RESEÑA / diciembre 2019-enero 2020 / No. 83
Niña salvaje



La materia sensible. Antología personal
Claudia Masin
México, Dirección de Literatura, UNAM (Serie Poesía), 2019

La poesía de Claudia Masin (Argentina, 1972) expone un complejo bosque donde se refugian bestias que aguardan su fin en el silencio de la soledad —depredadora de la que huye la psique—. Y la muerte que acecha deviene transformación en el subconsciente. Su primera publicación en México fue La siesta (2015), editado por Naveluz —proyecto del CCH Naucalpan—, libro que fue publicado dos años más tarde en Argentina por La mariposa y la iguana ediciones.

La muestra reunida por la autora en La materia sensible discurre a través del abandono que observamos tras vitrinas de un museo que resulta conocido: la pérdida del padre, de la pareja y del propio ser, incluso, se presentan como recuerdos suspendidos. Atmósferas etéreas vinculadas a ambientes urbanos casi siempre en ruinas, o densos bosques que remiten al lector a la crisis universal que sobreviene a la pérdida. Masin se coloca en el lugar del abandonado tanto como en la posición de quien deja.

Así busco y espero, como las peregrinas que vagan
por el desierto en busca de algo incierto que es para ellas
más real que el mareo, la sed o la pena, y la única pregunta
que se permiten en el camino es: ¿por qué
conformarse con menos?
En cualquiera de estas posiciones, abandonar confronta con la soledad cruda a los individuos. La autora de La vista (Premio Casa de América de Poesía Americana 2002) recupera las estampas dispersas de la caída en desgracia, los hundimientos producto del afecto que se extingue. Se vale de imágenes en las que lo familiar y lo remoto, lo salvaje y lo doméstico se funden en paisajes gélidos en la primera parte del libro:

Quien fue dañado lleva consigo ese daño,
como si su tarea fuera propagarlo, hacerlo impactar
sobre aquel que se acerque demasiado. Somos
inocentes ante esto, como es inocente una helada.

Ruinas domésticas, universales, flotan en versos libres que delinean paisajes vírgenes en que el cuerpo queda a merced de las fieras. Se muestra cómo la renuncia también libera, por ejemplo, en “La ciénaga”:


Me preguntaste si tenía miedo. Mejor dicho,
no preguntaste nada. Una madre nunca revela
lo que realmente quisiera saber. Me miraste
y algo en tu mirada decía ¿tenés miedo?
Yo, a veces, no encuentro la respuesta y callo
como si mi corazón fuera un reloj
cuyas agujas se detienen cada vez que tu mirada ansiosa
lo consulta. Algunos pájaros
sobrevolaban la pileta de aguas verdosas,
contaminadas. Tendrías que haber renovado el agua
al terminar el último verano, me dijiste. Quizás es imposible
resistir la tentación de dejar pasar el tiempo, abandonar,
quedarnos sentados en la orilla mirando el deterioro.

También psicoanalista, Masin elabora su infancia en un mundo onírico cuyos límites oscilan de la realidad material al recuerdo, entre los sueños de otros y del sueño personal. La belleza de lo salvaje, de estar abandonada a la libertad, transcurre en lugares en los que ser dejada es ser absoluta dueña de sí misma. Como una dialéctica entre pasado-presente, madurez-infancia, inestabilidad-autonomía, vivencia-memoria, la poeta nos guía al abandono ansiado de los adultos en la búsqueda de la identidad propia, en contacto directo con el mundo natural, donde el calor reina, lejos de la urbe. Es a través de la distancia entre la niña salvaje y la mujer que se recuerda autónoma y elabora su capacidad de reconstrucción en un presente violento. En “La plenitud” converge todo ese proceso:

Hay una historia que quiero contarte: a veces,
en medio del bosque abrupto y solitario, crece un árbol
demasiado delicado y tímido para sobrevivir sin que las ramas
se tuerzan, decaigan, pierdan fuerza cada día, […]

Yo quisiera ser así, capaz de soportar la plenitud
sin anhelar la abundancia. Que eso sea todo:
el puro deseo de dejar lo poco o mucho que se tiene
a quien se ama, aunque no le haga falta,
y vivir por un rato rodeada de las cosas que realmente le importan:
las tormentas, los animales feroces, la exuberancia del verano.

