La niña María 

Solía despertarme todas las noches después de las 12:10 A.M. Entraba a mi habitación sin hacer el menor ruido. Se metía entre las sabanas y las colchas. Los dos témpanos de hielo que tenía por pies me hicieron saltar varias veces fuera de la cama.

Esa noche no fue la excepción, pero a diferencia de las otras, la niña María estaba llorando:

−¿Qué te pasa, niña, que tremendos lagrimones ya mojaron las almohadas? −le dije.
−¡Es que soñé muy feo, Patricio! −me contestó.
−Dime qué soñaste, niña −le pregunté.
−Me soñé aquí en Tapachula, en esta misma casa, mi padre y mi madre todavía vivían, yo ya estaba grande, como de unos 25 años, y tenía cuatro hermanas y un hermano: Pablo. Era apuesto, alto, de cabello lacio y al mismo tiempo quebrado, hombros anchos, vello en pecho, espalda, brazos, abdomen y piernas.

Con su sonrisa te daba toda la confianza del mundo, y con una mirada te permitía ver su naturaleza de hombre bondadoso. Por ese entonces, Pablo acababa de casarse con Cielo. Era leal y justo, esto lo practicaba intensamente en la política. El gobernador quería imponer a un presidente municipal que no era oriundo de Tapachula, sino de Michoacán, y pretendían desconocer al candidato del pueblo huacalero, esto molestaba de sobremanera a mi hermano.

cuento-ninamaria-buckey.jpgPablo, al igual que yo, era idealista y las injusticias le producían vasca. Esa tarde saldría una manifestación de la central norte hacia el palacio municipal en protesta por las atrocidades locales y estatales. Yo era la abanderada. Y todo el pueblo tapachulteco, que sentía correr por sus venas la repulsión a la impunidad y la imposición de un presidente municipal espurio, se unió a nosotros en el camino hacia el Palacio Municipal. Estábamos enfrente de la iglesia de San Agustín cuando policías municipales, apostados en el techo y en los balcones del Palacio Municipal, comenzaron a disparar. Yo, como era la abanderada, fui la primera en caer. Un balazo en la frente me derribó con la bandera, todos los demás corrieron a parapetarse donde fuera posible. Pablo me levantó de la calle y dos esquirlas de bala le penetraron, una en el costillar, y otra en la pierna derecha. Enfurecido les gritaba:

−¡Asesinos, asesinos, asesinos!

Cielo estaba embarazada. Llevaba en su vientre al primogénito, sin que ella lo supiera. Y pensaba que se iba a quedar viuda.

Mi hermano Pablo estaba destrozado, pues se sentía responsable de mi muerte. Me desperté cuando llevaban mi féretro por las calles de Tapachula y todo el pueblo salió a dar el último adiós y rendir homenaje póstumo a su heroína.

Y mi temor principal, Patricio, no es por el suceso de mi muerte, es por la culpabilidad que vi en los ojos de Pablo. Sé que eso trastornaría su vida y me dolería mucho. Ésa es mi angustia, Patricio.

cuento-ninamaria-mirau.jpg−No te preocupes, mi niña, ya vete a dormir, que no tarda en amanecer−. Y con una sonrisa de consuelo me obedecía y se iba como entró, sin hacer el menor ruido.

Con los primeros rayos del sol, me levanté y fui a juntar un gran ramo de flores amarillas para la niña María. Compré una veladora y me encaminé hacia la cripta familiar. Coloqué todo en su nicho. Y el resto del día me la pasé jugando con ella.




Camila 

Estoy muy enojada con Camila. Hoy le tuve que amarrar las manos y colgarla de la pared. No es para menos. La tía prudencia vino a pasar unos días con nosotras: mi mamá y mis dos hermanas. La más grande se llama Angélica y la de en medio Lucia, yo me llamo Melissa.

Pero como les iba diciendo, la tía prudencia está tomando unos días de descanso con nosotras. Ella se queda a dormir en mi recámara pues, como soy la más chica de la casa, mamá dispone de mi habitación como mejor le parece.

cuento-camila-foobean01.jpgTodo transcurría sin mayores sobresaltos, hasta ayer en la noche que Camila le taponeó con algodón la boca a tía Prudencia porque roncaba muy fuerte y no nos dejaba dormir. Indirectamente yo tuve la culpa de esto, pues me quejé con Camila de los ronquidos de la tía Prudencia y de la manera en que mi mamá ignora todos mis derechos de niña de once años. Aun así, Camila no tenía ningún motivo válido para hacer lo que hizo. Como es de suponerse, mi mamá no se creyó el cuento que le inventé. Además estaba desconcertada por este tipo de acciones totalmente impropias. Tuve que echarme la culpa para cubrir a Camila, por eso estoy molesta con ella.

Pobre Camila, debe estar sufriendo mucho, colgadita de los brazos en la oscuridad del armario. Voy a ir a decirle que le estoy haciendo un vestidito nuevo de estambre azul con rosa y unos zapatitos rojos de papel maché, y que ya la voy a bajar de ese pequeño clavito que la sostiene, siempre y cuando me prometa no volver a molestar a la tía Prudencia y no tomarse tan a pecho las cosas que le platico.

Camila y yo somos muy unidas, es como mi otro yo desde el día en que me la regalaron cuando cumplí cuatro años; desde entonces es mi muñeca favorita. 


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Óscar David Herrán Salvatti (Tapachula, Chiapas, 1964) es poeta y filósofo. Es autor de los poemarios Alternativa del Olvido (Cabos Sueltos, 1999), Imágenes Reclinables (Coneculta, 2003) y Obituario de la Lluvia (UAM, 2005). Es coautor de la antología poética Lluvia de Voces en el Desierto, Memoria del II Encuentro Internacional de Poetas en Delicias, Chihuahua, publicado en la Colección Al filo del poema, editada por Arde Editoras S.C. (2007).

 

Punto en Línea, año 17, núm. 113, octubre-noviembre 2024

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