Carta a Ana
Viernes, 3 de julio del 2020
Querida Ana:
En esta cuarentena me he sentido como tú en más de una ocasión. Reconozco que para nada se comparan nuestros contextos, pero, aunque de distintas formas, ambas pasamos el tiempo encerradas para salvar nuestras vidas.
Sé que quizá resulta una frivolidad decirlo porque, como ya dije, nuestras vidas son abismalmente diferentes. El mío es un enemigo común a todos, un virus que infecta prácticamente a cualquiera y que puede complicarse y llevar a la muerte. Lo tuyo era mucho peor: el miedo constante de ser descubierta, detenida y asesinada (tu familia y tú) por el odio y el ansia de poder.
Te escribo porque no quiero quedarme con las ganas de decirte lo maravilloso que fue encontrarte, conocerte y sentirte mi amiga. Desde el primer momento simpaticé contigo, y debo decir que me he identificado con tu persona muchas veces y por más de una razón. La principal: nuestros conflictos familiares.
Al igual que tú, amo a mi familia, pero estar con ellos prácticamente las 24 horas del día se vuelve cada vez más agotador. El confinamiento ha sido terrible, desesperanzador, aburrido unas veces y preocupante otras (la mayoría), y estar encerrada todos los días con las mismas personas comienza a generar dificultades. Seguramente sabes de lo que hablo.
Y la verdad es que, como a ti, una de las actividades que más me ha ayudado a mantenerme cuerda ha sido la lectura. Creo que más que ser un modo de pasar el tiempo, la lectura es para mí, ya, una necesidad.
Las notas informativas, los reportajes, los comunicados y avisos de gobierno son cosas que no podemos dejar pasar, pues el panorama nacional e internacional puede cambiar de un día a otro y necesitamos estar informados. Me siento como cuando a ti te llegaban noticias sobre el avance del ejército inglés.
Pero los libros, las novelas… son lo realmente indispensable. Leer e imaginar que estoy en otro lugar, con otra gente y siendo feliz o viviendo aventuras me ayuda a lidiar con la ansiedad y con el miedo, sentimientos constantes durante toda la cuarentena. Y de esa manera fue justo como llegué a ti.
Oh, Ana. Me ha costado tanto dejarte ir. No quiero que te vayas. Quizá por eso me niego a terminar de leer, porque no puedo con la idea de que tú, mi amiga de confinamiento, dejes de formar parte de mi vida Y por eso resguardo como un tesoro las últimas 10 páginas.
Si no llego al final, puedo imaginar que saliste del anexo. Que arreglaste los problemas con tu familia y que fuiste a vivir a una gran ciudad. Puedo imaginar que escribiste más libros y que conociste a otros chicos llamados Peter, otros aún más encantadores. Si no termino de leer, puedo pensar que te convertiste en periodista y escritora como tanto deseabas, que tuviste hijos y que jamás dejaste de ser la chica atolondrada y divertida que fuiste. Sin embargo, es imposible, porque todos sabemos en qué acaba tu historia.
Me animé a escribirte una carta, ya que éste fue el formato que elegiste tú para contar tu historia. Las cartas que escribiste a Kitty, tu propia amiga de confinamiento, quedarán grabadas en mi memoria por siempre, así como han quedado en la memoria de muchas otras personas.
Te agradezco enormemente por, a través de la lectura, salvar un poco de lo que quedaba de mí, de la persona que fui antes de este caótico año lleno de estrés y desesperanza. Siempre tendrás un lugar muy especial en mí.
Tuya, Karen
Como era natural, terminé de leerte.
Quisiera poder dejar constancia, con palabras, del sentimiento de abandono y desasosiego que me invadió cuando me di cuenta de que así, sin más y de un momento a otro, desapareciste. Las cartas a Kitty dejaron de escribirse y tu historia concluyó, de la manera abrupta en que seguramente pasó para ti y para todos en el anexo.
No me invadieron las lágrimas porque, para serte sincera, me tomó por sorpresa. No me dio tiempo de asimilarlo, pero todo terminó.
El único consuelo que me queda es que dejaste algo tras de ti. Algo maravilloso por lo que has de ser recordada siempre: tu diario.