En torno a Virginia Woolf
Alejandra Hernández Ojendi
Hay dos fotografías que vienen a mi mente cuando leo a Virginia Woolf o escucho algo sobre ella. La primera corresponde al célebre retrato que en, 1902, le hiciera George C. Beresford. Entonces, la novelista y ensayista en ciernes tenía veinte años. El cabello partido al centro, y recogido en un moño, enmarca el perfil del rostro anguloso y cae sobre el cuello esbelto. La mirada, dirigida a un punto incierto, parece ignorar la cámara. Todavía faltaban un par de años para que la escritora británica empezara a publicar relatos, reseñas y ensayos en The Guardian y el Times Literary Supplement.
En la otra imagen, también en blanco y negro, Woolf aparece de frente sosteniéndose la cara. Una sonrisa insinuada. En la mano izquierda, un anillo. De nuevo, la raya en medio y el rostro delgado pero ahora de una mujer madura. El abultado pelo del abrigo contrasta con la ligereza del vestido del primer retrato. El autor y la fecha exacta de esta segunda foto se desconocen, si bien se calcula que fue tomada en los años treinta, de acuerdo con la agencia Getty Images. Para comienzos de esa década, la prolífica autora ya había publicado sus novelas más famosas, aire fresco para la narrativa de ese momento: La señora Dalloway (1925), Al faro (1927), Orlando: una biografía (1928) y Las olas (1931), así como su primer ensayo largo: Un cuarto propio (1929).
Ambos retratos me evocan a la mujer sensible, de inteligencia portentosa, que sufrió terribles periodos de depresión y que el 28 de marzo de 1941, mientras los alemanes bombardeaban Londres, se sumergió en las aguas del río Ouse con los bolsillos llenos de piedras. Desde la fijeza de esas imágenes, pienso en la novelista que experimentó con la técnica del flujo de conciencia, en la ensayista que señaló las desiguales circunstancias sociales y materiales en las que escribían hombres y mujeres, y en la crítica literaria que entendió como pocos los desafíos que enfrentaba la literatura de su tiempo: las convulsas primeras décadas del siglo XX, asoladas por la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
Si bien es muy conocida por su faceta como novelista y por ese ensayo clave que sentencia que para escribir una mujer necesita dinero y un cuarto propio, menos célebre es su trabajo como crítica literaria. Lo cual me parece una pena puesto que sus ensayos dedicados a esta labor son de una erudición y una lucidez deslumbrantes. ¿Cómo entendía Woolf la crítica literaria? ¿De qué manera esta representante del modernismo anglosajón e ícono del feminismo se acercaba a los libros? ¿Cómo es que la autora de Flush (1933) y Tres guineas (1938) leía? Ella misma proporciona pistas al respecto en varios de los textos incluidos en la antología en español La torre inclinada y otros ensayos (Lumen, 1980), varios de los cuales, por cierto, han sido incluidos en el volumen de ensayos literarios El estrecho puente del arte (Páginas de Espuma, 2023). Especialmente el ensayo no fechado "¿Cómo hay que leer un libro?" resulta revelador, pues cómo ha de responder la autora si no es a partir de su propia experiencia. Woolf parte de una pregunta en apariencia sencilla para compartirnos el que se intuye es su propio proceso de lectura, si bien nunca hace explícita la naturaleza personal del escrito. El texto deja ver, entre otras cosas, la opinión de la escritora con respecto al lector común y al crítico académico. Significativamente, Woolf coloca la libertad del primero por encima de la autoridad del segundo:
La escritora británica reconoce, asimismo, que leer desde la comprensión plena no es un trabajo sencillo, e incluso considera a este acto un arte. En relación con la lectura de novelas comenta también en "¿Cómo hay que leer un libro?": "Leer novelas es un arte difícil y complejo. Y no sólo debemos tener muy fina percepción, sino ser también capaces de gran audacia imaginativa, si queremos hacer pleno uso de lo que el autor —el gran novelista— nos da". Pero, además de capacidad de percepción e imaginación, el complejo y difícil arte de leer consta de una segunda operación: "El primer proceso, consistente en recibir impresiones con la máxima comprensión, es sólo la mitad del total proceso de la lectura, y ha de ser completado, si es que queremos extraer todo el placer que un libro puede proporcionar, por otro proceso". Con este último Woolf se refiere al acto de juzgar y comparar el libro en cuestión, ya sea una novela o poesía: "Seamos severos en nuestro juicio, comparemos cada libro con el más grande en su género. En la mente guardamos solidificadas las formas de los libros que hemos leído, y han quedado solidificadas gracias a nuestro juicio", sugiere en este texto de naturaleza eminentemente didáctica, que leyó en una escuela. En otras palabras, el lector ha de ser capaz de encontrar y nombrar las cualidades comunes entre los libros que lee: "Este libro no sólo pertenece a tal tipo, sino que tiene tal valor, aquí se frustra, aquí se logra, aquí es malo, aquí es bueno".
