"La misma sabiduría del pueblo aceptó otra grave decisión estructural básica; tal vez la más comprometida que la nación ha tomado como el fin último de nuestro proyecto nacional: disminuir en el sexenio, como lo hicimos, el incremento poblacional del 3.6% al 2.5% […]. Se concilió la necesidad, con respeto a la libertad de pareja que ha resuelto el número y esparcimiento de su prole. Fue otro logro estructural que puede convertirse en irreversible. "Avanzamos, de mantenerse esta tendencia decreciente podremos esperar que para el año 2000 seremos alrededor de 100 millones de mexicanos en vez de 130." Grave decisión ética entre lo cualitativo y lo cuantitativo. El nivel de vida, el desarrollo social, frente al crecimiento inmoderado de población que lo hace imposible en este mundo lleno de contradicciones y limitaciones. En este momento de aturdimiento, tal vez no lo valoremos en su cabal importancia. Para México, se trata de su futuro: cuántos mexicanos debemos ser. ![]() Velocidad y multitud ¿Por qué diez y no tres o, simplemente, tu poeta joven favorito? Por azar tal vez, pero sobre todo porque somos muchos, quizá demasiados. Como en el VI Informe de Gobierno del entonces presidente José López Portillof, pronunciado el 1 de septiembre de 1982 y anteriormente citado, México se debía preparar, ya que de 1976 a 1982 su crecimiento demográfico fue del 3.4%. Por ello, años después, vendría la enorme demanda insatisfecha de aspirantes a cursar el nivel medio superior de educación, la implantación del CENEVAL, el examen único y, tres años después, la huelga de la UNAM y el desempleo. Ésta es la primera carcaterística de la generación: su número. Si se piensa, un tanto románticamente, que el oficio poético es de unos pocos, resulta que en nuestro país esos pocos, quizás en parte por nuestra densidad demográfica, rebasan la centena (no nos metamos ahora en cuestión de originalidad, manejo del lenguaje, etcétera). Para comprobarlo basta revisar algunas de las antologías o “muestras” de jóvenes poetas publicadas en los últimos años. ¿Cuál es entonces el panorama de la multitud de jóvenes poetas de México? ¿Cuál el camino a seguir? Enclaustrarse, escribir con la ilusión de ser un día descubierto y recompensado, como la Cenicienta, o lanzarse al ruedo, al coliseo de popularidad, al Top Ten: “¿Quiénes son tus diez poetas jóvenes mexicanos favoritos?” Descarto aquí la opción “madura y razonable” de escribir meramente por placer, sin importar el reconocimiento. En una industria cultural y editorial como la nuestra, donde el nombre del escritor ha devenido en marca y su persona en una especie extraña entre rockstar y vocero de la sociedad; donde si no eres marca registrada, avalada por al menos algún premio prestigioso, pocos, realmente pocos, arriesgan capital por un libro tuyo, por la promesa del autor que un día puedes llegar a ser. Y quienes sí lo arriesgan (instituciones, centros culturales, universidades) no entienden en su mayoría el proceso editorial. Burócratas por editores, secretarias por correctores de estilo. Mal editan, mal corrigen, mal diseñan, mal eligen papel, mal empastan, mal imprimen, mal planean tiraje y, definitivamente, no promueven ni distribuyen: embodegan. Por ello la necesidad del Top Ten, porque las oportunidades, las buenas, son pocas y nosotros, demasiados: “¿Quiénes tus diez poetas mexicanos jóvenes favoritos?” Otra razón para la pregunta es la proliferación de premios, becas y estímulos a jóvenes creadores. De suerte que hay más de uno que lleva la misma cantidad de becas que de premios y de libros publicados. Otros que llevan subsistiendo cinco o seis años de becas estatales y nacionales. ¿Es esto un pecado? ¿Es condenable ser retribuido por el trabajo? Si fueron ganadas legalmente, creo que no. Lo que sí es evidente es que quienes escriben por el mero gusto, han quedado un poco en jaque, un poco en entredicho dentro