Todo empezó con un rumor. Pero los rumores llevaban años; cada cierto tiempo alguien decía “ya viene Radiohead”. Desgraciadamente, uno pierde la esperanza: mientras más ingenuo, mayor es la emoción sembrada. Y la esperanza defraudada sólo puede dar paso a la desconfiaza. Como siempre, a mediados del año pasado empezó nuevamente el cuchicheo y nada indicaba que esta vez sería diferente a las anteriores. Sin embargo, un día vino el golpe: El diario Récord publicó la nota sobre la vuelta. Si mal no recuerdo, el titular profetizaba: “Por fin regresa Radiohead”. Incluso daban fecha y lugar: 15, 16 y 17 de marzo de 2009 en el Foro Sol. Como si de Pedro y el Lobo se tratase, pocos nos atrevimos a creer en un primer momento. Razones sobraban: Radiohead visitó México en 1994. Tocaron en el Bulldog, en el Hard Rock Café y en el Ojo de Agua, un pequeño bar. En aquella visita, Radiohead tuvo que soportar (entre muchas peripecias menores) un odioso público, al cual sólo le interesaba escuchar el single de moda: “Creep”. Tanta era la fascinación del público por la canción, que el conjunto tuvo que interpretarla tres veces a lo largo de la noche. Antes de la tercera, Thom Yorke preguntó por qué les gustaba tanto esa canción si hablaba de un perdedor (obviamente, Yorke no sabía nada de México), a lo que el público respondió con más “¡Creep, Creep, Creep!”. Para más de uno, ésta era la razón por la cual Radiohead no volvía a nuestras tierras. Desde esa tocada sólo supimos de los genios de Oxford de lejos; y The Bends, Kid A y el magnánimo-excelso-sublime Ok Computer (discos importantes en la historia del rock), sólo pudimos escucharlos en disco compacto. Lo cierto es que, durante su gira por México, la banda estuvo a punto de separarse. De hecho, hay quien asegura que esto sucedió pero sólo duró algunas horas. Por eso, en más de una ocasión, el grupo recordaría su vista a nuestro país como la experiencia más traumática que ha tenido en más de veinte años de tocar juntos. Pero, ¡oh Dios Todopoderoso!, lo imposible se hizo posible: en la página oficial de Radiohead aparecieron las fechas de In Rainbows, su tour por Latinoamérica, con (de momento) una única fecha en México: 16 de marzo, Foro Sol. Tengo que aceptar que, de tanto ser defraudado, de tanto pedir peras al olmo, uno se acostumbra a que el deseo no se cumpla. Llega un momento en que, simplemente, ya no esperas que suceda. Me encontraba en ese estado de resignación cuando, de pronto, las peras se dieron no sólo en los olmos, sino en los robles, los ahuehuetes, los cedros, las palmeras ¡y hasta en los cactus! Dos días antes de la venta ya había gente acampando afuera de las tiendas de discos. Todos querían un boleto, todos querían ver a Radiohead, incluso sin conocerlos. Supe que esto se volvería para muchos un socialité más. Así que saqué dinero de donde pude y me encaminé, con un primo, un amigo, muchas cobijas, suéteres y almohadas, a las siete de la noche del 18 de noviembre, hacia Plaza Loreto, con la intención de amanecer con un boleto para Radiohead en mi mano. Para desgracia mía, otras cincuenta personas habían tenido la misma idea. Aunque, cabe resaltar, otras mil personas tuvieron esa idea en el Foro Sol. Sin embargo, no todo fue lágrimas ante la espera. Como reza el dicho, “Dios los hace y ellos se juntan”. Pasó eso que llaman “gratas horas de sana convivencia” con gente que compartía el motivo. Poco importaba que no nos hubiéramos visto nunca; el gusto por la música del grupo de Oxford era suficiente para que nos tratáramos como grandes, viejos amigos. Recuerdo aún los nombres y los rostros de todos los que pasamos en vela aquella fría noche de noviembre esperando a que abrieran la taquilla.
