Silencia Balam Rodrigo Coneculta-Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, 2007 |
I. Las utopías posibles La segunda ocasión que vi a Balam Rodrigo, escuchábamos a José Vicente Anaya parafrasear genialmente a Thomas Merton para establecer un símil entre poesía y amor. El autor de Híkuri, en alusión al poeta y teólogo francés, decía que la poesía es la única utopía posible. Pero es un aforismo que sólo se confirma en los poetas honestos: el único mundo habitable es el que cultiva el acto excepcional de la creación poética, aunque incluso ese universo siempre esté en crisis para ser habitable, como escribe Balam Rodrigo en su libro Silencia: “¿Para qué las libaciones del ojo, para qué beber daguerrotipos y paisajes, para qué la inmensidad del mar y la infinita hondura de las aguas si el hórrido pez de los abismos no es sino un gambito ciego en un apocalíptico mar ciego?”
No se trata de construir torres de marfil. Por el contrario, la poesía de Balam cimienta la sensibilidad en la que transcurre la vida cotidiana hacia su estado original, por un camino que de cualquier forma concluye en actos asombrosos y divinos. Sostener con grafito y con papel, el mundo. Mover montañas y permitir el cauce libre de los ríos. Deslizarse por los cuatro costados de la página en blanco, para hacer habitable la tierra. Fundar las estaciones: aquí describir el roce, la hendidura: “Abreviatura en el confín del polvo, mano recorriendo la piel del sicomoro: Todo es afán del silencio por anudar el mar y atarlo a la efímera huida de los ojos, perros famélicos yendo de aquí para allá” allí someterse al relámpago, abrir el manantial: “He visto el trance de los hombres que asisten a las demoliciones del día./ He visto crecer la sombra magnífica de los mangos igual que un verde liquen en el lomo de las bestias y el rumor de la luz en retirada cuando la tarde muerde al cielo desde el astro jaguarino”.
Lo ha comentado también Óscar de Pablo al referirse a otro libro, Libelo de varia necrología, con el que Balam Rodrigo se hizo merecedor del Primer Concurso de Poesía Joven Ciudad de México 2006, otorgado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de México: “Y no sólo se expone en él lo triste, lo miserable y sucio de nuestra humanidad, sino que, por obra y gracia de la palabra escrita, incluso se le canta a nuestra condición: se celebra lo humano”. Esta reflexión sobre la existencia también permanece a lo largo de Silencia, aunque esté mediada por la celebración amorosa: “Musitan las horas en el corazón no diurno: El siglo errante anda buscando lado pa’ encontrarte, ya entre murmullos de torcaza y amapola, ya entre susurros de cotón y limaduras de árbol, ya entre los lados que al mar murmuren su azarosa plegaria de cigarras agoreras.”
El lema de Merton (la poesía como la única utopía posible) fue adoptado por los hippies sesentasetenteros, y matizado a su discurso: el amor es la única utopía existente. Desde mi lectura, Balam, setentero también, en una de las revisiones de Silencia, afirma que amor y poesía son una misma utopía para fundar un mundo, ni siquiera para cambiarlo. ¿Cuál mundo? El primigenio, el de la naturaleza, como señala Carlos López en el “Posfacio” de Hábito lunar: “Los cantos de Balam Rodrigo provienen de las raíces profundas de la tierra, tienen la altura de las milenarias ceibas, la música del hormiguillo, de los ríos, de los vientos; están hechos con la sabiduría que da el conocimiento y la contemplación del corazón de las cosas.” Diremos de Silencia, de Balam Rodrigo: que este libro apuesta por fundar un mundo a partir del acto amoroso; que para la fundación de ese mundo, el poemario requiere su propia estética, más cercana a la descripción biológica antes que a la acumulación cultural; que Silencia, de Balam Rodrigo, es a su modo, una suma de los trabajos anteriores del autor, escritos siempre en una madurez natural, y que logra conjugar con inusual felicidad, una emoción y un lenguaje personalísimo en la lírica mexicana.
