¿Quién no conoce a Alfonso Reyes? Su figura remite a un monumento, una pesada escultura bañada en bronce cuyos pensamientos y actos son impenetrables. En 2009, cuando se recordaron los 120 años de su nacimiento y 50 de su muerte, la mayoría de los homenajes se limitaron a reproducir lo que ya se sabe: que fue el gran humanista, el gran polígrafo, el gran literato de la primera mitad del siglo XX mexicano. Y se comprobó aquella idea de “que muchos lo han oído nombrar, pero pocos lo han leído”. Lo cierto es que Alfonso (sin ese acartonado “Don” que lo aleja de sus lectores, y lo que es peor, de sus futuros lectores) vivió eternamente en la cultura. Pero ¿qué era la cultura para este pensador de alcances universales? Era la máxima expresión de la humanidad en su camino por la vida; término que no limitó a las bellas artes, pues supo bien que ésta incluye todos los actos que permite la libertad; y para llegar a ella entendió que la política es uno de sus vehículos, “el acto humano por excelencia” para alcanzar las máximas virtudes sociales e individuales: la justicia y la felicidad. Esas jornadas de reflexión, esos días en que llevó sus ideas a la vida pública de los pueblos son analizados por Alberto Enríquez Perea en su más reciente libro: Alfonso Reyes en los albores del Estado nuevo brasileño (1930-1936). Como en su momento Alfonso lo hizo con Goethe, Alberto Enríquez utiliza las reflexiones de Reyes como medio para explicar la vida social de los países americanos y, en este caso, la de Brasil. ¿Qué vio Enríquez Perea en la figura de este embajador de México en la nación brasileña? Vio a un hombre dual: primero, observó a un pensador que sabía y que analizaba la política, con sus causas y consecuencias, sus implicaciones dentro de la ciudadanía, en los medios de comunicación, entre los intelectuales, instituciones y en la clase política y empresarial. Segundo, encontró a un pensador coherente con sus ideas, que supo cuál era su papel dentro de ese tejido de poder. Alfonso Reyes pensador político, Alfonso Reyes político. Este libro es la otra cara de Monterrey, correo literario. Cuando se publicó la edición facsimilar de este periódico, algunos críticos literarios lamentaron que Reyes no escribiera en él sobre los procesos sociales que vivía el mundo en esa década de 1930: el ascenso del fascismo, las dictaduras militares, el socialismo, las intentonas democráticas, la guerra entre caudillos en el México posrevolucionario o la Revolución de Octubre en Brasil. A pesar de que Reyes no lo hizo directamente, pues no podía expresar sus ideas políticas debido a su cargo como representante de México, sí lo hizo entre líneas. Si se leen cuidadosamente sus artículos de Monterrey, correo literario es perceptible que, en algunos de ellos, el autor mexicano pugna por los consensos, por el cambio para lograr una comunicación entre ciudadano e instituciones, por una izquierda humanitaria y por la democracia, siempre en contra del autoritarismo. En este estudio, Alberto Enríquez Perea devela el misterio de una vez por todas: No cabe duda, Reyes era un apasionado de la política y un analista de grandes alcances. Como diplomático en Brasil, Alfonso enviaba regularmente al gobierno mexicano sus “informes políticos” sobre la revolución civil y militar encabezada por Getúlio Vargas. Sin necesidad de esquemas de medición o teorías de sistemas que hoy día requieren los politólogos, Reyes identificó a la perfección a cada uno de los actores involucrados: describió escenarios y ambientes, pugnas internas y estrategias de definición, choque o eliminación de oponentes y situaciones; analizó a cada uno de los actores y cómo éstos utilizaban a la prensa escrita para transmitir sus mensajes; y lo más importante, le tomó el pulso a la opinión pública de Brasil para conocer sus necesidades, esa opinión pública que, como escribió en uno de sus informes, “ningún político debe dejar de tomar en cuenta”. Enríquez Perea hurga en estos análisis, les da contexto a través de notas periodísticas de la época, diarios, apuntes, estudios históricos y otros documentos; interpreta los informes y ofrece su punto de vista en torno a las reflexiones del escritor mexicano sobre la construcción del Estado nuevo brasileño. Así, el autor muestra que en sus informes Reyes previó, con agudo olfato político, muchos de los acontecimientos y movilizaciones sociales posteriores a la Revolución. Utilizando las ideas del propio Reyes, Alberto Enríquez plasma sus reflexiones, por ejemplo, determina que el objetivo de Getúlio Vargas en la historia de su país, después de vencer a sus adversarios y a la contrarrevolución paulista, era reorganizar Brasil para convertirlo en un Estado moderno a través del quehacer político, de “una buena política”. ¿Y cuál es esa buena política? La respuesta la brinda Reyes cuando escribe que para la transformación de los pueblos de América, la pieza fundamental son los jóvenes, quienes no deben tomar posturas radicales ni dejarse utilizar por los políticos, que sólo ven por su beneficio. Éstos deben ser guiados por los intelectuales, cuyas ideas, a la postre, cambiarán el rumbo de los pueblos, pues tienen el compromiso de marcar la pauta para impedir que la política sea un coto cerrado y de esta forma convertirla en un acto “para la convivencia de los hombres” así lo expresó Alfonso ante los estudiantes universitarios en Brasil, hecho que lo coloca como actor ideológico y político en la vida pública del país sudamericano. A través de este libro editado por El Colegio Nacional se regresa al pasado; Enríquez Perea vuelve al pensamiento político de un hombre que nació hace 121 años, pero ¿con qué fin?, ¿será que los intelectuales de hoy no han podido brindar ideas para la transformación política que estos países necesitan? Tal vez. ¿Porque los intelectuales y especialistas de estos días sólo analizan los fenómenos que ocurren en un círculo de poder sin voltear a ver al ciudadano, a los jóvenes? Tal vez. ¿En el siglo XXI será necesario tener pensadores como éste? Alberto Enríquez Perea hace pensar que sí, que este ideario político de Reyes, ahora también de Alberto Enríquez Perea, es necesario. O por lo menos sería valioso volver al pensamiento que en otros tiempos ofrecieron escritores, intelectuales y políticos como Reyes, que en momentos de crisis y en un ambiente de violencia como el actual hubieran dicho que es urgente reflexionar para cambiar, abrir la mente y el espíritu para convertirse en “hombres civilizados, y nada tiene que ver esto con los que se llenan la boca repitiendo la palabra orden, mientras empuñan la porra, el rompecabezas, el látigo y demás instrumentos oprobiosos, que son los verdaderos causantes de todo desorden en la historia”. A pesar de ser un texto más de corte académico que de difusión, el autor brinda la posibilidad de conocer esta cara de Alfonso, esta política pensada y puesta en marcha a veces con nerviosismo, a veces con seguridad, pero siempre con pasión.
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