La mañana llegó, y se hizo una fila de las más largas que he conocido. Los minutos pasaban y la fila avanzaba como tortuga, pero sin su firmeza. Aunque, tal vez, sería más correcto decir que avanzaba como babosa: dejando una estela de basura a su paso. Me encontraba a quince personas de llegar al mostrador cuando se anunció que los boletos de general A y B se habían agotado. No había contemplado pasar esa noche tan añorada desde las gradas, aunque eso era mucho mejor que no ir. Ya había aceptado mi destino estoicamente cuando, ¡oh Dios Todopoderoso!, se anunció la segunda fecha: 15 de marzo. Eso no aceleró la fila. Sí, estaba contento, pero también angustiado; la gente pasaba, mas tardaba mucho en salir. Afortunadamente pude comprar mis boletos, pero surgió un pequeño inconveniente: sólo pude conseguir un boleto de general A, todos los demás fueron de general B. Vería el concierto hasta adelante (como quería), aunque íngrimo y solo. Lo que siguió a la compra de boletos fue una extraña calma, un inquietante preludio que culminaría el viernes anterior al “Radiohead llegó a México en un vuelo desde Londres”. Fans apiñados en el aeropuerto, fans apiñados en el hotel Condesa: todo parecía indicar una noche de muchos gritos. Llegué a las dos de la tarde al Foro Sol aquel 15 de marzo. Antes de incorporarme a la última fila del día, comí y di el tradicional recorrido por los puestos de mercancía no oficial. Hay que reconocer, por cierto, que para esta ocasión la calidad de los productos mejoró considerablemente. Después de despedirme de amigos, familia y novia, me dirigí a la fila reservada para los que tuvieron la suerte de contar con boleto A. Fortuna fue encontrar a otros amigos en dicha fila; siempre faltan en las horas muertas y los empujones. Sentí lástima por los que acamparon afuera del estadio, ya que, cuando nos dejaron pasar a la cancha, lo único que importó fue qué tan rápido corrieras. Minutos muertos y reggae en las bocinas del estadio. Estaba en frente de un escenario casi vacío, a excepción de las cuatro lap-tops de los integrantes de Kraftwerk. De vez en vez, algún miembro del legendario grupo alemán salía a checar su computadora y nadie, por lo menos a mi alrededor, se dio cuenta. Más minutos muertos y más reggae. Di gracias por el paso del tiempo cuando dieron las ocho de la noche. Las luces se apagaron y aparecieron los padres de la música electrónica en el escenario. Nunca fui un apasionado de Kraftwerk, y esa noche me sentí mal por no haberlos escuchado tanto con anterioridad: Lo que oía y veía era simplemente grandioso. Desde “Man-Machine” hasta “Radio-activity”, todo fue maestría. Que ellos tocaran así desde hace treinta años me hace pensar que la música no se mueve tan rápido como algunos creen. Que muchos gritaran sandeces al grupo, además de hacerme sentir pena ajena, me dio pistas del por qué hay gente que cree que la música se transforma rápidamente. Kraftwerk se fue con “Music non stop”, para finalizar una excelente presentación. Luego más reggae y tiempo muerto. La diferencia es que se retiraron las computadoras para dar paso a los amplificadores y las guitarras. Vi llegar al escenario la Fender Tornado de Thom Yorke y la Fender Telecaster de Jonny Greenwood. Faltaba muy poco. Eran las nueve y media cuando nuevamente se apagaron las luces. El escenario se iluminó con un juego de luces verdes y en las bocinas sonaba el sampleo inicial de “15 step”, la canción que abre In Rainbows, uno de los mejores discos de Radiohead, para mi gusto, además de ser muy famoso por la manera en que se distribuyó en internet (pagar lo que uno quisiera por él, incluso nada), señalando un camino a seguir para la industria discográfica. Lástima por los empujones que no dejaban ni ver bien, ni oír, ni estar de pie, ni respirar, y que en ese momento estaban en su cumbre. Aun así pude ver con relativa claridad aquel instante en que Radiohead pisó el escenario. Aquel instante en que Thom, Jonny, Colin, Phill y Ed tomaron sus instrumentos para interpretar “15 step”, quizás la más jazzie de todas sus canciones, empezando por el compás (5/4) y por la guitarra de Jonny. Fue hasta que Thom empezó a cantar que a todos nos cayó el veinte: ellos al fin estaban aquí, tocando para nosotros. Fue cuando empezaron los verdaderos gritos de felicidad. Thom se veía sonriente. Por su rostro aseguraría que estaba tan feliz como nosotros, mientras veía un estadio con 55 mil personas. La siguiente canción fue “Airbag”, con cuyo riff comienza uno de los mejores discos de los últimos años, con Ok Computer, que es, para muchos, el último agregado al pináculo del rock. Esa noche también tocaron su último album, In Rainbows, completo, junto con muchas de sus mejores canciones, desde “My iron lung” y “Paranoid android” hasta “No surprises” e “Idioteque”, aquella que contiene un sampleo de la primera canción hecha en su totalidad con computadoras por Paul Lansky. Tengo que decirlo: lloré casi todo el concierto. Los años de espera, lo sufrido para conseguir un boleto, el gusto de ver a mi grupo favorito tocar las canciones que no sólo han acompañado mi vida, sino que también la han cambiado; tenía que darme el gusto de llorar. Pero me pregunto si no es justamente a eso a lo que debe aspirar toda obra de arte: a acompañarnos y hacernos cambiar, a movernos de tal modo que nos arranque incluso esa cima (y a la vez sima) de la emoción que es el llanto. “Everything in its right place” cerró el que quizás sea el mejor concierto de la década, sólo superado por Roger Waters en el mismo recinto. Al día siguiente la experiencia se repetiría, desgraciadamente yo no estaría presente. Me lamento no haber estado por “Karma Police”, aunque la nota de la noche se la llevó la canción que nadie pidió y nadie esperaba: “Creep”. Contrario a lo que muchos creen, que tocaran esa canción fue una reconciliación y un regalo (tomemos en cuenta que no la tocaban desde el 2006), no un insulto. Reconciliación de ambas partes: con nosotros por no venir y por el extendido mito de que no venían por culpa de esa canción, y con ellos mismos para probarse que todo lo que sufrieron aquí quedó en el pasado. Pero así como esa mala experiencia de 1994 quedó atrás, así también quedó su visita y los dos magníficos conciertos. Además del grato recuerdo, nos quedan las historias de su estadía, su paseo por el Centro Histórico y por Chapultepec y de Ed O’Brian dando autógrafos afuera del hotel cuando regresaba de un minisúper. Cosa bastante bizarra ésta de encontrarte a unos rockstars en el Metro, como pasó también (la foto de Jonny lo demuestra). Pero, sobre todas las cosas, no podré olvidar cuando salía del concierto, con la cursi certeza de haber pertenecido a algo maravilloso, porque, como dice la canción, por un momento ahí me perdía a mí mismo, y al mismo tiempo, como dice la otra canción (y por supuesto exagero), volví a nacer.
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