Resistencia trans
Itziar Silva Ventura
En un momento de mi transición me di cuenta: había un conflicto al entrar en el baño al cual había entrado toda mi vida. Estando dentro del baño sucedía que un hombre al verme se mostraba confundido; claramente se preguntaba si la persona de falda frente a él era una mujer, y sus tropiezos y movimientos tontos buscaban si había entrado al baño correcto, a pesar de haber frecuentado el mismo durante tantas veces. Yo me sentí́ un poco incomoda, fuera de lugar. Un poco. Las chicas encargadas de los baños cuando veían que me dirigía hacia el icono masculino comenzaron a decirme que ese no era mi baño: “El de mujeres es acá́”. Algo confundida, pero entendiendo lo que sucedía, comencé́ a entrar al baño de mujeres, un lugar desconocido y en el que pasaba desapercibida a primera instancia. Comencé́ a sentarme para hacer pipí, para que no se escuchara el chorro del pene bajo mis ropas y a hacer filas más largas porque había cambiado mi manera de vestir. Pensé́ que esto era problema solucionado, que con el tiempo me acostumbraría a ocupar este otro espacio que me había sido designado sin mucha voluntad, ceder y decir: sí soy mujer.
Después de la pandemia regresé a la escuela. Habían pasado dos años desde que comenzamos a tomar clases en línea, pero solo pude quedarme un año encerrada y después me fui a la costa de Oaxaca a trabajar en algunos restaurantes. Me instalé cerca de la playa. Pasé todo este tiempo allá́, cerca del agua, en una playa nudista llamada Zipolite. Me creció el cabello hasta los hombros, y cuando me vestía usaba las primeras faldas que había tenido en mi vida y me estaba transformando, con todas las historias que estaba viviendo, en una mujer. Una noche la luna me llamó, quería llamarme hija y bendecirme con las espumas de las olas. Yo salí de mi casa hipnotizada a pasos de la arena. Y me sumergí hasta donde no pudiera llevarse mi cuerpo la marea. La luna destelló sobre el reflejo de mis ojos y me volví́ luna, perpetua, y bajé mujer. Ahora que las clases comenzaron, he visto de nuevo a mis compañeros a quienes presento quien soy hoy, y entro con mis compañeras al baño. Pero un día, necesité rasurarme la barba nueva frente al espejo y me dio pena. Al salir, cuando alguien me sostuvo la puerta, omití decir gracias y hacer notar lo rasposo de mi voz.
¿Debería alguien sentirse incomodo, incomoda o incomode por necesitar entrar al baño? De pronto elegir un baño femenino o masculino se ha vuelto una decisión difícil. No soy una persona ansiosa, pero me estreso fácilmente y aunque a veces ocupaba un baño, y a veces me sentía más segura siendo mujer, he optado por elegir el baño femenino para mantener una cotidianidad.
Pero la discriminación es un platillo que se sirve varias veces, para intentar sofocarte. Tolero ser constantemente observada, miradas de desaprobación, o incluso el temor a ser abordada o acosada. Porque claro, el día que decido entrar al baño masculino no será́ raro que algún tipo tense su cuerpo en dirección hacia mí porque ha entrado en modo de caza. En cada situación, y en el fondo de mi semblante serio, el miedo se hace presente.
No recuerdo cuándo comenzaron los mensajes de odio, ni de parte de quién fueron los primeros insultos, pero los vi un día y luego otro y luego uno más, que ya no me permitieron ignorar. Leo en las puertas de los retretes que las mujeres no tienen pene, que salgamos de estos espacios, que comamos mierda, que somos peligrosas. Leo todo esto mientras hago del baño. Una parte de la sociedad me relega a un espacio por lucir de una manera y otra. Intenta excluirme atribuyéndome cualidades negativas que no poseo. Soy una mujer trans desde hace poco más de un año, y la gente siempre me ha hecho sentir bonita. En aquel principio me presentaba como elle porque había encontrado un lugar en lo no binario, pero desde que uso ropa de la sección de mujeres me alientan a que me meta hormonas para terminar de lucir completamente femenina ¿Por qué́ debería de ser una mujer femenina? ¿Para quién? ¿Para satisfacer algunas fantasías de estereotipos patriarcales? Si quiero, bien, es mi decisión. Y todos los halagos que he recibido me hacen caminar con seguridad por la escuela y por la calle, porque sé que aquellos que me observan admiran mi belleza y el carácter que he obtenido de mis años que marco con cada paso que doy. Por eso al elegir un baño u otro lo hice sin inmutarme, para no mostrar inseguridad. Pero las personas trans somos muy diversas, a cada una se nos impuso el género de manera distinta y cada una vivimos nuestra transición de una manera particular. Es imposible pensar pasar desapercibida en un baño de mujeres, o mis hermanos trans en un baño de hombres; sería un intento por pasar desapercibidas de la vida. Y eso es lo que el heteropatriarcado quiere, que nos quedemos en los rincones oscuros, en la clandestinidad donde nadie pueda señalar que existimos. ¿Qué sienten mis hermanes trans cuando el cuerpo les “delata”? Las espaldas anchas, las piernas con pelos, los rostros barbudos y rasposos por el rastrillo, las voces gruesas, las voces agudas. Todas merecen un espacio como cualquier persona para ir al baño, para procurar nuestra higiene. A pesar de que nos excluyan con sus discursos, o con sus miradas o actitudes. El lenguaje del prejuicio puede ser estruendoso aún con el movimiento más sutil.
