Dos poemas para cuando el amor caduca
Natalia Pedroza y Fernández
Recuerdo de los Altos
Ya no escucho más el silencio
que me diste como obsequio en la sierra,
en tu pueblo, en tu peña.
Recuerdo el día mojando nuestras risas,
el Cristo queriendo entrar en nuestra lengua;
tu casa, enteramente vieja,
cobijando nuestros besos.
Hacer el amor
donde fuiste concebido,
escucharte decir:
“Aquí se ama”.
Me llené de lodo,
caminé desnuda por las calles
y mi voz retumbó en cada piedra
que acoge las rebeldes almas del Mixtón.
Dormí en las dulces aguas,
cálidos destellos de Dios;
viví el sueño
de perderme en el tiempo.
¿Dónde encontrar la mujer que te di,
si el río Verde siguió corriendo,
si los árboles que toqué son tan viejos,
si la botella ha quedado vacía?
Y yo bebía tus palabras
como bebo el alcohol que no me gusta
cuando ya no queda nada más que beber.
Komorebi
Tres moscas merodeaban
la habitación, la mañana
en la que despertamos sin nada;
su zumbido
era marca fiel
de lo que no podíamos decirnos:
nuestro amor se volvió
en el piso
fruto putrefacto
y las moscas
saboreaban nuestros cuerpos
consumidos la noche anterior
en una diferencia
que no logramos ahogar
en el tacto doloroso
del uno con el otro.
Ya no somos el tierno
naranjo de los osages
besando la dulce hierba;
el sol nos despidió
esa tarde
en la que acostados
recorrimos el jardín
buscando los últimos rayos de luz
que resbalaban entre las hojas;
porque el uno para el otro
ya no daba el calor
suficiente para sostener
nuestras pupilas entrelazadas
en complicidad de rebeldía.
No puedo verte ya,
el tiempo y las fronteras
han devorado la primavera;
tus poemas prevalecen
pero el sabor de tu saliva
ya no es el de la frescura:
siento que lamo un dulce viejo,
que como el cereal que lleva abierto
un mes sobre mi refrigerador;
estoy hambrienta
y las moscas
no dejan de zumbar.