de esta especie de olimpiadas juveniles. ¿Es ésta una lucha voraz por premios y reconocimientos? ¿Es necesaria? No lo sé. Espero que no. Lo que tampoco sé es cuánto y cuántos jóvenes creadores pueden resistir porque, aunque parte medular del oficio se llama resistencia, sin alguna retribución que valide o anime a seguir trabajando (y con retribución no me refiero a la farándula y el dinero, sino también al comentario, simple y llano, de alguien que te leyó, a ver tu nombre impreso, a la oportunidad de hacer llegar el mensaje) es difícil seguir produciendo. Más si se toma en cuenta que de algo debemos vivir, que empleos para poetas hay pocos, que los libros cuestan, que la renta… ![]() Con tantos autores lo lógico es trabajar juntos, hacer mancuerna, coludirnos, armar encuentros, mesas de lectura, eventos culturales, debates, foros de discusión, revistas, fanzines, editoriales; criticarnos, antologarnos, descalificarnos, aborrecernos, agredirnos, formar mafias y aplastar al contrincante. Recuérdese, dije lógico, no ético. Otro hecho previsible es que siendo tantos, tan entusiastas y tan competitivos, seamos autogestivos. Somos los suficientes como para formar una micro sociedad de autores, editores, críticos y lectores. Lo que nos permite prescindir, si lo queremos, del patrocinio gubernamental, el padrinazgo, el reconocimiento previo de “las autoridades” de la cultura. Por supuesto, no todos lo están haciendo, hay muchos que babean (y seguirán babeando) por encontrar su nombre en, digamos, Letras Libres, pero en definitiva nadie se ha quedado sentado a esperar ese día. La generación de los 70 y los 80 ha mostrado interés en darse a conocer, incluso, por un medio poco prestigioso y nada crítico; inmediato y accesible al sólo dar click: internet. Caso especifico, Las Elecciones Afectivas, un blog con un fácil y acrítico sistema operativo: el primer autor sube su foto, algo a lo que pueda llamarle “poética”, su ficha bio-bibliográfica, una muestra de su obra y una lista de autores: sus amigos, compañeros estéticos, influencias; con quienes sale a tomarse la cerveza, con quienes quiere quedar bien, a los que reivindica, a los olvidados, a los de siempre, etc. De manera que, más que una antología, resulta un sociograma de la actual escena poética. En este blog la brecha generacional se ha marcado. Ya sea por indiferencia o apatía de las generaciones mayores o por la impulsividad de los más jóvenes, la muestra es prioritariamente joven (30 nacidos en los 80, 46 en los 70, 21 en los 60 o anteriores. Siendo Gerardo Deniz, de 1934, el mayor, y Eduardo de Gortari, de 1988, el más pollito). Al respecto, más que denotar tal o cuál poética o su valor, quiero resaltar que estamos muy lejanos a la homogeneidad estética trazada por la hegemonía de Paz. Multitudinarios y caóticos. ![]() Ante estas circunstancias es más fácil optar por un Top Ten, una gráfica de popularidad inmediata y efímera, ajena al valor que sólo el tiempo y la crítica objetiva pueden dar: el libro como un producto más. El autor como su vendedor. Supongo que lo coherente sería ahora dar mi lista, mi Top Ten de jóvenes autores mexicanos (y nótese aquí que la pregunta siempre fue por los nacionales, como si no tuviéramos ya capacidad de vernos dentro de un complejo al menos latinoamericano o hispanoparlante). Al respecto digo que no, que no son autores, que son obras, libros en específico, porque me resulta ridículo canonizar a un autor por su primer o su segundo libro. Y que no creo prudente anexar mi lista de libros porque como toda mesa de novedades, al mes siguiente puede cambiar. Para México, se trata de su futuro: cuántos (jóvenes poetas) mexicanos debemos ser. |
Ilustraciones: Sergio Loo (Ciudad de México, 1982) es autor de Claveles automáticos (Harakiri, 2006) y Sus brazos labios en mi boca rodando (FETA, 2007). Fundador de Setenta, proyecto de distribución editorial. |