Pero un día resistimos. Lo vi cuando iba a clase de literatura por el pasillo del colegio. Estaban todes protestando fuera de la dirección y los baños serían tomados para crear unos nuevos baños neutro. Entre gritos y consignas de lucha seguí mi camino tratando de involucrarme en mis propios asuntos, estaba acostumbrada a la seriedad. Cuando regresamos de aquel paro estudiantil algunos baños de hombres y de mujeres habían sido tomados y clausurado el género. Era como estrenar un espacio nuevo de la escuela, al entrar parecía un museo de pintas con frases a favor del no binarismo y cada una de mis inseguridades sonrió con complicidad a aquelles quienes habían puesto el pellejo. Nunca ha sido mi estilo de lucha, la organización estudiantil, siempre he sido una gata solitaria que declama poemas y quejas en los rincones de la ciudad. Siempre supe que me faltaba valentía porque hay ocasiones en las que hay que poner el cuerpo con otros cuerpos para ser un solo cuerpo. Aquí́ nos reconocemos, en un lugar tan feo como un baño. Donde todo se desecha hemos venido a encontrarnos. Somos elles y no somos el signo binario otorgado a nuestro sexo, ni se explica con nuestro vestir. Tardarás en descifrar lo que tenemos entre las piernas. Así́ somos. Encontrándonos en las alcantarillas existimos. Desde las alcantarillas resistimos.
Esto presenta otra dificultad: que los hombres y las mujeres cis convivan en un espacio común, donde las mujeres vulneran su cuerpo y gestionan su intimidad. Nada contentas primero reclamaron sus baños: que les construyan unos nuevos a los queer, que esperen en medio de las puertas a inclinarse a un género y cumplir con lo necesario para entrar y salir sin mucho rollo ni mucho ruido. Pero luego han dicho que nuestros baños son un peligro porque los baños acosan, y que nuestra identidad es solo un pretexto para violentarlas. Claro que es el pensamiento de un grupo de personas. Desde que llegué a la universidad he tratado de hacerme un lugar entre mis compañeres, de tejer redes y hacer amistades. He tratado de ser cordial en cada clase y mi vida en la escuela lo demuestra. Puedo ir por los pasillos un día, sola, ensimismada en mis tareas y, sin embargo, siempre aparece alguien para compartir el almuerzo, el descanso entre clases, el regreso a casa o para hacer las mejores exposiciones del grupo. Mi identidad trans no me hace una violentadora. Te digo que me he ganado un lugar entre los míos.
Han ocurrido incidentes en los baños. Gente que ha espiado, huellas de pisadas en los retretes, la alarma del botón de pánico rojo ha sonado varias veces. Recuerdo que estas actividades son comunes en los baños de hombres, quienes han gestionado actividades de interacción sexual entre ellos en los baños, es algo que pasa en el espacio de hombres y no es exclusivo de los hombres gays. Lo que es verdad es que aquellas personas que rompen la privacidad de nuestra intimidad son los acosadores, los abusadores, violentadores y violadores. No las personas trans. ¿Es el baño neutro nuestro espacio? ¿Deberíamos de tener estrategias de exclusión para prevenir este tipo de violencia en espacios compartidos? La verdad es que los hombres violentan en donde sea que compartamos espacios. Ellos se han dedicado a excluirnos con su cultura del acoso y su fraternidad de machismo. En el metro, cuando nos arriman su verga, cuando nos la muestran en los camiones, cuando nos tocan subiendo las escaleras abarrotadas. Son los depredadores sexuales quienes nos violentan dentro y fuera de cualquier baño y esto no está determinado por una identidad trans.
Esto pasa aquí́, en el centro del país, en la universidad. Aquí está el lenguaje que traemos de todas partes. Allá lejos estamos dispersas y el verdugo del género nos persigue de maneras diversas. Lavo mis manos, me arreglo un poco la ropa y veo en el reflejo del espejo las pintas que siguen peleándose unas con otras y terminan formando garabatos poco legibles. Opto por leer “resistencia trans” y nada de lo que haya debajo. Seco mis manos, salgo de la biblioteca y regreso con mis amigos al jardín de ligero tinte soleado donde esperamos nuestra próxima clase, reímos de nuestras tonterías y platicamos de los últimos sucesos de nuestras vidas, nuestros sueños, nuestras tristezas, nuestros amores, y recordamos con gracia nuestras aventuras pasadas. Dejamos flotar la ceniza de nuestro espíritu azul. Porque nadie puede quitarme mi existencia.