II. La metáfora del amor como silencio
Para el aspirante a sesudo lector que confunde (y también para el falso creador que lo reclama) la escritura con el ejercicio de sumar recetas de publicidad, es posible que el posar los ojos sobre Silencia lo obnubile o lo rechace, porque este volumen poético es un extremo distante de la finalidad de la reproductibilidad técnica. Donde parece un exceso retórico hay una voz poética nombrando nuevamente al mundo: “Silencia la matriz del viento. Silencia la preñez de los pájaros. Silencia la paridora de un pitillo de barbascos que la tarde fuma para olvidar nuestros espantos.” Y a los ojos del poeta, donde se lee Silencia podría decir amada.
Estoy convencido de que tampoco es una labor que aspira a la originalidad, porque (aun cuando ya lo es) no es el propósito esencial de la poesía de Balam. Le es propio el sabor insólito, pero no la entelequia de la vanguardia literaria. Lo suyo es un asunto vitalista, y como en los fabulosos árboles que revelan los microscopios, descubre que la contemplación minuciosa muestra que los actos del ser humano se componen de maravillosas arborescencias plenas de vida.
El riesgo es aún mayor: ¿Cómo llamar al mismo tiempo al amor, a la mujer, a la creación, a todo lo que entrañan las cartas de San Pablo en los Corintios? Balam se juega la vida y responde: Silencia. Es una síntesis (¿biológica, teológica o poética?) que en su arrobamiento trata de extender la comprensión de todos los actos del amor, para fundarlos otra vez, más complejos, más completos. “Higos de lumbre, mordíamos higos de lumbre: Elegíamos siempre al fuego, a la llama que habitaba debajo de la carne: Y yo agotaba la boca en los tus pechos porque pezón era tu brasa y aluego la tu lengua se agataba en el mi pecho y así los dos juntos habitábamos los sitios elegidos por el fuego...”
La bellísima metáfora que hace del amor un silencio fecundo, explorada con acuciosidad por la tradición hispánica, desde San Juan de la Cruz hasta (lo reitera Balam) Alejandra Pizarnik, con fervorosas estancias en Octavio Paz y Juan Ramón Jiménez, encuentran en Silencia una sola palabra, una especie de síntesis.
En el amor, y me remito a los autores mencionados, todo se hace en un silencio gozoso, como la luz dentro del ojo, como el fuego de la zarza en llamas; ahí Dios habita para iniciar la creación (bien se podría abrir otra ruta de lectura dirigida al hecho mismo de la creación poética) y es el instante que dos se miran y el mundo cambia.
Por eso la primera tentación es ubicar a Balam como un poeta neobarroco. Pero tal vez sería demasiado estricto anclar su poética a ese momento histórico estético. El joven poeta y crítico Alí Calderón apunta: “La profusión de la naturaleza que refieren sus poemas encuentra equivalente expresivo en un barroco que apela también a la profusión y variedad lingüística, a un universo verbal que produce cierto extrañamiento. La literariedad se juega a nivel de la autorreflexividad. Sus alteraciones gramaticales, su inventiva léxica y la creación de ritmos ora fluidos ora intrincados nos ofrecen una poesía sumamente atractiva”.1
Al menos para los fines que sigue mi lectura, el barroco o neobarroco o neobarroso le hace justicia sólo en primer momento. En un juicio más amplio, me parece que la definición no alcanza a proyectar la poética de nuestro autor. La suya es una poesía biológica en el sentido más alto, y cuando se retoman los libros de Balam no se deja de pensar en los detalles de los biólogos dedicados al dibujo de finales del siglo XVIII: Philipp von Martius, Alfredo Dugés, Johan Moritz Rugendas o el mismo barón de Humboldt. Por eso, para Iván Cruz Osorio, otro joven poeta y crítico, la poesía de Balam en muchos momentos tiene “un lenguaje directo”.
