceda. “Nadie se va a dar cuenta mientras usted no abra la boca”.
Comenzaron a tocarme. Me alzaron la falda. Me quitaron la blusa. Me recostaron sobre una pared que estaba cerca de la puerta. Uno de ellos, que parecía muy apurado, se acercó a mí, me quitó la falda y empezó a penetrarme ahí parada delante de todos.
Luego se acercó otro. Después otro ya no quiso así y comenzaron a ponerme en posiciones. Otro me dijo “agáchate ahí”. Hicieron de todo conmigo. Cuando yo decía que ya no quería más, me golpeaban en el abdomen, a mí me dolía demasiado.
Me hicieron de todo, todos ellos. Me sentía muy cansada, sentía que habían pasado horas y horas.
Alcancé a ver en el corredor que entraron a un hombre por el otro lado. Lo metieron a otro cuarto, también lo iban a violar. El hombre no se estaba dejando de los que lo llevaron. Yo trataba de poner atención a lo que pasaba y me dijeron: “no se meta, usted no tiene por qué saber nada de eso”. Yo no había dicho nada, sólo miré. Cuando se escuchó un tiro, salieron los hombres y uno de ellos dijo: “el güevón se hizo matar”.
Siguieron haciéndome de todo. Uno me golpeó la cara porque no quería hacerle sexo oral. Me forzaron a arrodillarme y me obligaron a hacerlo. De ahí todos querían lo mismo y me tocó acceder. ¿Qué no querían hacer conmigo? De todo hicieron.
Eso se detuvo cuando llegó un hombre alto y gritó: “¿ustedes qué están haciendo?”, me miró y dijo: “¡ay!, ella es la de La Brasa Roja. Con ella no se podían meter y ustedes saben. Yo les dije que no se podía hacer eso”. Uno de ellos se levantó y dijo: “pues si hay problema, para eso está el río”. Yo me volteé y juré silencio, le rogué al hombre alto que me soltaran.
Me tuvieron desde las siete de la noche y ya eran las cuatro de la mañana. “¿A ustedes qué les pasa? ¿No ven que ella tiene que abrir el restaurante a las cinco? Y donde desaparezca ella, es peor”. Seguí jurando silencio y él me mandó a vestir. Me llevó hasta la puerta de mi casa.
Me metí a bañar porque me sentía horrible. Eso fue uno sobre el otro sin importarles nada. Intenté acostarme un rato, pero tenía que trabajar. Salí de la casa y ya estaba uno de ellos afuera diciéndome: “apúrese que tiene que irse”. Yo le dije: “¿qué quiere?”. Me dijo que debía trabajar normal, que no podía levantar sospecha.
Así me pasó tres veces. La cuarta vez que lo intentaron, me fueron a buscar y yo sin pensarlo me salí por detrás. Varios vecinos sabían lo que estaba pasando, ellos me decían: “usted se tiene que ir”, y me indicaban un camino sin vigilancia para que huyera.
La segunda vez que me violaron, yo quedé en embarazo. Comencé a sentirme maluca, tenía unas fiebres, infección, porque ellos me obligaban a hacer las cosas y como uno no se excita por el miedo, me sentía desgarrada. Fui al médico, me puso suero porque estaba muy mal, después me puso el medicamento más fuerte para combatir la infección. Tuve que aguantarme un desespero por todo el cuerpo.
Se me quitó la fiebre, pero el malestar abajo seguía. Yo iba a una droguería que había cerca, el señor que atiende me dijo: “¿usted no estará en embarazo?”. Me hice la prueba y salió positivo. Cruelmente le pedí que me diera algo para abortar, yo no quería tener nada de nadie que fuera así, ya tenía tres hijos.
Al pasar el tiempo ya no les tenía miedo y me pasé a vivir a una casa de ellos, donde a las mujeres no las podían tocar por ser sus empleadas, estaba prohibido. Si uno era trabajadora de alguien importante en el gremio de ellos —alguien con dinero, pudiente o con negocios—, si le lava la ropa, esa gente no lo tocaba a uno. Vi en ese lugar la posibilidad de que no me volvieran a tocar jamás.
Un día intenté salir y no me dejaron, no sé si era porque estaba prohibido o porque era yo. Al año de haber contado mi caso, me di cuenta de que había más de 40 mujeres que les había pasado lo mismo, en el mismo año. Esto les pasó a muchas mujeres porque el comandante que había lo permitía.
Los paramilitares que cometieron 5286 delitos sexuales en Colombia4 idearon estrategias para hacer parecer los actos como relaciones amorosas, utilizando a su favor el silencio, las amenazas y la vergüenza social que podía sentir una mujer5.
Me ha costado recordar. No sé de caras ni de fechas, no quiero saber nada. Hasta ahora sólo me acuerdo de que el que más me lastimó fue el más alto de todos, y por más que yo lo quiera olvidar siempre lo tengo ahí. Ellos se las picaban que eran del Urabá, entonces decían que eran unos “verracos” para todo. En ese lugar sentí de todo, menos placer.
1 Este relato forma parte de la tesis de pregrado titulada Historias de mujeres en situación de desplazamiento que residen en la ciudad de Cali, en la que se muestran tres relatos de mujeres colombianas que vivieron el flagelo del conflicto armado en Colombia y que hoy son líderes en sus comunidades. El fragmento presentado aquí narra la historia de María Eugenia González, integrante de la mesa de víctimas en Cali y líder de la población desplazada con discapacidad en la misma ciudad.
2 Fuente: Unidad de víctimas. Registro Único de Víctimas. Víctimas por tipo de hecho victimizante. (Conteo hasta el 1 de octubre de 2018). Consultado: 24 de octubre de 2018, en https://cifras.unidadvictimas.gov.co/Home/Victimizaciones
3 Fuente: Unidad de víctimas. Registro Único de Víctimas. Victimas por año territorial, Putumayo. Delitos contra la libertad y la integridad sexual en desarrollo del conflicto armado (Conteo hasta el 1 de octubre de 2018). Consultado: 24 de octubre de 2018, disponible en https://cifras.unidadvictimas.gov.co/Home/Desplazamiento
4 Fuente: Centro Nacional de Memoria Histórica. Violencia sexual. Bases de datos. Observatorio de Memoria y Conflicto. Colombia. (Conteo hasta el 14 de septiembre de 2018). Consultado: 24 de octubre de 2018, en: http://centrodememoriahistorica.gov.co/observatorio/wp-content/uploads/2018/08/ViolenciaS_15-09-18.pdf
5 Fuente: Centro Nacional de Memoria Histórica. El Placer. Mujeres, coca y guerra en el Bajo Putumayo, septiembre de 2012. Consultado: 24 de octubre de 2018, en: http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/fr/2014-01-29-15-07-55/el-placer-mujeres-coca-y-guerra-en-el-bajo-putumayo. pp. 212- 213.
Ana María Ramírez Gómez (Cali, Colombia, 1995). Comunicadora social y periodista. Es columnista en Monitor Nacional y ha publicado en Semana Rural, así como en la antología Taller Ciudad Crónica (Casa de la Lectura/Banco de la República de Colombia, 2016). Obtuvo la Beca a la Excelencia de la Universidad Autónoma de Occidente en 2013.
Valeria Martínez Lores (Cali, Colombia, 1996). Comunicadora social y periodista. Ha publicado en ElPaís.com.co.