La influencia de los Beatles, 30 años después del asesinato de John Lennon, no para. En octubre se lanzó Signature Box, un set de 11 discos con su música solista, se estrenó Nowhere Boy —un filme sobre el Lennon adolescente— y se prepara una versión 3D de Yellow Submarine. Más allá de la oportunista industria de la nostalgia, sigue siendo la banda de bandas.


La historia de los Beatles —esa odisea psicodélica de la posguerra— quizá se haya contado más veces que la de ídolos deportivos, asesinos en serie y monarcas del escándalo —incluido Michael “who’s bad?” Jackson. Parece que nunca se harán suficientes viajes al Liverpool de los años cincuenta, a la Alemania sedienta de rock anglo o a los Estados Unidos y al Swinging London de los sesenta. Incluso el videojuego de 2009, The Beatles Rock Band, se distingue del resto de la colección digital al seguir cada etapa del cuarteto: desde los early days en The Cavern hasta el último concierto sobre el techo de Apple —previsiblemente, se omite la etapa pobre, anfetamínica y orgiástica de Hamburgo.

 

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Aun con el epílogo a mano armada que fulminó a John Lennon, la historia de la banda parece sacada de algún blockbuster optimista: infancia difícil, adolescencia entusiasta y madurez de éxito vertiginoso. Si bien la banda apagó la luz roja de los estudios Abbey Road hace cuatro décadas y Lennon fue asesinado el ocho de diciembre de hace treinta años, su música sigue siendo un himno de electricidad y rebeldía, o mejor: un soundtrack que cada cual sintoniza con las imágenes de su memoria. El protagonista de Norwegian Wood (novela de Haruki Murakami, cuya película se estrenó en septiembre), por ejemplo, evoca sus recuerdos universitarios cuando escucha el tema que Lennon canta en Rubber Soul.

Algunos dirán que el revival beatle del siglo XXI es una prueba más de que el rock ha muerto, sin embargo, Rodrigo Fresán escribe: “(los Beatles) creen en el ayer, sí. Pero el futuro les pertenece”. Hace apenas un año todas sus canciones fueron remasterizadas y además de haber sido remezcladas como musas del pop art bajo la carpa del Cirque du Soleil, la directora Julie Taymor las tradujo a un musical alucinógeno: Across the Universe. Ahora se prepara el remake 3D de Yellow Submarine —encargado por Disney a Robert Zemeckis— y hace poco llegó al Ecuador 22 Escarabajos. El libro recopila relatos de Andrés Neuman, Leopoldo Marechal y Fernando Iwasaki y diecinueve autores más, que echan su mano de ficción al torrente de leyendas urbanas que gira alrededor del cuarteto.

En esas páginas, como era de esperarse, el beatle favorito es Lennon, el “genio salvaje” (como lo llama Tom Wolfe al conectar su libro de 1964, In His Own Write, al humorismo de Artemus Ward y Mark Twain). El líder de la banda se convirtió en mártir del rock no sin anticipar una suerte de apocalipsis en la canción más sombría del conjunto: “A Day in the Life”. “Un sonido como el del fin del mundo” es lo que John le pidió al productor George Martin, treinta y cuatro horas en el estudio se convirtieron en una canción que por la frase “I’d love to turn you on…” —un llamado al cambio en medio de la extenuación y la violencia— fue prohibida por la BBC. Hablando de agotamiento espiritual, Cuenca Sandoval, editor de 22 Escarabajos, recoge una anécdota narrada por Gabriel García Márquez: “Mi hijo mayor le preguntó a una muchacha de su misma edad por qué habían matado a John Lennon, y ella le contestó, como si tuviera ochenta años: Porque el mundo se está acabando.”

Pero el mundo ya se había acabado muchas veces antes. Era 1964, el muro de Berlín ya estaba construido, los escolares estadounidenses hacían simulacros contra los ataques nucleares bajo sus escritorios y Vietnam ardía. La sensación de un desastre inminente se había agudizado con el asesinato de John F. Kennedy, pero desde Inglaterra ya se escuchaban esas voces que, años más tarde, la NASA llevaría al espacio como curiosa muestra de los sonidos terrícolas.
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John, Paul, George y Ringo viajaron del infeccioso blanco y negro de sus primeros discos a la visión caleidoscópica de Sgt. Pepper y, de ahí, a la promiscuidad del Álbum Blanco —una bola de cristal de casi todo lo que vendría en el mundo del rock. En 1966 habían decidido dejar los escenarios y apoderarse del estudio de grabación. Las giras se habían vuelto un tour de horrores —decía John que estaban más cerca del Satyricon de Fellini que de A Hard Day’s Night—, todos querían un pedazo de los Beatles: alcaldes, empresarios, paralíticos…

