La ciudad es un monstruo de gente y edificios; dentro de su monstruosidad hay quien llega a admirar la belleza del ruido, de las grandes calles, del transporte: ver dentro del caos lo verdaderamente hermoso. Las piedras que son pasos, que son murmullos, que son personas.
Al caminar es inevitable escuchar ecos de escritores de la ciudad: desde Alfonso Reyes hasta Alberto Chimal, pasando por Octavio Paz, Jorge Ibargüengoitia, Juan José Arreola, entre tantos otros.
Conforme avanzan los pasos por la ciudad, viene a mí la voz de Salvador Novo que dice: “pasear en coche [o en caballo, lancha, etcétera] es ya un contrasentido; porque pasear es dar pasos, caminar, «andar a pie», como con redundancia decimos”. Nuestros antepasados, según Novo, supieron disfrutar de los paseos. No sólo iban a las plazas o a la iglesia, sino que daban verdaderos paseos.
De la ciudad se han dejado citas memorables para aquellos que nos consideramos
flâneurs. A esta tradición se une Luigi Amara (Ciudad de México, 1971) con
A pie. El autor es un reconocido poeta que ha ganado varios premios, como el Nacional de Poesía Joven Elías Nandino y el Rousset Banda de Crítica Literaria.
Amara camina por la capital del país. Cada verso es un paso. ¿A dónde? No lo sabemos. Ni el autor lo sabe. En
A pie redescubrimos el placer de ir sin un rumbo fijo. Dentro de este poema largo hay un sinfín de pensamientos que el peatón tiene, un sinfín de destinos. Amara convive en un fluido psíquico a partir de las distintas calles.
El ritmo del poema es bien definido. Un uno-dos muy constante. Casi siempre con ideas relacionadas entre sí pero con cierta independencia. Así, de pronto salimos del metro y encontramos los puestos ambulantes. Después saltamos a un cine porno, o simplemente deambulamos por el centro. Un gran acierto de Amara es retratar lo más fielmente posible el lenguaje y las imágenes de lo cotidiano. Si bien por momentos la voz poética parece ensimismada, repentinamente la gente aparece recordándonos, como dice Alberto Chimal en “La ciudad imaginada”, que la ciudad no son los edificios, “La ciudad es carne” y más adelante, “La carne de la ciudad es la que nunca está en silencio”.
El verso libre permite al poeta citar a otros autores que, dentro de las reflexiones que la voz poética va teniendo en el recorrido, se convierten en habitantes distinguidos. De manera similar nos topamos con Edgar Allan Poe y con los vendedores ambulantes; el primero dice: “Leer la historia de muchos años / en el breve intervalo / de una mirada”. Los segundos, “Todo está a la venta / y si no / pregunte”.
El ritmo del poema es el ritmo de la ciudad y sus versos son las voces de todos los habitantes; diferentes todos pero, al mismo tiempo, uno solo. Más que un recorrido por la ciudad, Amara logra un paseo por los distintos murmullos que en las calles convergen.
Sin embargo, el libro tiene una falla: no hay una estructura definida. Dentro del andar saltamos de un lugar a otro, muchas veces ni siquiera están cerca esos dos puntos. Y me atrevo a señalar que esos saltos también son cronológicos. Sin duda,
A pie no es el resultado de un solo golpe de vista, sino de varios, donde el tiempo y los lugares ya no son los mismos que Amara describe. Parece recurrir a la memoria para dibujar las calles, mas no recuerda que es traicionera.
A pie no es un recorrido por la Ciudad de México, es un recorrido por una ciudad que sólo Amara conoce. Cada persona es una ciudad entera.