Los trazos de Balam, como aspiró la poesía barroca, son circunflejos y abundan en las flexiones, pero son más depurados y clásicos, y carecen de los arabescos de aquella estética. Como en los dibujos de Von Martius, la sintaxis no se distorsiona a menos que sea por exigencia propia de la imagen. Y antes que sobreabundarla con flexiones sobre la imagen misma, la poesía de Balam busca refinarla cuando la recrea, la fundamenta de nuevo pero no la doblega.
En última instancia, el barroco busca sustituir la realidad con símbolos. La poesía de Balam busca fundarla, fecundarla, con palabras inusitadas que, sin embargo, le son inherentes a la misma realidad. “Medanías que llevan a centurios puertos, a dársenas de acacia y amapola, a petalías de bajamar y laberinto: Corolas caen desde tus pechos: Lascas de sol moreno, uvas de nieve negra, sangre de ciruelos: Silencia”.
III. La emoción y el lenguaje
Balam Rodrigo escribe desde su madurez, no porque su producción poética comenzara a publicarse cuando él entraba a su tercera década de vida; escribe desde su madurez porque ya en su primer libro Hábito lunar (2005), en muchos sentidos padre y madre de Silencia, existe una voz que en vertiginosa vertical poetiza el mundo para siempre. Joel Phillips adelanta, en un esbozo de nota biográfica: “En sus tres libros iniciales, Balam Rodrigo eligió la prosa como vehículo principal para plasmar imágenes y metáforas, cuyo lirismo evoca la obra que hace décadas crearon sus paisanos Juan Bañuelos y Óscar Oliva, integrantes del colectivo poético de La Espiga Amotinada.”2
Desde entonces, su voz poética ha logrado el afán que muchos —incluso mayorcitos— anhelan: que su poesía sea inconfundible e irrepetible. Para Balam es permitido porque no ha dudado dejar en transparencia su vida. El poeta es biólogo y futbolista, rockero y cristiano, y frente a la fragmentación de los aparadores, permanece, al menos, en sus letras. Logra la compleja conjunción entre emoción y lenguaje, y su oficio es vivir y escribir en gerundio (work in progress dirían los gringos), para alcanzar a transformarlo todo con su voz más personal. La madurez de Balam radica en que encontró rápidamente y sin premeditación su propia voz.
Aquello que “los poetas del silencio” llaman encontrar la voz para nombrar la emoción exacta, en Balam pareciera innato porque nunca existió una precipitación por alcanzarla. Su poesía es una poesía inmediata, en el sentido de que desde su más personal poética comienza a fundar su propio universo, no sólo verbal si no vitalísimo, que queda en el lector como un dejo de vivir de manera más intenso el paso de los días. Quisiera culminar retomando las palabras del poeta Juan Domingo Argüelles: “Significado y música, sentido y sonido confluyen en las páginas de este joven poeta que ya es parte de la renovación de la riquísima tradición lírica de Chiapas.”3
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1 Alí Calderón, “Reseña de Libelo de varia necrología de Balam Rodrigo”, en www.alforjapoesia.com, página consultada 27 de septiembre de 2007
2 Joel Phillips, “Florescencias del lenguaje natural (Reseña de Libelo de varia necrología de Balam Rodrigo)” en www.literaturainba.com, página consultada el día 21 de mayo de 2008 3 Juan Domingo Argüelles, Columna: “Galaxia editorial” en www.eluniversal.com.mx, página consultada el 28 de enero de 2007 Carlos Ramírez Vuelvas (Colima, Colima. 1981) es licenciado en Letras y Periodismo por la Universidad de Colima y maestro en Letras mexicanas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es autor de los poemarios Calíope (SCC, 1999), Brazo de sol (SCC, 2000), Cuadernos de la lengua y el viento (Plan C Editores, 2007) y El poeta ebrio y otras tormentas de verano (MonteVenus, 2007). Ha sido incluido en las antologías Los extremos que se tocan (SCC, 2002) y Un orbe más ancho. 40 poetas jóvenes (UNAM, 2005). |