Algún día las letras se convertirán en arañas, y anidarán en los ojos del lector. Édgar Omar Avilés, Veneno en tinta
Imaginación, irrealidad, ficción, ensueño, ilusión, entelequia, quimera, etcétera. Todo vocablo que pretenda ser sinónimo de fantasía no irá más allá de una aproximación. Para definir la fantasía es necesario abordarla desde dentro, acometerla como un inevitable ejercicio del pensamiento y la creatividad, misma que al cobrar forma (materializada, por ejemplo, en un relato) se torna desafiante, soberbia, ya que reta a la cotidianidad y al conformismo que gobierna nuestra vida diaria. Abordar dicho término reconstruyéndolo, erigiéndolo como exégesis de nuestra percepción del mundo, no constituye un hecho inútil o deleznable, mucho menos cuando se atiene a una tradición como la de maestro-alumno, digamos, o se comparte con un grupo de condiscípulos que se han dedicado a crear en torno a un objeto común: el cuento fantástico. Antes de que las letras se conviertan en arañas, proyecto del narrador Édgar Omar Avilés, (Morelia, Michoacán, 1980) publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura, 2006 es un conjunto de 25 relatos de distintos autores vinculados en parte con el taller de cuento del escritor Alberto Chimal. De allí surgieron distintas generaciones de artífices, de las cuales se desprende este libro. Si bien los trabajos son de naturaleza fantástica no se puede hablar de un conjunto homogéneo: la diversidad de temas, personajes, tramas y situaciones resulta elocuente y, a la vez, reconfortante. Y es que cada una de las piezas que conforman el libro es la representación de un mundo cuyo orden presupone un antes, un ahora e incluso un después que bien podría soportarse, tolerarse y dejarse tal cual, como a veces sucede con la enajenante realidad; no obstante, la irrupción de un orden distinto conlleva a cuestionarnos sobre el valor del anterior y a gozar con dicha trasgresión que, brutal o sutilmente, rompe los esquemas que nos definen como espectadores para, a veces (cuando el relato se nos antoja imperioso), convertirnos en protagonistas. Dicho acto (el de apropiación) difiere según el lector, ya que habrá quien se pierda en alguno de los 25 relatos que el volumen compendia, experimentando la desbordante imaginación del autor, la cual lo conducirá como por un laberinto a través de rutas y senderos imprevistos hacia un desenlace incierto y provocativo. Si bien el relato es un sueño dirigido (algún eco de Borges hay en estas palabras), la provocación consiste en dejar soñando al lector aun después de haber finalizado la lectura, para confirmar que la fantasía se define y difiere de individuo a individuo; en cada uno de los silencios que emanan del mundo real, para sabernos tránsfugas de él y visitar la creación del arquitecto, quien nos invita e incita a asombrarnos y a desconcertarnos, a confundirnos y a dispersarnos para volver, en apariencia, tal como partimos, pero por dentro más sabios o, por lo menos, deleitados y envenenados por la inquietante fantasía. Cautivos, pues, en ese dédalo incesante, fatigaremos pabellones que nos conducirán hacia situaciones extraordinarias: presenciaremos la partida y el regreso de un familiar cercano, el cual volverá convertido en un mago capaz de enviar seres a lugares extraños y recónditos en “El prestidigitador de la familia”, de Arturo Morán; conoceremos una explicación palpable a la misión divina de Juana de Arco en “La encomienda”, de Sandra Huerta; visitaremos un zoológico capaz de conjugar lo fantástico y lo extremo con lo erótico y lo aberrante en “El zoológico porno”, de María Teresa Ponce; encontraremos a una costurera solitaria y cuarentona que nos relatará la odisea que emprenderá en la luna para salvar a su ser más querido en “Remiendos”, de Édgar Omar Avilés; veremos nuestro planeta que, en un futuro no muy lejano, se nos presentará como un mundo gobernado por el caos y la división que un par de perspectivas religiosas y antitéticas ha provocado en “Los duelistas”, de Rod J. M., etcétera. Etcétera. Este laberinto posee la peculiar cualidad de ser nuestra realidad… próxima o distante en tiempo y espacio, pero nuestra a final de cuentas, aunque invadida por una imaginación ilícita, altiva. Desbordante. Antes de que las letras se conviertan en arañas es, como su nombre lo dice, un oportuno aviso para visitar los renglones de un trabajo espléndidamente coordinado. En estos tiempos de incredulidad amarga y de aplastante enajenamiento, la mejor cura consiste en entregarse a los terrenos de la imaginación, donde todo es posible. Donde cielo e infierno cohabitan en el inevitable transitar y confluir de las ideas: símbolos y concatenaciones oníricas, artificios del demiurgo que llevamos dentro, y que nos insta a manifestarlo en la hoja en blanco y a recrearlo en la hoja escrita.
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