Galletas Karachi y té
Genoveva Castro Meagher
Aunque se parecía un poco a Jorge Negrete, el abuelo de Prashant no era actor, sino abogado. Era del sur de la India, de la ciudad de Madras, y la gente lo llamaba Tambabu que en la lengua tamil quiere decir “hermano menor” porque era el sexto de siete hermanos. Su trabajo lo llevó a vivir en varias ciudades de dicho país. A mediados de los años 50, poco después de la independencia de la Corona británica, la ciudad de Hyderabad se convirtió en la sede del tribunal superior del estado y Tambabu se mudó ahí con su familia. Uno de los íconos de Hyderabad es el Charminar, una construcción antigua con cuatro minaretes. El Charminar era el centro de la ciudad vieja. En esa parte está el tribunal superior donde trabajaba Tambabu y muy cerca queda la Pastelería Karachi.

Tambabu
Charminar, Hyderabad

Distancia entre Hyderabad y Karachi
Dilkush con chai
Prashant llegó décadas después que sus tíos a Estados Unidos a estudiar Astrofísica, inspirado por la saga familiar de estudios en el extranjero. Quería entenderlo todo y decidió que empezaría por el universo. Aunque le tocó una época en la que la migración de gente de la India se aceleró de manera extraordinaria dando lugar a condados enteros dominados por la gente de su país, sufrió, como todos, del mal de extrañar el terruño. Tambabu murió durante su primer año en el extranjero y Prashant no pudo regresar para sus ceremonias funerarias. Cuando le pregunté cómo vivió ese incidente, me contestó que se le rompió el corazón. Ahora ya no estudia las galaxias, investiga el cerebro de las personas. Migró desde el espacio hasta el interior del cuerpo humano.
Cada que alguien viajaba a Hyderabad y le preguntaban a Prashant si podían traerle algo, él siempre pedía galletas Karachi. Si él iba a ver a su familia, compraba una ración extra para comerlas de regreso a Estados Unidos. Quería una parte de Tambabu en su vida. En mis visitas a Hyderabad fuimos a la Pastelería Karachi como si fuera una peregrinación sagrada que culmina en un templo. Después era necesario comer las galletas tomando té y conversando con las innumerables personas que desfilan por su casa, ésa es la religión de la familia. Me impresiona lo avezados que son sus parientes para hacer plática y bromas perspicaces mientras comen un tentempié y beben un sorbo de sus tazas.
En el té también confluyen la historia de Europa y Asia. Los ingleses compraban el té de China, pero para controlar el mercado lo empezaron a cultivar en la India. En un principio la producción era exclusivamente para los europeos, hasta que las compañías cayeron en cuenta de que sería un gran negocio que la gente local también lo consumiera. Mi mentor Javaid Azim me cuenta que su abuelo tomó varias veces el té gratis que ofrecían las compañías como Lipton en las calles. Luego el abuelo le pidió a su esposa que lo preparara en casa. La gente no conocía la bebida y rápidamente se interesaron en consumirla, pero había que transformarla poniéndole los ingredientes característicos del lugar. El agua la hierven con un poco de jengibre fresco, a veces semillas de cardamomo, clavo o canela, té negro, mucha leche y abundante azúcar. El resultado es muy adictivo. La palabra chai designa específicamente al “té” y viene del chino cha, pero en muchos lados, chai se refiere al giro particular que se le dio a la bebida en la India con muchas especias.
La preparación del té es un tema que las hijas de Tambabu se toman muy en serio. La mamá de Prashant y sus hermanas proclaman que nadie puede hacer un té que las complazca. La proporción de agua, leche y especias y la cantidad de tiempo que se hierve la mezcla pareciera en sus labios casi un sensible tema político. Sólo ellas preparan su té. La tía viaja a visitar a sus hijas en Estados Unidos con un vasito de aluminio inoxidable, el material prototípico de los implementos para comer en la India. No es sólo el contenido, sino también el contenedor. Ella sólo quiere tomar el té en su vasito.
Una prima de Prashant, nacida en Estados Unidos, me pide que no le revele a nadie que compra su chai en las cafeterías. No está honrando las tradiciones y le parece que el chai “artificial” que se vende junto con capuchinos y expresos sabe muy bien. La bebida que han comercializado las corporaciones multinacionales viene de un polvito procesado que sus tías y primas no aprobarían jamás. Nadie ralla el jengibre ni abre las semillas de cardamomo, ninguna persona espera a que la leche con el té tome un color café oscuro mientras el brebaje hierve en la hornilla. No hay sutiles diferencias cada vez que se prepara, es un sabor estándar.
