Incisión
La sangre borbotea y no te inmutas. Te empapas los dedos de rojo y raspas el hueso que te estorba. Martilleas y notas la mueca incierta de tu víctima inmóvil. Los pedazos están listos: jalas bestialmente y salen uno a uno; él lo resiente pero no puede gritar. Tienes lo que quieres y el goce hace que se te asome una sonrisa. Coses la herida y limpias lo mejor que puedes para borrar cualquier evidencia.
—¿Alguna otra duda?
—¿Puedo hacegg algo más?
—¡Comer nieve de limón! Te ayudará a cicatrizar más rápido —le dices a tu paciente mientras le entregas su muela del juicio, hecha cachitos, en un ratoncito de plástico.