De Se hace tarde
Arístides Luis
Este es un adelanto del libro Se hace tarde—Jisei no ku—, en proceso de edición por DOGMA Ediciones, México, 2023.
Columbario
El discurso de las abejas (fragmento)
VI.
Quise morir en la luz. Cerré los ojos.
Antófila
Una abeja tocó mis pies
con la oscilación del agua
mientras me bañaba;
quise salvarla,
pero debía seguir
el flujo de mi propio vuelo
—se hacía tarde—
la danza en círculos en la cocina,
dos minutos mal leídos de noticias,
media taza de café para el cigarro
y de vuelta, a limpiar ese sabor
que deja la repetición en los dientes
antes de salir al pasmo de las horas.
Esta vez, me detuvo el insecto;
lo separé del charco
hacia uno de los bordes;
el aguijón del vuelo mutilado,
las yertas patas en cruz
boca arriba, como pidiéndome un tiempo
de paz consigo,
sin prisa ni tumbos.
—Vete, adelanta tu día,
no te detengas aquí—
dijo, mirándome con las alas pegadas en la loseta.
Su cuerpo, frágil, húmedo,
recostado en el pecho de mi sombra,
y el tajo de su destino intacto.
Nos sonreímos…
Entonces, sacudí el polvo que había dejado como rastro el agua
y salté por la ventana hacia las faldas del cerro,
donde crecen las flores.
Álgido
Primeras disecciones a mi propio cadáver (fragmento)
Morir es agotador. Podrás terminar este largo enunciado, esta cita de vaciamientos, de inmundicia sin escena propia, degollamiento y miembros verbales, expandidos de manera innecesaria, lo prometo. Podrás, pero a la vuelta no habrá un reflejo claro. No estará —te lo preguntas— el rostro que esperabas, sino cualquier otro; un rostro cosido en sus aperturas, uno en que las válvulas de los oídos han sido drenadas y en su lugar hay sólo sombras de piedras que impiden el exterior, lo mismo en el cuenco cerrado de los ojos, terso, por la ausencia; no más la mirada, sólo el trazo de un hilo que sella por sus ecuadores al cuerpo, y corrientes de frío, intensas esquirlas en la faz de un sol de hielo, que levantan, erizan el vello de tus brazos, se hinchan los poros como pequeñas bocas abriendo, junto a otros cabellos que quedan rendidos, y crecen en contra de su voluntad. Esto yace sobre un colchón metálico, pero no descansa, estalla, como la pupila durante el infarto, el justo instante en que las raíces del hongo que nos habita se han enterado de la pausa; el calor más intenso se parece al frío de las camas de acero, al rojo vivo en realidad es blanco, como la luz del invierno; en realidad es aperlado, como un hueso, mortal marfil de la oquedad, del pulso detenido. Alguien toma la hora. Pone en la estrechez de sus casillas un desglose numérico de lo que fuiste. Aún no se agota la cesación, se turba todavía algo adentro, el adentro mismo, hay que extirparlo —así comienza una correcta disección, exigiendo un mínimo de cortes—; nada está vivo, piensas, aunque se tuerza, o repte como una anémona entre los instrumentos, o se expanda todavía sobre las toallas, nada está vivo, insistes, te ha perdido, eres tu propio despojo, la lejana silueta de un montón de materia huérfana. Te hablé sobre el frío, no lo olvides. Este es diferente, no está aquí la nieve, no el sur, sino otra cosa. Algo menos que frío. Intento coser a tu pecho este paño de papel, que pueda absorber el cuerpo vacío para después rendirle culto; en Japón hay quienes dejan algunos huesos rotos en las cremaciones, se llama kotsuage, la familia se reúne a recoger los pedazos con palillos hashi de ceremonia, los colocan en la urna, un último gesto de cercanía, última reconstrucción; podrías hacer esto por mí, lo sé, pero piensa que no necesito que se rehaga esto que fui; recógeme destrozado, guárdame en ruinas. Que nada se cierre, no en este punto; retén las costuras, quiero mantenerlas así —cada punto bordará una apertura hacia otro sitio— para esto he trabajado, para esta apariencia fría, extremista, como la palma abierta de un sauce derrumbado; aquí hubo un estruendo de la tierra, hubo un plan, un acontecimiento, jamás podremos reconstruir la forma en que se tuercen los rayos de la madera cuando enverdece, cada grieta en esta hoja carcome el transcurso; para qué, dime…
Una carta recuperada del fuego
Discurso contra la pureza (fragmento)
Frg. V. A FAVOR DE LA BASURA
No hay cosa más burda que la ilusión de lo limpio, la prohibición de la basura. La vida se ensucia con el devenir. [Ilegible] recupera la carne en el rechazo al instante perpetuo. Habrá que detenerse —igual a un animal encadenado que arrancara sus patas mordidas por la trampa— a declarar el genuino suceso de un día distinto. […] los rudimentos del alba.
Frg. XI. CORRECCIÓN
Demasiado tiempo hemos pasado sin escuchar nuestras voces. La conversación se da siempre entre extranjeros de sí mismos.
¿He dicho antes que tal tiempo espectral me parecía el fantasma? No. Somos nosotros el fantasma, encerrados en un espejo que nadie mira.