Con amor a la palabra
Nadie puede pensar libremente,
sus ojos están fijos en otros ojos.
Cuando las miradas se fijan ya no somos dos.
Es difícil estar solo.
JEAN LUC GODARD
Cuando nos queríamos convencer de que los otros todavía existían, cuando nosotros queríamos todavía existir, nos sujetamos de la palabra, como Francisco Toledo cuando un alacrán le picó en la planta del pie y habló y habló para no quedar mudo, lo cual —se decía— le había pasado a su tía. Habló y habló para comprobar su existencia… Cuando no nos pueden ver, no nos pueden tocar; cuando quizá estamos a destiempo de los otros, lo que hacemos es dejar palabras, sin saber cuándo serán cogidas, ni cómo, ni si lo serán, pero sí sabemos que estamos hablando, que estamos existiendo. Sentimos que aún tenemos rostro, nos cercioramos de que los demás no se olviden de nuestro rostro, pero nuestro rostro ya tiene forma de palabra.
La cuarentena nos hizo dependientes de la palabra. Si teníamos la intención de seguir perteneciendo a la sociedad teníamos que usarla, pero no ser más allá de ella; nuestra presencia se limitaba según los contornos de la palabra, la palabra trabada, la palabra cortada, la palabra que no se entiende y se debe repetir y se repite y repite hasta dejar de significar. La cuarentena nos hizo cansarnos de las palabras.
La palabra que no se encuentra con otra palabra
Hablan y comparten, ellos, los que hablan; se comparten el uno al otro, se van regando con la palabra que el otro pronunció. Ellos, los que hablan, construyen. Se pronuncian, pronuncian a una realidad y hacen de ella con la palabra, pero ¿qué es de la palabra que no forma parte de un tiempo y espacio determinados? ¿Qué es de la palabra que flota en un no-espacio y un no-tiempo, y qué es de la otra que flota en otro no-espacio y otro no-tiempo? Probablemente dejamos de hablar el mismo lenguaje, probablemente nos quedamos sin lenguaje. ¿Qué es de la palabra sin el contacto visual con el otro, de la que no se siente vista? Decimos palabras como si lanzáramos una piedra al cielo porque de repente se nos olvidó que le hablamos a un alguien, y entonces hablamos y hablamos, nos volvemos de los que escupen palabras; hay respuesta de alguien más que también es uno de ésos.
Otras veces nos acordamos de los otros, hablamos y nos sentimos acompañados; el emisor y el receptor creen que tienen la posibilidad de tejerse entre ellos, que casi se comparten, encontrados en un mismo momento. La mala señal telefónica o la fragilidad del internet, un apagón, nos recuerda que no estamos juntos y la palabra que no alcanzó a ser escuchada rompe el proceso de la dialéctica que plantea Marx: tesis-antítesis-síntesis; el choque de la tesis con la antítesis no será más que el cascarón roto de la palabra. La desintegración de la palabra que termina por ser nada.
La palabra sin cuerpos se vacía.
La palabra que sacia
Saciedad semántica es el fenómeno de la repetición de una palabra hasta que su significado desaparece. La palabra que se volvió inútil. ¿Cuántas veces podemos decir “te quiero” sin que se vuelva sólo un sonido? ¿Cuántas veces podemos decir una palabra hiriente hasta saber que es hiriente? Después de haber depositado una palabra, ¿en cuánto tiempo se enfría? ¿Cuánto tiempo más significa algo para nosotros? Símbolo tras símbolo dejamos de saber qué estamos diciendo.
La palabra sufre en la cuarentena la separación entre forma y contenido, la pregunta es: ¿qué te llegó de ella?
La desollamos y descubrimos que la palabra era sólo la piel. Era la intención de hacer una presencia cuando lo callado es la ausencia, vestimos nuestra ausencia de presencia porque no podemos compartir nuestras ausencias; entonces hablamos.
Nana Kleinfrankenheim: ¿Por qué hay que hablar siempre? Muy a menudo habría que callarse, vivir en silencio. Cuanto más se habla, menos quieren decir las palabras…
Le philosophe: Tal vez, pero... ¿se puede?
(Diálogo extraído de la película Vivir su vida de Jean-Luc Godard).
La palabra ensayada
En la cuarentena somos buscadores de palabras. La queremos precisa, queremos que su forma —que ahora es nuestra forma— no sea equívoca, no queremos ser seres equívocos; porque si lo que le llega de la palabra-nuestraexistencia al otro es lo que no somos, lo que no pensamos ni sentimos, ¿con qué sistema muscular nos contradiremos?
Nana Kleinfrankenheim: Las palabras deberían expresar exactamente lo que se quiere decir. ¿Es que nos traiciona?
Le philosophe: Pero nosotros las traicionamos también. […]
Nana Kleinfrankenheim: ¿Entonces hablar es un poco correr el riesgo de mentir?
Le philosophe: Sí, porque la mentira es uno de los medios de buscarlo. Errores y mentiras son muy parecidos. No hablo de mentiras ordinarias como prometer que vendré mañana, y que luego no venga porque no quise. ¿Comprende?, eso son cosas. Pero la mentira sutil es poco diferente de un error. Uno busca y no encuentra la palabra justa
Nana Kleinfrankenheim: ¿Cómo estar seguro de haber encontrado la palabra justa?
(Diálogo extraído de la película Vivir su vida de Jean-Luc Godard).
Somos criadores de palabras, las inventamos. Nos enfrentamos a lo que Borges cuando escribió “El Aleph”: una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor, cuyo diámetro es de dos o tres centímetros, y contiene el espacio cósmico, sin disminución de su tamaño; el Aleph es el punto que ocupan presente y futuro, el mismo punto, sin superposición y sin transparencia.
Nos enfrentamos a tener que pronunciar lo impronunciable, a reposar lo que no entendemos en palabras.
El sujeto que la cuarentena fabricó busca la palabra que besa, la que hace gestos, la que se recarga en otro cuerpo, la que roza disimuladamente, la que baila acompañada, la que camina y siente el aire, la que comparte un orgasmo, la palabra que se dice en silencio.
Nos cansamos de la palabra.
Borges, Jorge Luis. El Aleph, Madrid, Alianza, 1980. Castellanos, Pablo. “La emoción ante las palabras: teoría de Borges sobre el lenguaje poético”, en Literatura: teoría, historia, crítica, vol. 14, núm. 2, 2012, pp. 313-365.
Godard, Jean-Luc. Adiós al lenguaje, Wild Bunch, Canal+, CNC, Suiza, 2014.
______________. Vivir su vida, Les Films de la Pléiade, Francia, 1962.