Varios poemas de la última parte han sido elegidos de Lo intacto (premiado por el Fondo Nacional de las Artes de Argentina, 2017), piezas que en este volumen nos recuerdan la conciencia en la infancia. Admito que tanto en estos fragmentos como en la selección extraída de La siesta se me descubre, puesto que el sueño en horas diurnas me es ajeno, un mundo desconocido. Adultos roncan a plena luz del día mientras que los chicos tienen la oportunidad de ser; es una inmersión guiada por un lenguaje tremendo por la cotidianidad de las palabras escogidas por la autora. En su prosa poética, también se lee un posicionamiento en medio de la hierba a la que Masin nos transporta en “Cómo es estar despierta mientras todos duermen en la casa”:

En el baldío de al lado de la casa crecían las malas hierbas, ponzoñosas, las que la madre se había cansado de advertirme que evitara, porque traían la fiebre de los yaguaretés, que revolvía la sangre, la rebelaba, la misma fiebre de los esclavos que en las plantaciones, un día cualquiera, levantan la guadaña hacia sus dueños. Yo andaba igual entre los pastizales, para mí las hierbas eran siempre buenas, agarradas como estaban a los árboles, yo sabía que les quitaban la savia y los secaban, que eran parásitas y no dejaban que creciera la planta útil, la que se puede saquear, vender y comprar, una moneda de cambio entre personas, porque la civilización sí puede reducir a la servidumbre lo salvaje, hacer que coma de su mano, se amanse, entregue dócilmente su fiereza.

En la introducción de La materia sensible, Mónica Nepote parte de una pregunta seminal de Chantal Maillard sobre lo que una espera de la poesía. Nepote observa la exploración lingüística de Masin con un enfoque político, porque la argentina así lo expresa. Y es evidente que la poesía es un desnudarse de ellas, de las poetas, sea o no acerca de sí mismas, cada palabra elegida emerge de un posicionamiento político expreso.

Me hablaste de un médico, en un lugar
remoto del África al que llaman el arregla-mujeres: su tarea
es remendar a las mujeres violadas. Reconstruye los tejidos,
une, cose, con una extraña y femenina
paciencia, los cuerpos deshechos.
La mayoría de las mujeres es llevada a él varias veces
en sus vidas, algunas vuelven,
llevando a sus hijas.

Su poesía no sólo trata de la pérdida, pero esta muestra dedica una gran parte a ella. No obstante, sus poemas ubicados en el verano de la infancia anuncian el potencial que lleva en sí de resucitar en sus formas más primitivas y auténticas. Masin elabora el ser mujer al describir su experiencia tras quebrarse y reacciona, recrea lo femenino (pienso en el poema “Tomboy”) en el desapego, en lo universal, muy lejos de los límites de un ser que depende de cómo lo concibe el otro. Estamos ante un personaje que se transforma en la extensa obra de la escritora.

Se trata de cantos emanados de la memoria, de imágenes vívidas de luz solar como tomadas con una cámara estenopeica. Cerebro-cámara que aluzado por una rendija obtiene imágenes de un pasado al que se llega siguiendo estos cantos. Conforme la lectura avanza, se lee ya como parte de ese mundo de pasado remoto que es presente simultáneamente, y se experimenta con ella el dolor de arrancarse a un ser querido, de sentirse violentada en el núcleo familiar y simultáneamente recorrer con su búsqueda el lugar a donde llega: el refugio que se ha construido tras reconocer la materia de su poder, ésta es la materia sensible.
Elisa Aguilar Funes (Estado de México, 1984). Estudió periodismo en la FCPyS, UNAM y la maestría en Comunicación y Política en la UAM-Xochimilco. Se ha desempeñado en el área editorial y ha publicado reseña, ensayo, crónica y cuento en Punto de partida y Punto en Línea. Ocasionalmente escribe en su blog La Azotea. Colabora en la revista electrónica Lengua Viva.

 

Punto en Línea, año 17, núm. 113, octubre-noviembre 2024

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