I
Hace poco un buen amigo me pasó este libro titulado Entre lo timorato y lo arrogante, tres poetas jóvenes. El volumen colectivo de Mario Alberto Bautista, Raúl Vázquez Espinosa y Marco Antonio Castañeda resultó un librillo de lectura agradable, y cuando me pidieron que realizara una reseña al respecto, no dudé en aceptar a sabiendas de que no tenía la menor idea de cómo empezar. Hay varios problemas bastante concretos que surgen ante la realización de una reseña. Cómo ser lo bastante sincero para atreverme a hablar de este libro a algún desconocido lector, sin correr el riesgo de perder la amistad de este mi amigo en lo que resulta el lado más pasional de este oficio; cómo decir algo, cualquier cosa agradable sin parecer un mero adulador, lector mediocre, pésimo escritor de reseñas; cómo, en fin, ir dando forma a lo que ahora escribo de manera que aquellos breves, pero agradables instantes de lectura sean retransmitidos a aquel que busca algún pequeño tomo de poesía para pasar el rato. El oficio de lector, hoy en día en este país, está plagado de aduladores parrafísimos que dejan atrás, muy atrás, al texto, y cizañosas críticas destructoras malintencionadas y autodestructivas. Cuando uno quiere hablar de poesía, y de poesía reciente, lo más seguro es encontrarse con alguno de estos dos conocidísimos extremos, cada uno apuntando sus muy positivos e irrefutables argumentos, en busca de mantener claro lo que vale y lo que no vale la pena leerse, además de a quién le vale y a quién no le vale la pena escribir. (“Inevitable pensar en los que sufren”, dice Raúl en alguna parte de su poema). Para librarme y librar al lector de caer en alguno de estos polos fundamentados en argumentos tan sólidos, pero tan sólidos, sobre los recursos y la manera en que debería escribir un poeta menor de 30 años en México, planeé, al fin y al cabo, esta brevísima reseña sobre un texto, al fin, bastante interesante. Me parece que se tendría que ser un impasible adulador o un implacable destructor de textos ajenos para molestarse por cualquier cosa que pudiera decir aquí, y con esta seguridad comienzo.
II
Decir “poesía joven” es meterse en una de esas interminables discusiones sobre lo que realmente quiere decir una palabra en tanto que universal y la acepción seguramente elitista en que ésta se utiliza. ¿La poesía joven es joven por su frescura y mediocridad, o es joven más bien el poeta? ¿Un poeta deja de ser joven a los treinta y tantos años porque se corta el cabello y consigue trabajo? ¿Ser joven es realmente ser fresco y/o mediocre? Puntos tan pretenciosos a la vez que trascendentes como estos son inmediatamente sacados de lo más hondo de la manga para una aguerrida e interminable discusión de aquéllas. Entre lo timorato y lo arrogante, tres poetas jóvenes, hay que aclararlo desde ahora, no pretende defender ni contradecir ninguna opinión al respecto. Estos poetas se llaman jóvenes porque están en una edad en la que no podrían aún llamar “joven” a ningún mesero. Como bien dice José Martínez Torres en su introducción al libro, los tres poetas jóvenes antologados no dan muestra en su poesía de cierto descuido e inmadurez que es propia de la juventud, para nada. Sino que, al contrario, al leer los más logrados versos de cada poema, resulta difícil atinar a la corta de edad del escritor. Yo conozco a dos de estos poetas personalmente y la última que vez estuve con ellos todavía se veían y comportaban como los canijos escuincles que son muy en el fondo. Este aspecto de su comportamiento, entre otros de los que no pienso hablar por el momento, no se refleja en sus versos. Otras cosas sí: cierto roce de una erudición académica en Mario, y una extensa ramificación que algunos llamarían barroca en Raúl.