"¿Cómo hay que leer un libro?" es, pues, una reflexión sobre la complejidad del proceso de lectura y el papel activo que ha de jugar el lector. Éste no puede dar por terminada su labor con la recepción de las impresiones que la lectura propiamente dicha le proporciona. Ha de poner en orden sus lecturas, valorarlas. Dicho en una frase: "seguir leyendo sin tener el libro ante la vista". La escritora británica es consciente de la dificultad que encarna acercarse a los libros de este modo, pero está convencida también de que es sin intermediarios, es decir, sin la intervención del crítico, como mejor se resguarda la íntima relación entre el lector y el escritor: "Nuestra relación con los poetas y los novelistas es tan íntima que la presencia de otra persona nos parece intolerable". No destierra por completo la relación entre lector y crítico. Plantea, más bien, un trato de tú a tú: "Pero sólo si recurrimos a ellos cargados de interrogantes y sugerencias honestamente forjadas en el curso de nuestras lecturas, estas autoridades pueden ayudarnos. Y de nada nos servirán si vamos a ellos, y yacemos a sus pies, cual corderos a la sombra de un seto". Este tipo de acercamiento, desde la igualdad y no de la sumisión, es el que han de protagonizar el lector y el crítico. Me parece que es a partir de esta relación más horizontal y menos jerárquica que Woolf busca acercarse al lector. Se dirige a él no desde el pulpito de una autoridad togada, sino desde su experiencia como lectora. De la experiencia de una lectora perspicaz que busca establecer un puente con otro lector.
No es difícil constatar que Virginia Woolf pone en práctica el proceso de lectura que devela en "¿Cómo hay que leer un libro?". Al leer otros ensayos de La torre inclinada y otros ensayos es posible advertir los procedimientos comparativos y de juicio que lleva a cabo, postulados en ese ensayo. Por lo regular, recurre al contraste de autores u obras del pasado y el presente: "Quizá será más fácil comprender a los escritores actualmente vivos si examinamos brevemente algunos de sus antepasados". Mientras que las aseveraciones con respecto a ellos y sus obras si bien no suelen ser terminantes, tampoco son timoratas. Siempre en un lenguaje poético, cargado de imágenes a un tiempo simples y poderosas —como la de la torre inclinada desde la que escriben los escritores tras la sacudida de la Primera Guerra Mundial—, Woolf despliega un abanico de reflexiones que le permite vislumbrar las características de la narrativa de su tiempo, así como los derroteros que ha de tomar hacia al futuro. Su época está signada por la modernidad y la guerra, asuntos que son materia de sus ensayos. En "El estrecho puente del arte" (1927), por ejemplo, toma muy bien el pulso a la sensibilidad del momento que le ha tocado vivir. Habla de una nueva percepción, de sensaciones y emociones quebradas, mezcladas, no unitarias ni completas: "Ya no percibe (la mente moderna) separadamente sensaciones que antes percibía así. La belleza forma parte de la fealdad, la diversión es parte del asco, el placer del dolor. Las emociones que antes penetraban íntegras en la mente ahora se quiebran en su umbral". Insiste: "En la mentalidad moderna, la belleza no va acompañada de su sombra, sino de su valor opuesto". Para expresar esta nueva atmósfera, al escritor, que necesariamente entabla un diálogo con su tiempo, ya no le alcanzan las formas tradicionales, como la poesía o el drama. Ha de encontrar en la maleabilidad de la prosa, específicamente de la novela, ese vehículo: "Puede muy bien que esas emociones, atribuidas a la moderna mentalidad, se sometan más fácilmente a la prosa que a la poesía. Puede muy bien que la prosa asuma —en realidad ya lo ha hecho— algunos de los deberes que en otros tiempos cumplía la poesía".
