Es media noche, cae la primera brisa fresca que anuncia el otoño. A lo lejos se escucha una tonada sugestiva que refleja un Nueva York idílico: Take a walk on the wild side. Es 1983 y Manhattan se ha convertido en la isla favorita de Calígula. Las reinas de la noche −drags− se contonean con gigantes tacones y pelucas estridentes. Ellas son el artículo visual más atractivo de toda la urbe, lo saben. Al pasar siempre dejan una estela de curiosidad y morbo insatisfecho, son ellas las verdaderas dueñas de la ciudad.
![]() En la esquina de una calle del barrio de Soho, cerca de un club de jazz de poca monta, se escucha el aire que expulsa una lata de pintura en aerosol, el artista esconde su rostro bajo las manchas y el peinado que simula las medusas. Antes de dar el último toque, enciende un cigarrillo; después de una generosa bocanada, firma su obra. Con paso lento se pierde poco a poco en la noche. Su firma son cuatro letras −SAMO−: same old shit: la misma vieja mierda. Se refiere a un estado de ánimo que denota cierta indiferencia cínica. Basquiat pinta de noche. De día sueña en tonos amarillos, naranjas y rojos. A cada viaje onírico le corresponde un rey con su corona. Esta vez Miles Davis afinó su trompeta e improvisó un ritmo vertiginoso que punzaba fuerte, tan fuerte que Jean Michel despertó. El artista del guetto es sólo un concepto creado por el mismo artista. Es mucho más interesante un creador que sale de las coladeras (que emula una vida indigente y vaga por las calles coleccionando colillas de cigarro) que uno engendrado en el confort de la academia. Él lo sabe, él es un personaje más que divaga entre frases hechas y poses acartonadas, por eso ha perdido el sueño. La vigilia es enemiga de la razón. Si el sueño desaparece comienzan a entrar lentamente las erinias. Las alucinaciones se ayudan de psicotrópicos y calmantes para crecer cual bestias indomables. SAMO ya no duerme. Piensa en Warhol, piensa en su delicada voz que se pierde entre el sonido de las olas que se rompen y sumergen intempestivamente a un surfista que no es otro que Jean Michel. ![]() Tras varias horas de locuaz frenesí, SAMO sale otra vez a las calles de Manhattan. Ahora la luz del día se encarga de cegar sus pupilas; lleva tres días bajo la sombra de su estudio. Camina lento, calcula cada paso, observa las calles reconociéndolas y admira a sus seguidores que han hecho de los muros espacios públicos dedicados a continuar con la escuela del grafiti y el arte ignorante. Hace mucho que Jean Michel no pinta muros. Ha olvidado hace cuánto. Parece que fue ayer cuando dejaba por todo Nueva York marcas registradas y leyendas cargadas de poesía posmoderna. Sus años de artista underground han pasado. Se siente melancólico, recuerda cuando su madre le regaló la primera lámina anatómica, su más grande inspiración. De niño observaba las láminas y las convertía mentalmente en ánimas multicolor. Más tarde, las estructuras óseas serían uno de los rasgos esenciales en su trabajo. Las láminas fueron sólo un pretexto para recordar a su madre. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que la vio. Se atormenta pensando en su abandono; a él también lo abandonaron, a él siempre lo abandonan. Jean Michel se acuesta en la banca de un parque, enrolla su cuerpo y se mece simulando el arrullo de su madre cariñosa, tararea y susurra una y otra vez su nombre: Matilde, Matilde… ![]() Más tarde abre una botella de vino en compañía de sus amigos, celebra el dinero que le han pagado por adelantado. El dinero significa mucha fiesta, mucha coca, agotarse y tal vez dormir. Las calles de Manhattan observan de nuevo caminar a SAMO, esta vez no lleva ningún bote de pintura, sus ojos desorbitados parecen muertos, su brillo se diluye poco a poco. Manhattan, 1987; Manhattan está asqueado; Manhattan quiere dormir. |
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