Autobiografía ciclista
Yareny Gonsen
Aprendí a utilizar la bici cuando era niña, como muchas infancias de este país, gracias a la generosidad de los Reyes Magos. Abandoné las rueditas traseras no sin unas cuantas buenas caídas y raspones, condición de aprendizaje en bici, más la guía de mi padre y la imitación de mis amigos en la calle.
Los años pasaron y no volví a reparar en la bici que, de hecho, en algún momento fue vendida a un vecino no sin antes pasar muchos años recargada en el librero. El tiempo transcurrió hasta que un buen día mi padre llevó una bici tipo BMX rodada 20 a la casa. Nunca entendí por qué llegó ahí esa bici, ya que ni mi papá la usaba, por lo que decidí ir al parque para hacer un poco de ejercicio. 20, 30 vueltas alrededor del espacio recreativo que quedaba a una cuadra de mi casa. Las salidas se convirtieron en hábito y los beneficios a mi salud fueron evidentes.
Con ese poder de generar redes que sólo la bicicleta tiene, un compañero de la ENAH me invitó a salir de mi zona de confort y llegar hasta CU partiendo de la colonia Doctores y otros lugares del centro. Me enseñó su técnica “a la punk” para sortear las calles y avenidas de la ciudad. Además, me adiestró en ciertas mañas, no siempre bien vistas por los manuales de bicicleta, como ir sin luces, casco ni prendas reflejantes. Todo eso era parte de la experiencia punk, aunque yo, en ese entonces, realmente no reparaba en esos detalles. Mis rodadas empezaron a ser cada vez más lejos, demostrando así que no sólo los vehículos motorizados podían hacer grandes recorridos por la ciudad. Perder el miedo fue parte del proceso.
Pasó el tiempo y cambié esa pequeña bici por una Mercurio rodada 26 a la que nombré Carmilla, como el personaje de Sheridan Le Fanu, y que se convirtió en mi medio de transporte al trabajo. Trabajaba en una cafetería en la que mi turno terminaba a la medianoche, por lo que a mi casa llegaba poco antes de la una de la mañana; pero si se ponía bueno el chisme con mis compañeros o íbamos por tacos, pues entonces me daban las cuatro de la mañana. La autonomía de moverme a la hora que quería sin pagar grandes cuotas en taxi o transporte público era invaluable. Libertad.
Siempre fui una ciclista solitaria, nadie de mis allegados compartía mi gusto por pedalear. No obstante, con el paso del tiempo, a pesar del gusto de vivir la ciudad en bici, me agotaba el hecho de temer por mi vida debido a las conductas de otros usuarios del espacio público. Aproveché la oportunidad de dedicar mi investigación doctoral al análisis y entendimiento de la dinámica de movilidad en la Ciudad de México. Una tarde a las afueras de una farmacia en la Doctores me robaron a mi querida Carmilla. Gracias a la vida pronto llegó Babybel, mi adorada bici de ruta negra con detalles en azul, rosa y morado.
Durante las protestas que por diversas razones se suscitaron durante la pandemia, esta solitaria ciclista conoció a más personas con su misma pasión y preocupación por mantenerse siempre vivas sobre la bici: ciclistas con quienes construir en cada pedaleo una ciudad más segura para todos. Esto fue un descubrimiento. Además, ha sido inesperado compartir la devoción por la bici con la persona amada. Lo recomiendo.