III
¿Hacia qué nos confronta Entre lo timorato y lo arrogante? Me parece que presentar el primer texto, “Mantarraya”, precisamente al comienzo, es bastante significativo. Hay que hablar de la mantarraya, instante detenido de la dualidad, misterio de la forma, “es de carne una moneda”. Es de un lado el miedo marítimo de Ahab, del otro la pregunta oculta y seductora a otra pregunta, una pregunta “que nadie conoce ni le importa”. Hay que hablar del envés ¿no, Mario? Hay que hablar del otro lado de las cosas, el lado que se nos oculta, fascinante y seductor en su profunda vocación de secreto. Y la mantarraya, entre estas dos preguntas, el punto medio, indefinible, va planeando sobre el agua. El poema de Mario se construye sobre esta primera metáfora que se irá desarrollando. Y la mantarraya ¿no, Mario? planeando al fondo de la oscuridad más invisible, nos pregunta por nuestro nombre, un nombre al menos para el epitafio, un nombre mientras desnudos nadamos por el fondo. ¿Pero qué responderle? ¿Cómo decirle a la mantarraya que existimos? Y los días: esa respuesta que se nos ha perdido. Raúl en su “En los claustros del alma la herida”, en un pequeño apunte al inicio de su poema, hablando del origen de su texto, explica: “no tiene vocación de denuncia, sino que sólo pretende recrear la inquietud que me causó aquel espacio en el que toda racionalidad parece inverosímil”. Y la forma, que me pareció terriblemente atinada, para recrear este espacio de violencia en el que vivió por alguna temporada, es una extrañísima y hasta cierto punto bastante violenta construcción formal. Tanto en el mero tropo como en la selección de vocabulario, el texto de Raúl es violento como el ambiente que intenta representar. Más que el verdadero asunto, funciona la forma en que éste nos es referido. Vale la pena hacer el experimento y no buscar el significado de sus grandilocuentes vocablos; la confusión que estos generan en el lector, por sí misma, vale como elemento constitutivo de su provocación poética. “Imposible no pensar en los que sufren”, es el fuerte estribillo que, en su simpleza léxica al compararlo con los demás versos, va abriendo pequeños agujeros por los cuales poder mirar el terrible acaecer violento del poema. “La cara secreta de las cosas”, la aportación de Marco Antonio, ocurre, desde su título, como una confirmación de la propuesta de Mario de la que, de alguna forma, Raúl nos había dado claro ejemplo. El último texto es confirmación final de la redondez de todo el libro, muestra de que no se trata sólo de una mera antología en que tres poetas jóvenes reúnen sus textillos, sino de un universo completo al que tres jóvenes sujetos han dado forma. En el texto de Marco Antonio, todas las cosas cotidianas van mostrando su rostro oculto. A través de un reflejo, un destello, algún aroma, cualquier dejo de mundana cotidianidad, accedemos al envés de las cosas, al aspecto de los objetos que ellos mismos nos tenían oculto, pero que, de alguna forma nos habían sugerido, como invitándonos al mundo más prohibido de nosotros mismos.
IV
En fin, que Entre lo timorato y lo arrogante, además de un librillo agradable para leerse alguna tarde junto a la ventana, nos presenta un quehacer poético interesante, tanto en la propuesta meramente textual de sus escritores, como en su invitación a entrar en este mundo prohibido de las cosas, este mundo que esconden y que comparten con nosotros; que es a la vez suave misterio como el nadar suave de la mantarraya, y violenta inestabilidad de un pueblo fronterizo. La poesía es, además de todas las otras cosas que es, una forma de acceder a un conocimiento que se le escapa a cualquier método. Una forma de conocimiento que sólo ocurre en la contemplación total y vivida de la obra estética. Su ocurrir, más que objetivo es sujestivo, y este aspecto queda bien claro, me parece, para los poetas que escribieron Entre lo timorato y lo arrogante. Claro que éste es sólo uno de los aspectos más de la poesía, y esto, en tanto reseña, es sólo un aspecto de muchos otros acercamientos posibles al librillo aquel.
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