Gran Torino Director: Clint Eastwood Estados Unidos, 2008 Ver trailer en la página oficial
Con películas como El fugitivo Josey Wales (1977), pero sobretodo con Los imperdonables (1992), y tras haber participado en los spaguetti western de Sergio Leone, Clint Eastwood devino el mayor transgresor, ya como actor o como director, de la figura del héroe. Nuevamente dentro del espíritu de la epopeya americana (western), pero lejos del heroísmo estereotípico que caracterizó este género en su forma original, el autor de 78 años de edad vuelve como director y protagonista de Gran Torino (2008) para confirmar que los actos de auténtica valentía son aquellos que están signados por la nobleza del hombre. Luego del funeral de su mujer, Walt Kowalski (Eastwood en una afortunada suma de sus propios personajes), enfrenta el luto acompañado por su labrador en un barrio de Detroit donde sólo habitan familias de migrantes. Avergonzado por dos hijos que quieren colocarlo en un asilo y por una nieta holgazana que aspira explícitamente a heredar su impecable Gran Torino 1972, el hombre se involucra con sus vecinos Sue y Thao debido a que los miembros de una pandilla invaden el jardín de éstos mientras los acosaban. Considerado como héroe por los hmong de la localidad por ayudar involuntariamente a Thao, el veterano de la Guerra de Corea recibe numerosos obsequios y comienza a intimar, a regañadientes, con los dos adolescentes. Poco después, Thao confiesa que trató de robar el auto y, como dicta la tradición del pueblo hmong, debe trabajar para el ofendido. A partir de ese momento, Walt comprende que se identifica más con sus vecinos que con su propia familia, por lo que se asume como protector de los muchachos. Como en sus mejores producciones, y tras la discreta aparición de El sustituto (2008), Eastwood retoma varios elementos de los personajes que encarnó o creó durante 58 años para dar forma al último de sus antihéroes pues, como él mismo declaró, el papel estelar en Gran Torino es su despedida como actor. Ahora interpreta a Kowalski quien, además de veterano de la Guerra de Corea —episodio que sirvió de lienzo para la realización de la hegemonía política estadounidense— es un orgulloso ex empleado de la Ford Motor Company, educado bajo los preceptos del medio siglo, ateo combativo, y ahora amargado por la pérdida de su mujer y por el desapego de sus hijos, quienes no comprenden el sistema de valores de su progenitor donde la nobleza, el trabajo y el patriotismo son fundamentales. Sin embargo, a pesar de que desprecia el modo de vida contemporáneo, y aunque a veces parece ser un racista, se trata de un hombre tolerante ya que su principio de vida es el respeto. Gran Torino relata la confrontación de un hombre que conserva la dignidad con una sociedad que ha perdido la sensatez. Kowalski, como el William “Bill” Munny de Los imperdonables, tiene una deuda de conciencia. Hay dos actos de su pasado que lo mortifican: un episodio de la guerra en Corea y la imposibilidad de transmitir valores cívicos a sus propios hijos. Por ello, aunque sus vecinos lo incomodan, comienza a simpatizar con ellos cuando advierte que se trata de una familia con principios: primero ve a Thao cuando ayuda a una mujer mientras que otros chicos no lo hacen; durante una comida familiar a la que lo invita Sue tiene un encuentro con un líder espiritual que lee con exactitud sus cargas de conciencia; por último, se ve obligado a aceptar una tradición hmong que se hace a favor de alguien que fue ofendido. Amén de las diferencias culturales, Kowalski no sólo aprende a convivir con sus vecinos, sino que ve en Thao la posibilidad de deshacer los agravios de su propio pasado. Más que una epopeya convencional, Gran Torino es un western urbano trazado como una parábola, a la manera de La venganza del muerto (1973), La conquista del honor (2006) y Cartas desde Iwo Jima (2006), sobre la decadencia de la sociedad estadounidense. La película transita del humor al drama y culmina como una tragedia que rompe con la tradición de los vengadores materializados por Eastwood, pero que concuerda con la renovación que este decano de Hollywood dio a la figura del héroe, rol fundamental del cine norteamericano. Si bien la misión esencial de este arquetipo consiste en hacer justicia a los ofendidos, ésta por lo común se gesta por medio de la violencia, tal como lo ilustra el más americano de los géneros: el western. En Gran Torino el héroe queda desmitificado —incluso de forma literal cuando Kowalski declara “yo no soy un héroe”— porque opta por servir como ejemplo antes que como ejecutor de la sentencia. No es un vengador implacable, sino un hombre dotado de una nobleza excepcional, que trata de comunicar valores humanos a una generación que puede revertir el declive social. El héroe —más bien antihéroe— brinda una lección de vida, que no de moral, donde la auténtica valentía radica en la capacidad de sacrificio en favor de una causa humana. El antihéroe enseña a ser justo, leal, tolerante y trabajador. Es por ello que el joven sacerdote de la localidad habla sobre Kowalski como el hombre que le enseñó el sentido de la vida y de la muerte. El motivo que desata la trama es el deseo de posesión que produce el Gran Torino, un auto que nunca fue un símbolo de la industria norteamericana pero que, debido a su perfecto estado, tiene un valor de mercado importante. Mientras es perseguido por una pandilla porque falló en su iniciación —robar el automóvil—, Thao comprende que para Kowalski el vehículo vale por lo que representa; es decir, el producto de su trabajo —él mismo lo ensambló cuando trabajaba en Ford—, pero también un símbolo de virtud y de orgullo que, hacia el final, deviene metáfora de amistad y lealtad. Kowalski también se da cuenta de que el joven sólo es víctima de un medio en descomposición y lo ve como la reencarnación de sus propios valores, razón por la que lo protege aunque deba enfrentarse con los vándalos. El mérito de la película es que está escrita (un debut afortunado de Nick Schenk en el guión) y dirigida como si se tratara de un cuento. Y es justo en este aspecto donde también se encuentra su carencia: los personajes secundarios no están tan bien resueltos como el protagonista ya que están subordinados a lo que Poe denominó la “unidad de efecto” del relato corto. A cambio de ello, y de un modo que supera la narrativa de producciones como Bird (1988) y Poder absoluto (1997), Eastwood nos concede una historia llevada con una sobriedad narrativa in crescendo que conduce, con el más puro estilo clásico, a un final soberbio por inesperado, triste y verosímil. Hay una sombra maestra que suele rondar las cintas de Clint Eastwood: el influjo de Sergio Leone. En Gran Torino, cinta que se ubica ya entre sus mejores trabajos, parece que la inspiración tiene su origen en lo que Goethe nombró la nobleza de espíritu, idea que Spinoza expuso en su Ética como la suma de los valores del hombre; es decir, como la capacidad de resistirse a la riqueza, el poder, la ambición y el miedo para alcanzar la verdadera libertad: la dignidad humana. Y es que el empuje que el protagonista tiene frente al espectador sólo puede conseguirse cuando un personaje da cuenta de la humanidad misma. Kowalski es esa clase de creación espontánea que se apodera de los sentimientos del auditorio. Sólo con un personaje como éste era posible un final tan triste y memorable —paralelo al de otra pieza magistral, Golpes del destino (2006)— un final donde no hay más que una posibilidad: reflexionar sobre la violencia decadente de nuestro tiempo como una señal de la falta de nobleza en los hombres; de la falta de gente con dignidad como Walt Kowalski, quien legó su Gran Torino, símbolo de fraternidad y esfuerzo, a su último gran amigo.
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