Lennon le contó a la revista Rolling Stone que la imagen limpia que mantuvieron los Beatles se debía a que “Todos querían tragos gratis, putas gratis y diversión… Éramos Césares, ¿quién iba a derribarnos si había millones de libras por hacer?” Pero fueron ellos mismos quienes decidieron bajarse del circo que significaba dar vueltas por el mundo para hacer conciertos de apenas veinte minutos (además John venía de decir eso de ser más populares que Jesús y, luego, en 1967, murió Brian Epstein, el intuitivo manager de la banda). Entonces el estudio de grabación dejó de ser un cuarto con micrófonos para volverse un instrumento expansivo y cada beatle tuvo tiempo para perseguir sus intuiciones sonoras. 

McCartney es visto como el músico azucarado y bonachón, sin embargo, no sólo se sabe que era igual o más vanguardista que John sino que la canción más pesada del grupo, “Helter Skelter”, fue escrita por él. Lennon, por su parte, no era sólo el beatle irónico y perturbado sino, además, el surrealista. No es casual que John haya contribuido a que la extrañísima El Topo, de Alejandro Jodorowsky, se convirtiera en una película de culto. Entre otras leyendas, como la que supone que Kubrick quiso filmar El señor de los anillos con los Beatles como protagonistas, se habla de que George Harrison se negó a aparecer en el siguiente filme de Jodorowsky —La montaña sagrada— porque el cineasta chileno quiso hacer un primer plano de su ano.

El lugar común habla de George como el tipo discreto, el tercer hombre tras la colaboración-competencia de Lennon y McCartney. Pero Harrison podía ser tan ingenioso como John (una vez le preguntaron “¿Cómo es ser un beatle?” y respondió: “¿Cómo es no ser un beatle?”) y tan melódico como Paul: Something, la canción que Sinatra consideraba la más brillante canción de amor, es una de las pruebas. Harrison introdujo la música y la filosofía hindú en el mundo del pop, organizó el primer concierto masivo de beneficencia, cantó encantadora y sombríamente en Blue Jay Way, en Long, Long, Long y a sus líneas de guitarra nunca les sobra ni les falta nada.

De Ringo, injustamente, siempre se habla al último. Además de ser el mejor actor de los cuatro, hizo lo que pocos bateristas: cantar, componer y lograr un estilo singular. En A Day in the Life, en Strawberry Fields Forever, en Rain muestra lo difícil que puede ser tocar con sencillez y expresividad. George Martin escribe en su recuento de las sesiones de Sgt. Pepper (estudiadas con lupa por Thom Yorke, de Radiohead) que el voto de Ringo a la hora de hacer cambios a un tema podía ser tan determinante como el de John o Paul.

beatlemania-yellow-submarine.jpgAquella colisión de talentos, entre otras cosas Bono dice que las canciones del grupo son milagros, la convirtió en la banda de bandas. No se puede exagerar la importancia de los Beatles. Lograron que los álbumes sean más importantes que los sencillos, fueron pioneros del videoclip, gente de áreas diferentes como Salman Rushdie o Matt Groening creador de Los Simpsons los citan como inspiración y, por ejemplo, entre miles de músicos, el movimiento tropicália en Brasil con artistas como Os Mutantes no hubiera existido sin ellos (ni hablar del britpop de los noventa o de Charly García y sus Salieris).

El cuarteto que invadió la conciencia cultural por medio de las quinceañeras y convirtió la diversión en arte fue famoso como quizás sólo Chaplin había sido antes. Poco importa que McCartney se haya convertido en alguien demasiado satisfecho con ser una superestrella o que la música de Lennon haya decaído por su exagerado “mensajismo”. Los Beatles aunque lo niegue Frank Zappa son ese momento inventivo al cual siempre se puede volver cuando las cosas en el rock se ponen demasiado mecánicas, precavidas y “profesionales”.


Ilustraciones:
Beatles: elnuevocojo.com
Libro: riograndereview.com
Yellow submarine: www.taringa.net

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Juan Manuel Granja (Quito, Ecuador, 1980). Es escritor y periodista. Ha publicado en las revistas Mundo Diners, El Apuntador, BG, Dolce Vita, Revista Q y Vanguardia así como en los portales La Selecta y El Portalvoz (España). En 2007 fue premiado por su novela corta Un ligero temblor en las piernas. En 2009 formó parte de una publicación especial de cronistas realizada por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano con su crónica “Los Tropicales del Caribe”. Su poemario Alter se publicó en internet. Dirige los blogs de cine, literatura y música metamorfodromo.blogspot.com y folioinn.blogspot.com.

 

Punto en Línea, año 17, núm. 113, octubre-noviembre 2024

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