La virtud de los confines
Estefanía D’Ecclesia
Saco la mano y ventilo
las entrañas y los ojos
guardo en un frasquito la nostalgia
(quiero hacerla volar
antes del regreso)
partí hace tiempo
y desde ese momento
siempre estoy partiendo
en el corazón al irme
en el corazón al llegar
en quienes me cobijan
y como las raíces pueden ahogarse
las riego con aire y calma
las sostengo
las observo
camino con ellas
y como mis raíces pueden ahogarse
nunca las riego con la misma agua.
Remontaste el cuerpo
que tenías olvidado
lo inflaste
y te fuiste necesitando
días de seres calientes
que se bañen en ríos
helados
que crean en la revelación de la tarde
y confíen en el misterio de los montes
donde comienza el llamado de los animales
y la media voz del relámpago.
Habrá una estrella de los vientos
(me confiaste al partir)
y te miré a los ojos
como desanudando la voz
que no supe pronunciar.
III
Luego de la lluvia
me vi en el chinchero
picando cortezas
tomando lo necesario
debajo:
carbono
microclimas
vidas que emergen.
Aprendí viendo
por imitación
por abandono
por obstinación
por desafío
y aún luego de la lluvia
mis pies socavan la tierra.
Un hacedor salió de entre las rocas
advirtiéndome que no podría elegir
el lugar de llaga.
Atravesé el lago
buscando la soledad
que acalla los soles de mi cuerpo,
palpé el amparo,
me doté del hallazgo del silencio.
Se abrió la noche
en la proximidad de un estero
el miedo se desvaneció entre los pies
(adormecidos de verano)
y una ceremonia de supernovas alzó mis soles.
Resonaron las palabras
que aman las revelaciones,
las mismas que me habían
dado vida.
Esos seres fugaces
nativos de los árboles
viven en la inmediatez de Mandy
entraron a mí
como quien entra a un punto de fuga
mediante un fuego inasible
(el que puede alterar las tibiezas más solitarias).
No pude ver de qué escapaban
tampoco me animé a preguntarles por ella
dudé de su existencia
hasta el momento en que me vi arrollada
en un panteón cubierto por enredaderas
allí volví a sentir el aroma a jazmines
ese que desprende alguien
cuando ama mucho.
lleva el sábado a medio poner.
Los inciensos del patio
la entrecruzan imperturbable.
Agradece no formar parte de un ritual
del que ella
quisiera huir,
devuelve al mundo
los harapos de sol que le fueron robados
mas no le vale vida
crear un fuego
donde los ojos ardan menos
que las cenizas.
Una tarde
(no cualquier tarde)
decidí abrazar tus manos
como modo de permanencia.
Desde ese momento
fuiste una parte de mi pueblo
conversaste con las caras
y las contracaras del amor
y con la delicadeza del rocío
(hasta que te volviste el rocío).
Cuando noté que tus manos
ya habían abrazado las mías
(como cuando alguien descubre
el don del otro)
decidí volver
a una parte de mi pueblo
(el que finalmente fue sólo mío),
al encuentro del vino y los amigos
y al de un gato que me espera
para que lo abrace
y le abra la ventana.