La gente de la India siempre insiste en que tomes té con un dulce o una botana en sus casas. Visitamos a una pareja que acaba de tener un bebé. La madre, visiblemente cansada, nos dice que nos va a preparar un chai. Cuando insisto en que no es necesario y que no queremos molestar, el padre contesta que es parte de su cultura. No nos quieren dejar ir sin comer algo y tomar té. Pareciera un rito milenario, pero es bastante reciente. Data alrededor de las primeras décadas del siglo XX. Pero el arraigo es tal que lo encuentras por todos lados en la India. Te lo ofrecen los llamados chai walas que aparecen a cada paso que das, incluso hay vendedores ambulantes de té hasta en los trenes.
El apego al té con un alimento ligero prevalece entre los migrantes de la India. En una visita a la ciudad de Chicago entro al cuarto de hotel de los tíos de Prashant. Todos fuimos para asistir a una boda. Me siento en la cama y la tía abre su bolsa, trae una fritura hecha de lenteja y especias, muy característica del sur de la India. Hierve agua en una jarra eléctrica e improvisa una sesión de té. Me advierte que la bebida será muy inferior a lo que debe ser, pero el objetivo de platicar va a cumplirse. Quiere saber sobre mis padres, mis hermanos y mi vida. Me cuenta la suya con una gran sonrisa mientras miro sus enormes ojos.
Los migrantes de la India tienen una presencia notable en sectores laborales en Estados Unidos. La revolución de la tecnología de la información volvió necesario contratar a un gran número de expertos en este ramo en los últimos 25 años; muchos de los trabajadores vienen sobre todo del sur de la India. La demanda superó a la oferta de profesionales en Estados Unidos. La India tiene una población extensa y una enorme cantidad de ingenieros. Prashant me habla de los amigos de su cuadra en Hyderabad, con los que jugaba de chico; casi todos están ahora en Norteamérica. Su prima hermana también dejó la tierra natal para trabajar con su marido en Nueva Jersey, uno de los estados junto con California, Texas y Nueva York en donde se concentra esta migración reciente. Tomamos el tren a Nueva Jersey para visitarlos y todos los vagones están ocupados por indios. ¿Acaso no nos dimos cuenta y estamos viajando a Hyderabad?
La migración india del siglo XXI no tiene precedentes y ha transformado las ciudades y suburbios de Norteamérica. Hay cines en los que se proyectan las películas de Bollywood, salones de belleza en los que las mujeres se pintan las manos con los diseños de henna, y campos en los que se juega cricket, deporte nacional de la India. El estado de Connecticut donde vivimos tiene más de 35 mil personas de origen indio, muchos menos que en otros sitios de la Costa Este, pero suficientes para ofrecer películas, servicios de belleza y encuentros deportivos. En nuestro parque, en el que caminamos con frecuencia, escuchamos cada vez más la lengua madre de Prashant, el telugu, otro de los idiomas que se hablan en Hyderabad. Sonidos nuevos se mueven en el aire, como las hojas de los árboles, cambiando el paisaje sonoro.
La identidad india está además profundamente ligada a su cocina. Donde hay indios prosperan las tiendas especializadas que importan los ingredientes tradicionales. Es impresionante todo lo que ofrecen y están diseñadas para una población amplia y deseosa de poner en su mesa lo acostumbrado. La Pastelería Karachi se convirtió en un gran emporio que exporta a muchos lugares del mundo. En nuestro supermercado indio en Connecticut ahora venden las galletas. Ya no es necesario ir a la India por ellas.
Voy de viaje a México y mi familia renta una casa fuera de la ciudad para que estemos todos juntos por unos días.
—¡Genoveva! ¿Ya se acabaron las galletas que trajeron? Las que tienen semillas de comino estaban buenísimas, muy peculiares. ¿Quién nos va a hacer el chai, Prashant o tú?
Muy contenta voy a la cocina. Todos sucumbieron al encanto de las conversaciones al calor del té y las galletas de la Pastelería Karachi que cuidadosamente metimos en las maletas. También llevé el té negro y las semillas de cardamomo que son difíciles de encontrar. De Karachi a Hyderabad, de Hyderabad a Connecticut y de Connecticut a México. Supongo que le daría gusto a Tambabu que, aunque no lo conocimos, nos convirtió a todos.