CRÓNICA / febrero-marzo 2023 / No. 103

Nuestro rastro en este lugar



Tonas Lima



Don King: “el promotor del pueblo”

Donald King se miró al espejo a sus 40 años. Algo faltaba en su imagen para presentarse en público, algo único, característico, para que no lo olvidaran. Tenía un tic nervioso que lo obligaba a jalarse su ensortijado cabello afro. Después de mucho pensarlo, como si se tratara de una revelación, ese tic frente al espejo lo llevó a levantarse los cabellos hasta lograr ese peinado electrizado que todos conocemos. Se puso una camisa, chaqueta de mezclilla y joyas.

Ese día de 1971, Lloyd Prince —músico, amigo de King— le presentaría a Muhammad Ali para proponerle una pelea de exhibición para recabar fondos para un hospital de Cleveland que atendería a la comunidad negra. King tenía en la mira un nuevo negocio: el boxeo.

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Nació el 20 de agosto de 1931 en Cleveland, Ohio. Ciudad manufacturera en la que el acero y el carbón eran las principales actividades económicas. Fue el séptimo hijo del matrimonio entre Hattie y Clarence King —ambos afrodescendientes—.

En las primeras décadas del siglo XX el racismo en Estados Unidos separaba la vida de los ciudadanos en negros y blancos. Un negro no podía entrar a un restaurante y comerse una hamburguesa, por ejemplo. En este contexto, Donald King, un joven negro de 18 años con habilidades para los números y el timo, se convirtió en el regenteador de una casa de apuestas de la mafia de Cleveland: la familia Gambino.

Cuando tenía 23 años asesinó a tiros a quien presuntamente había entrado a robar a la casa de apuestas. Cinco años más tarde, asesinó a golpes a uno de sus trabajadores porque le debía $ 600 dólares. Por este crimen pasó tres años en prisión, acusado de asesinato justificable.

En las fotografías de aquel tiempo, King tiene un porte serio. Cabello estilo militar y un traje propio de la época, bastante sobrio. Mide un metro con ochenta y siete centímetros: una figura temible.

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Hoy en día pertenece al salón de la fama del boxeo. El periodista Jack Newfield considera que uno de los puntos clave en su carrera fue haber sido “predicador de la solidaridad negra”. Sin embargo, Mike Tyson ha declarado que tiene deseos de asesinarlo por los millones de dólares que le robó en sus combates. No es el único que le guarda rencor. Muchos boxeadores negros señalan haber sido timados por él. Otros, como Witherspoon, han descubierto el modus operandi que le brindó el poder: ser el único promotor, no dar opción; boxeador que gana un combate, boxeador que debe firmar con él para obtener el siguiente.

En 2016, a sus 84 años, usando su característica chaqueta de mezclilla y una corbata con la bandera de los Estados Unidos, habla en un púlpito durante la campaña presidencial de Donald Trump. De su cabello electrizado ya sólo quedan cabellos raídos. “¡Votemos por Trump para salvar América!” “Trump es como yo: ¡yo soy un promotor del pueblo, y vivo para el pueblo!”.
 

Nuestro rastro en este lugar

Mi lugar de trabajo es mi habitación. Pero antes de serlo fue el estudio de mi abuelo. Aquí, hace más de 30 años, construyó una biblioteca con los libros de texto que estudiaba en la secundaria. Él tenía interés en las sectas y la religión. Hay libros negros de pasta gruesa sobre rituales, cinco tomos de la enciclopedia La historia del mundo, El capital, poesía Náhuatl y un libro titulado Dioses, tumbas y sabios. Cuando yo era niño jugaba a ser detective y encontraba las claves a los misterios a través de estos libros. Los hojeaba, olía el polvo, veía los rastros que dejó mi abuelo: su firma, cuentas escritas con lápiz, notas cursis para mi abuela.

Pero eso es sólo el rastro de mi abuelo. También está el de mi tía: Lipovetsky, Rousseau, Isabel Allende, Bordieu, Sontag, Coetzee, H.G Wells, Borges, Sabato, Monterroso. El burro de la plancha, una computadora de escritorio con estampitas de Los Simpson. Las buganvilias del pequeño balcón y los cactus —si mi tía fuera una planta, sería un cactus: con sus espinas y el botón de una flor surgiéndole de vez en cuando—.

El librero, ese animal de madera deforme por tantos libros, tiene mis huellas también. Sobre su piel escribí el nombre de mi banda favorita. Lo llené de chinches. Regué cerveza y se hizo chicharrón. Puse un altar al Gauchito Gil con una anforita de brandy Don Pedro. Detrás, una virgen llora lágrimas verdes. Hay una foto de mi abuela en la cantina de la sala, junto a ella está mi tía, una niña de vestidito azul. Mientras escribo, miro los ojos de mi abuela en la fotografía, llevándose a los labios un vaso de agua. La cantina tiene pocas botellas. Ahora son decenas, mías y de mi tía. El rastro de todo aquello que nos bebimos.

La poesía está en mi escritorio, al alcance de mi mano. Duermen Lizalde, Huerta y Ricardo Castillo. Mi charola de Mona Lisa está llena de colillas de porros. Mi cajón favorito huele a mariguana, y los papeles, las cartas, los documentos importantes, están revueltos. Miro mi propio librero -uno pequeño que yo construí-, sólo hay literatura. Fotografías y dibujos me hablan en las paredes. El retrato de Mario, los grabados de Yoke, los monstruos de Diana. ¡Papeles, papeles! “La vida no es un sueño”, una casa se incendia, la pulquería está llena de fantasmas. Mis guantes de boxeo cuelgan de la chapa de la entrada. Señales de tránsito robadas. Botellas, suciedad, recuerdos.

Y me pregunto ¿quién más dejará su rastro en este lugar?



Tonas Lima (Iztapalapa, Ciudad de México, 1999). Escribe crónica y poesía. Boxea con las letras y con la vida. Editor en Saca la Lengua Fanzine.

 

Punto en Línea, año 17, núm. 113, octubre-noviembre 2024

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