Despertamos al mismo tiempo. Todas las mañanas nos vemos a los ojos por un rato. Su sonrisa me da vitalidad y me pone de buen humor para afrontar la jornada. Tengo la impresión de que hoy haré algo importante. Veinticuatro de febrero. La beso. Me lavo los dientes y me visto. Llevo seis años en la misma empresa y aún no sé cuál es la mejor combinación de camisa y pantalón. Hoy me esfuerzo un poco más en mi atuendo. Ella sigue sonriendo al lado de la cama. Recojo los contratos que necesitaré para hacer el informe. Hojeo los documentos para buscar alguna pista, pero ninguno apunta a una cita importante para el veinticuatro de febrero. Ella no deja de sonreír. Empiezo a pensar que su actitud positiva es la razón principal de que nuestro matrimonio continúe. Me despido con un abrazo, pero se niega a quedarse sola en casa. Estar confinada a un solo grupo de paredes comienza a afectarla. Su sonrisa me taladra poco a poco. No podría negarle nada: “está bien, pero tendrás que ocultarte. Serás mi secreto”.

Necesito preparar el informe y desayunar. Entramos a una cafetería antes de llegar a la oficina. Pido un americano para mí y un expreso para ella. Comienzo a escribir. Yo quiero otra taza, ella no toca la suya. Sigue sonriendo. Después de un panini viene la cuenta. Logré avanzar tres páginas. Ella no comió nada.

Márquez, abogado de la compañía, a diario halaga mis accesorios: “bonita corbata”, me dice hoy; ¿no le gustó este pantalón con esta camisa? Entro a la oficina. Redacto un par de hojas más. Ella se coloca en mi escritorio y sonríe. Yo reviso los contratos. Rosa, mi secretaria, entra y me saluda. “Buenos días. ¿Qué hay para hoy?”, le respondo. “Tiene reunión con dos clientes importantes y junta a las cuatro”. “Sí, estoy por terminar el informe. Gracias, Rosa”. Intenta salir, pero la detengo: “Rosa, tengo la impresión de que hoy es un día importante. ¿No se me olvida nada?”. “No creo, pero revisemos”. Abre su libreta y pasa un par de hojas: “veinticuatro de febrero…”, me ve a los ojos y continúa: “hace un año que su esposa…”. “Ah, eso”, le contesto. “Lo lamento”, pasa saliva y se retira. El retrato sigue sonriendo. Terminaré el informe.





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Rodolfo Munguía (Ciudad de México, 1999). Estudiante de Antropología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Escribe ensayo y narrativa. Ha colaborado en Cultura Colectiva, en el "Blog de los jóvenes" de la Revista de la Universidad de México y en Punto de partida.


 

Punto en Línea, año 17, núm. 113, octubre-noviembre 2024

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