Aunque parezca una frase gastada, la síntesis boxística que Julio Cortázar atribuyó a la novela tiene razón de ser cuando el lector toma un libro en el que este género narrativo extiende las posibilidades de imaginación y escritura. La idea de que la novela cautivará la atención y la fascinación de su público poco a poco, sumando puntos hasta el
round 12 y no así por un golpe contundente como lo hace el cuento, encuentra un ejemplo claro en la nueva novela de Guillermo Fadanelli
, Hotel DF.
Al comenzar este libro, el lector que ya haya recorrido las letras de este novelista se hallará inmerso en un ambiente citadino trillado y con un protagonista conocido, ya abordado en historias anteriores creadas por el mismo Fadanelli. Pero el lector que por vez primera se enfrente a este narrador, y aquellos otros que se aventuren hasta la segunda o tercera parte del libro, se sorprenderán de la intensidad descriptiva y de la sólida construcción psicológica de los personajes que le dan una sustancia nada banal a la trama, aunque así lo parezca al principio.
Fadanelli, como buen boxeador de palabras, es un "chingaquedito" como se dice de manera coloquial. Golpe a golpe, sin cesar, entrelaza diversas situaciones de una variedad de personajes que confluyen en un mismo lugar, cuya fantasía radica en que todos ellos creen que se encuentran en un sitio miserable: el Hotel Isabel del Centro Histórico de la Ciudad de México. Como es recurrente en este autor, la capital mexicana es el mundo en donde se desarrollan las historias más absurdas, escatológicas, desastrosas, en conclusión, el drama de la humanidad, y en donde el narrador, ya sea un intelectual, un comerciante o un burócrata, es un ser mediocre, un perdedor.
Si en la novela
Lodo, por ejemplo, el protagonista era un filósofo venido a menos, en
Hotel DF aparece Frank Henestrosa, un periodista poco conocido el cual, por sus ambiciones de escritor frustrado, sus colegas han apodado con sorna "el artista". Éste, al recibir cinco mil pesos por un trabajo realizado, decide rentar una habitación en el famoso hotel citadino en donde observará, con detenimiento, a algunas criaturas que llegan y huyen con el fin de tener una aventura, de cambiar su vida o simplemente perderla.
Guillermo Fadanelli junta a Henestrosa con turistas europeos, artistas visuales, actores de comerciales, intelectuales y gente que habita entre las calles de Isabel la Católica y República de El Salvador y los pone a interactuar en breves capítulos que le van dando cuerpo, paso a paso, a esta ficción que el autor instaura en contexto actual. En narraciones anteriores, Fadanelli puso su pluma y su mirada en el crimen de barrio o en las desoladas avenidas y callejones del Distrito Federal, pero en esta novela va involucrando a su narrador, y a la extraña fauna cosmopolita, en el ojo de la delincuencia organizada, el tráfico de drogas y los secuestros, que tiene su centro de operaciones en alguno de los cuartos del Hotel Isabel.
Con capítulos cortos, la trama, que en un principio parece caer en un lugar común –"otra historia sobre narcos, otra historia sobre podredumbre y mediocridad defeña"–, avanza de manera rápida debido a la buena descripción de ambientes que crea el escritor en un tono crítico, sarcástico, divertido y bien pensado. Cuando describe al artista rico y sin sentido, al secuestrador que acaba de cometer su primer ilícito o al turista español recién asaltado, Fadanelli hace que sus voces cobren verosimilitud en medio del caos y los vaivenes de la novela.
Además, el autor introduce, a lo largo de sus casi 300 páginas, guiños de otros temas que le interesan o preocupan; pequeños datos sobre la vida intelectual o sobre la cultura popular mexicana que roban un instante de reflexión al lector. Datos que hacen pensar que Guillermo Fadanelli es, sobre todo, un escritor que basa su literatura en su amplia capacidad de asombro, un autor que no brinda respuestas sino que abre la posibilidad de realizar miles de preguntas sobre los hechos o ideas que circulan todos los días en la ciudad más grande del mundo, de Tacubaya a la Condesa, de Iztapalapa al Centro Histórico.
El narrador se pregunta, por ejemplo, ¿por qué el desayuno se llama "Continental"?, ¿cómo sería la vida si en lugar de haber nacido humano se hubiera nacido perro?, ¿sería todo más fácil, no?, ¿por qué venden tanta "chingadera" en las calles, quién necesita tanto plástico en las casas?, ¿por qué le cambiaron el nombre a San Juan de Letrán, ahora Eje Central?, o ¿si Frank "el artista" Henestrosa hubiera nacido en el Imperio Romano sería un patricio o sería un miserable intento de artista como lo es en el siglo XXI? Seguro lo segundo.
En
Hotel DF se mezclan de manera armónica, en medio de la paranoia y el desastre, las fantasías de diez o veinte personajes que dan muestra de una literatura madura, pensada y más atrevida. Se aprecia una agilidad y rapidez que Fadanelli no había puesto en marcha en proyectos anteriores. Y aunque la novela está plagada de trivialidades y elementos ya expuestos en otros textos, el autor lanza preguntas interesantes, esas que pretende que alguien responda: ¿qué es el Distrito Federal, por qué en esta ciudad no hay futuro para nadie?, ¿por qué todo lo que nace aquí viene muerto? Pregunta y respuesta que, tal vez, seguirá siendo la semilla de sus futuros trabajos de escritura, que contribuirán a dar forma al universo ubicado en este desierto que alguna vez fue un lago.