No le salen las palabras.
Se levanta
y busca una oración debajo de los muebles:
la frustración se me acerca,
me pide una frase
luego escucha la radio y yo la sigo de cerca.
La frustración escucha.
Vuelve a sentarse,
escribe una pregunta
y sale de su casa en busca de respuestas.
A VECES uno está
lleno de días
y ya no hay manera de acomodarlos
entre tanto cascajo.
Le hablamos
a las piedritas que gatean
para sonreir
como guijarros.
Estas piedrillas
del tiempo
estos días
desperdigados
tienen en común unas manos
que los toman a puños
y los avientan
hacia la tarde
esperando el diluvio.
NO SE pasean los árboles.
Ésa es su injusta hermosura
arraigada a la familia de las piedras.
Los árboles,
así como los mártires,
se mantienen firmes
a su cántico también de piedras,
incluso si su hogar es un cadalso
y el jardinero su verdugo.
LAS FLORES no conocen el miedo
miran al incendio de frente
sin asustarse por su calurosa redondez.
Las flores son temerarias
y brotan con libertad
donde les da la gana.
Nadie odiaría que una rosa,
digamos,
creciera en medio del comedor
o a mitad de un sueño.
En cambio su prima,
la hierba,
nunca ha podido dar la cara;
vive ermitaña entre las rocas
y siempre tendrá que cederle
—a una flor—
su lugar en el autobús.
SI PUDIÉRAMOS
tú y yo
imitar la postura de la noche,
sus lámparas apagadas
en abrazo perpetuo.
La noche
y su muralla para forasteros
donde aísla el tiempo su profundidad y su tamaño.
Seríamos ese caballo que es la noche
dentro y fuera de sí.
Pero la daga de la mañana atraviesa
la daga del despertar.
Tú y yo
seguimos en la noche.
Ériq Sañez (Distrito Federal, 1986) cursó la carrera de Letras Hispánicas en la UNAM. Actualmente estudia en la escuela de la Sociedad General de Escritores de México. Ha publicado en la revista Tierra Adentro.