Llegó de la fértil cuenca del río amarillo, toda llena de espinas.
Emperatriz azul turquesa y cándida como el cielo,
estupefacta,
desatando infiernos irrespirables
y el temor dentro de todas las moradas.
Brinca, emerge y planea sobre toda la extensión de la tierra,
sacrifica niños y ancianos.
Se cierne portentosa y bestial,
una yegua desbocada no envenena tanto como aterra,
pero en el terror está su magnificencia.
Nos adiestró sobre el precio de la libertad.
el costo de la vida corriente,
una moneda de muerte.
Nos capturó, sumiéndonos en silencios de lluvia
y en penas ajenas.
Conoce que tiene poco tiempo,
es una abeja que pica y expira.
Ansía hacer todo estrago en su breve existencia.
Sin embargo, el hombre necio, despótico y sobrado cree que lo sabe todo,
guarda planes para cuando concluya la peste.
El hombre que ama piensa en la mujer perdida.
El hombre de negocios piensa en la deuda y en la plusvalía.
El hombre de la tierra piensa en el agravio y su futura ruina.
No obstante, está el hombre de espíritu
que adentro o afuera se mantiene íntegro
esperando todos los avatares y calamidades día por día.