Pero, ¿cómo ha de ser esa novela que a finales de los años 20 Woolf entrevé? No sólo será genéricamente híbrida, pues incorporará cualidades de la poesía y el drama, sino que habrá de dar cuenta de los movimientos de esa fracturada mente moderna, acosada por impresiones y emociones contrastantes:
La escritora británica concibe, pues, una novela moderna, experimental, refractaria al costumbrismo precedente, al mero retrato de modos de vida y relaciones sociales. Una novela que supere la concentración exclusiva en lo externo de la existencia humana (los diálogos, las acciones). Que, como un espeleólogo, se adentre también en las profundas cavernas de la mente. Y la técnica del monólogo interior, empleada por la propia Woolf en La señora Dalloway, Las olas o Al faro, y por su admirado Joyce en el Ulises, a la que sin embargo no se refiere de manera explícita en estos ensayos, resulta un vehículo idóneo para ello. La lectura del Ulises (publicado en formato de libro en 1922) revela cuánta vida se excluye o se ignora en la escritura de la novela tradicional, afirma en "La narrativa moderna" (1919), también incluido en La torre inclinada y otros ensayos.
El optimismo que se respira en "La narrativa moderna" y "El estrecho puente del arte" con respecto a la novela, se desvanece en el posterior ensayo "La torre inclinada" (1940), que le da título al volumen al que me he referido. En este último se advierte un desencanto de la autora con respecto a la obra de sus contemporáneos. Para Woolf, la vivencia de la Gran Guerra —si bien la Segunda ya también se había desencadenado— marcó la obra de los autores de su tiempo. La dotó de un cariz político: la conciencia de sus privilegios de clase, en detrimento del arte literario. La torre de marfil que históricamente habían habitado se inclina tras la guerra y ahora son capaces de dirigir la mirada, oblicua, a otros grupos sociales: "atrapados en su educación, apresados por su capital, (estos escritores) siguieron en lo alto de la torre inclinada y su talante, como podemos ver, queda reflejado en sus poesías, obras teatrales y novelas, rebosantes de contradicciones y amargura, de confusión y transacciones".
No obstante, la escritora concluye este ensayo con un posicionamiento político. Si la educación y la literatura han sido hasta entonces propiedad de unos cuantos, ahora pueden estar al alcance de cualquiera: "La riqueza ya no decidirá quién ha de recibir enseñanza y quién no". De ahí la importancia del lector común. No olvidemos que Woolf publicó dos series de ensayos tituladas justamente The Common Reader (1925, 1932). "Tenemos que aprender por nosotros mismos a comprender la literatura… aprender a determinar cuál es el libro que rendirá siempre dividendos por placer y cuál es libro que no rendirá ni un penique dentro de dos años", asevera.
La idea de la libertad e independencia del lector, así como su necesaria capacidad de comprensión y valoración, atraviesan estos ensayos de Virginia Woolf. Dichos textos revelan sus amplios alcances como lectora activa, que pensaba y escribía. Que seguía leyendo aun cuando ya no tenía el libro al alcance de la vista porque sabía que el proceso de lectura abarca mucho más: no termina cuando todas las palabras han pasado por los ojos. Crítica literaria y creadora, sus textos sobre la obra de otros autores son ellos mismos literatura. Ensayos que dialogan con su narrativa: ¿de qué manera sus reflexiones sobre la novela moderna influyeron en la escritura de sus propias novelas y viceversa? Géneros distintos en los que, no obstante, hay vasos comunicantes. Creaciones de diferente tipo. Críticas-ensayos y novelas: islas del mismo archipiélago.
En su sensibilidad extrema, y en la brillante lectora y escritora, pienso cuando veo las fotos de Virginia Woolf.