Shtisel
Ori Elon y Yehonatan Indursky
Israel, 2013

En este cosmos, a primera vista tan extraño, paradójicamente transcurre una escena que nos puede resultar familiar. Un hombre, quien roza la treintena, vive con su anciano padre dentro de un pequeño departamento en la semiperiferia de la ciudad. El padre, uno de los más respetables patriarcas de la comunidad, es sumamente severo con su vástago. Ha llegado a abofetearlo en más de una ocasión para que deje de fantasear, adquiera un trabajo estable y se case con una chica decente.
Esta escena forma parte de la serie Shtisel, una serie israelí que desde diciembre del año pasado se puede encontrar en Netflix. Consta de dos temporadas, cada una integrada por 12 episodios, en las cuales se narra el día a día de la familia Shtisel en el barrio ultraortodoxo de Geula, localizado en el centro de la ciudad de Jerusalén.
Aunque a primera vista la trama de la serie puede parecer aburrida —después de todo, trata de personas que dedican sus vidas a venerar a Dios—, en realidad es fascinante. Debajo de las kipas, ropajes oscuros y faldas holgadas no sólo se encuentra una fe casi inquebrantable, sino las mismas pasiones y emociones que habitan en el corazón de todos los seres humanos. Los Shtisel son personas de carne y hueso que padecen celos y envidia, pelean y ríen y, en ocasiones, también traicionan o decepcionan. Saben qué es el dolor de un amor no correspondido, de ver partir a un ser amado, pero también el gozo de un buen caldo de pollo y el placer de sucumbir ante lo prohibido.
Cada uno de los miembros de esta singular familia aparece en alguno de los episodios, aunque los indisputables protagonistas de la serie son el anciano Shulem (interpretado por Doval'e Glickman) y su hijo menor, el guapo y excéntrico Akiva (Michael Aloni). Mientras que Shulem es uno de los más respetados profesores de la escuela primaria de la comunidad, Akiva es un joven con la cabeza en las nubes, quien sólo sueña con ser pintor y conocer al gran amor de su vida.
La serie fue creada en 2013 por Ori Elon y Yehonatan Indursky. Elon, que alcanzó la fama internacional siendo uno de los guionistas de la serie Srugim, mantiene una relación de estrecha cercanía con sus abuelos ortodoxos, mientras que Indursky se crió en Bnei Brak, una de las ciudades más conservadoras de Israel. Esta proximidad con la comunidad ultraortodoxa permite a ambos escritores escapar de los prejuicios y lugares comunes. En vez de retratar a los Shtisel a partir de la relación de la comunidad ultraortodoxa con la política de Israel o como un grupo de extremistas religiosos, los presenta como gente común y corriente que, aunque practican una religión estricta, también comen y ríen, juegan, gastan bromas pesadas y hasta van a fiestas. El resultado de utilizar esta perspectiva es extraordinario. Shtisel no es una serie pomposa, aburrida ni solemne. Es divertida y ligera. Está llena de incidentes cómicos y encuentros inesperados. Las visitas al supermercado, las fiestas familiares y hasta las plegarias cotidianas son eventos que nos permiten entender los acontecimientos que estructuran la vida de esta familia, los valores dan sentido a su existencia y los sueños que los motivan a seguir adelante. Es así como detalles que nos pueden resultar a primera vista extraños cobran sentido, y aquello que nos puede parecer cercano y normal es cuestionado.
Vale la pena señalar que, pese a sus múltiples virtudes, Shtisel rara vez explora los aspectos menos luminosos del judaísmo ultraortodoxo. Por ejemplo, cuando Lippe Weiss abandona el hogar familiar, la serie no explora el dilema que vive el personaje al tener que elegir entre su libertad individual y el deber de proteger a su familia; en vez de ello, se centra en su esposa, quien es presentada como una madre sumisa y abnegada, con la cual se evade el conflicto moral que vive Weiss. Por otra parte, los personajes nunca actúan de mala fe. Las palabras duras, los golpes y las malas pasadas que se dirigen unos a otros siempre son producto de la pasión del momento o del error. Finalmente, algunos sucesos que son narrados desde una perspectiva positiva pueden resultar horripilantes desde otra. Un caso claro de ello es el matrimonio de Ruchami, quien sólo tiene 16 años; éste es retratado como el triunfo del amor romántico, en vez de un ejemplo de matrimonio infantil.
En cualquier caso, Shtisel es una obra que sin importar nuestra preferencia religiosa, política o sexual merece ser vista, porque al igual que Mad Men, Los Soprano o La Fabulosa Señora Maisel, nos permite explorar con una viveza y belleza extraordinarias una de las múltiples facetas de lo que significa ser humano.