De paredes impresas y una vida sin paredes
El 14 de marzo regalé dos libros.
El 15 de marzo leí los comunicados que anunciaron el cierre indefinido de mi plantel.
El 16 de marzo leí los detalles del virus y sus peligrosos alcances en Europa. Faltaba mucho para que el cubrebocas fuera obligatorio.
La primera semana, entre bromas, planeé con mis amigas un horario provisional: pilates con Pilar que se alternarían con las clases de yoga y las recetas para almuerzos con Sofi a las 7:30, el taller de plantas con Carlita a las 12:00, bordado a las 14:00 —mi clase—, dibujo para principiantes con Bere a las 18:00, café con galletas a las 20:00 y a las 22:00 lectura grupal.
En realidad nunca lo cumplimos. Los talleres de escritura, las conferencias pandémicas, las acuarelas y el club de lectura acapararon mi atención los primeros dos meses. Entre nosotras nos leímos desesperadas, ajenas a nuestro hogar y a nuestras familias, nostálgicas, enojadas. Entonces acordamos respetar el ritmo de cada una en la pandemia, pero permanecer unidas.
Hicimos un club de lectura de obras escritas por mujeres con otra amiga: la maestra de Literatura. Ella propuso Una habitación propia de Virginia Woolf para la segunda sesión. Esa decisión fue una línea divisoria en mi trayectoria lectora. La noche que terminé de leer el ensayo, acostada en mi cama con el celular boca abajo y la exaltación de mis amigas al otro lado del chat, comprendí que leer y escribir también eran un acto de resistencia.
Relacionar la resistencia con tener un espacio para abandonar las labores de cuidado que recaen tradicionalmente en la mujer fortaleció esa relación que ya me unía con las mujeres de todas las latitudes. El ensayo derrumbó las paredes de nuestros hogares para reunirnos en una habitación infinita. La vida y obra de las autoras (incluida Woolf) demuestran que no hay líneas temporales entre ellas y nosotras cuando las leemos.
Participar en diálogos para visibilizar las necesidades y errores a lo largo de la historia de nuestro continente me hizo recurrir más de una vez a la literatura y constatar en ella su voz crítica de denuncia; es una mediadora del presente y el pasado, especialista en Filosofía, en Historia, en Sociología, en Antropología… Es la voz de los que ya no están, es una activista que restaura la memoria social con su registro.
Quedarme en casa implicó interpretar el exterior a través de la lectura en distintos medios y formatos. Para enterarme de las cifras de contagio, de las medidas preventivas, de las consecuencias socioeconómicas de la pandemia y visitar las nuevas exposiciones en las salas virtuales de los museos, leí. Para no perder mi recuerdo de la Ciudad de México, para caminar por sus calles, escuchar el rumor de sus habitantes, leí.
De pronto lo escrito ha sucedido, existe o existió, y yo necesitaba convencerme leyendo, habitando otras vidas y escuchando otras voces.