Lo que pudo haber sido
El siguiente texto nació como un ejercicio de diálogo con la pintura The Young (1980) del pintor chino Huang Guanyo (1945). Por motivos de derechos de autor no podemos publicar aquí la imagen del cuadro, pero los invitamos a verla mediante el link que compartimos a continuación. Recomendamos leer el texto observando la pintura.
https://www.artnet.com/artists/huang-guanyu/the-young-br-ibnI6bnWV1b8eQU-DuA2
What might have been is an abstraction
Remaining a perpetual possibility
Only in a world of speculation.
T.S Eliot
Aún estaba enamorada de Chen en esa época. Hong Kong era caro y la universidad me quitaba la gran parte de tiempo para trabajar. A veces cuidaba niños por las tardes a familias extranjeras. Nunca en Nanhai lo hubiese pensado. Ahí me alcanzaban las propinas de mis padres para comprarme uno que otro librito, salir a comer algo y andar siempre bien presentable. No tenía que preocuparme por lavar y planchar mi ropa. Pero, en esos años en la Universidad de Hong Kong, hacía lo imposible por cumplir con todo y con verme siempre guapa para cautivar a mi Chen. Lo veía entrar seguro a las clases y encantar a los profesores con sus participaciones. Extendía sus grandes y fuertes manos para debatir ideas y proponerlas. Siempre lucía bien y olía a limpio, a diferencia de la mayoría de estudiantes. Llevaba pantalones y zapatos marrones que solía combinar con ese bello abrigo gris que alguna vez me arropó del frío. Su pelo oscuro, fino y lacio destacaba frente a sus fuerte rasgos: esa nariz pronunciada y varonil y sus labios grandes y perfectos.
Por ese entonces, yo no era lo que soy ahora. Han pasado cuarenta años y cuando me veo al espejo no me reconozco. Aún espero ver a la chica esa de la foto. Me recuerdo delgada, con mi cara pequeña y perfecta. Mi pelo sin ninguna cana y siempre vestida con mis mejores esfuerzos. Solía combinar mis mejores y más planchados vestidos. Toda la universidad se detenía en mí cuando caminaba por el patio de la universidad y me dirigía a las clases. Incluso algunos pervertidos miraban con deseo mis bellas piernas que ahora ya nadie mira. Chen era la excepción. Nos encontrábamos en los bosques de la universidad para repasar lecturas y comer las loncheras, aunque a mí lo único que me importaba era estar con él.
Chen se sumergía realmente absorto en sus lecturas y, a lo largo de nuestra relación, tras mis reclamos de atención, siempre se justificaba en que un escritor solo puede entregarse total y pasionalmente a la literatura. Hoy día soy yo quien publica y es traducida, de Chen nada sabemos. Lo admiraba tonta y adolescentemente. Fingía leer a mis clásicos y anotar inteligentes frases y comentarios en mis cuadernos o a los bordes de las páginas. Quería encantarle. Quería que me mirase como todos los demás. Quería que desease mis piernas como esos pervertidos que poco me interesaban. Quería que notase que mi vestido celeste combinaba perfecto con mis zapatitos y mis medias azules. Pero no, él solo tenía tiempo para sus libros y cuadernos de escritura que nunca leí. Mi cuaderno rojo de proyectos literarios era más bien un confesionario de cada nueva admiración que me generaba Chen. Sus brazos, su torso y mis despegues de cómo sería llevarlo a mi cama o que me llevara a la suya. Lo miraba largos ratos, con el mentón apoyado en mis manos y con las piernas cruzadas, como una tonta enamorada; mientras que él, una vez más, solo mostraba compromiso con su literatura. Los ojos sólo para sus cuadernos y las manos concentradas en acariciar una de esas flores amarillas suyas, mucho más hermosas de ese autor que tanto nos gustaba.
Es sorprendente que hoy sea yo quien escribe esto dentro de mis ¿memorias? y aún sonría estúpidamente al escribirlo. ¿Qué habrá sido de Chen? Incluso en los momentos en los que escribo estas líneas siento esa admiración por él —ahora solo recuerdo— y siento injustas todas estas palabras. Nunca tuve su habilidad —aunque desconocida, pero sabida— y no encuentro la mejor manera de escribirlo a él.