―Toni, ¿hoy es jueves, verdad?
―Me temo que sí, Fede.
―Entonces no tarda en llegar el gordo friki del sombrero raro.
―Me temo que sí, Fede, no tarda en llegar y siempre a la misma hora, justo antes del almuerzo el muy cabrón.
La puerta de la tienda de cómics de la calle Aribau se abrió emitiendo un rechinido intenso que llamó la atención de todos los presentes. Por ésta, atravesó una figura obesa con aspecto cansado. Llevaba los lentes empañados debido al constante jadeo que emitía su boca para recuperar el aliento. Sus mejillas parecían grandes globos rosados a punto de estallar. Había venido corriendo desde la estación de bus que quedaba a unos cuantos metros de la tienda para llegar como de costumbre a las doce y media de la tarde. Nunca se llevaba ninguna revista, se limitaba a recorrer la tienda de cabo a rabo, peinándola como un investigador en busca de pistas. Retiró de su cabeza el ridículo gorro de color azul que siempre llevaba y lo aprovechó para secarse el sudor que caía por su frente. Después lo guardó en uno de los bolsillos de su chaqueta. Los encargados de la tienda no dejaban de observar sus movimientos; sabían que no compraría nada y que preguntaría por todas las revistas, por las novedades, por los precios y por cada uno de los objetos del lugar; seguramente se sabía las respuestas de memoria, pero sólo lo hacía para molestar. Al pasar por el mostrador, el gordo dirigió un saludo a los encargados de la tienda. Fede y Toni hicieron como si no existiera y siguieron en su puesto detrás de la caja registradora.
―¿Será posible que ese gordo maricón venga todos los jueves a la misma hora y siempre en nuestro turno? ―dijo Toni.
―Hay que echarlo ―contestó Fede―. Hay que hacer algo para que no venga más. El otro día me tuvo media hora preguntando sobre un póster de los cuatro fantásticos. Quería saber mi opinión, si quedaría mejor en la sala de su casa o en su habitación. Luego me preguntó si en la tienda también hacíamos los marcos para los pósters.
―No jodas, eso no es nada ―siguió Toni―. El otro día mientras limpiaba los aparadores me tomó por sorpresa y comenzó a hablarme de lo buena que sale la Mujer Maravilla en el número ocho de este año. ¡¿Puedes creerlo?! Después me preguntó si teníamos el cómic de Æon Flux. ¿Te acuerdas de la serie animada que pasaba MTV?
―¿Cuál serie? ―preguntó Fede sorprendido.
―Pues aquélla en la que salía una tipa vestida con un traje de látex y con las tetas casi al aire. No quiero ni pensar lo que haría ese gordo con la revista. Seguramente sería para hacerse la paja con ella ―añadió Toni.
―Hay que reconocer que casi todos nos masturbábamos con esa serie ―dijo Fede.
―¡Puta madre, es un cómic! Vaya enfermedad ―gruñó Toni.
La hora del almuerzo había pasado y el gordo seguía recorriendo el local y no paraba de abrir y cerrar revistas. Toni se imaginó sacando una escopeta del mostrador y abatiéndolo a tiros. Ninguno de los dos encargados quiso abandonar su puesto de trabajo. Se sentían protegidos tras la caja registradora, no estaban de humor para descifrar incógnitas sobre la vida de los superhéroes.
―Hay que hacer algo, Toni ―dijo Fede dirigiéndole una mirada sugestiva.
―Tú dirás ―se apresuró a contestar Toni.
―Démosle un susto.
―¿Qué clase de susto?
―Pues, podemos cerrar el local y aparentar que si vuelve por acá le vamos a dar una golpiza que le mandará al hospital.
―No ―murmuró Toni―, me parece exagerado. Además si ese gordo se cabrea, nos mata a los dos.
―¿Y entonces qué? ¿Aguantamos todos los jueves como unos pendejos? Si es así, entonces yo renuncio.
―No, nada de eso. Lo mejor es encerrarlo en la bodega una hora o dos. Lo máximo que le puede pasar es que vea a una rata y ya está.
―¿Y cómo lo llevamos hasta ahí?
―Pues vamos con él y le decimos que queremos enseñarle un cómic muy bueno, pero que está empaquetado en la bodega.
―Listo, entonces hagámoslo ―sentenció Fede.
Después de planear todo, Fede tomó la llave de la bodega donde guardaban las revistas mientras Toni se encargaba de convencer al gordo de que los acompañara. Fue sencillo, el gordo era un friki que no disimulaba su admiración por las buenas revistas. Mientras descendían por las escaleras, Fede sintió curiosidad por saber la edad del gordo. Éste le contestó que tenía cuarenta y cinco años. Por la edad podría ser el padre de cualquiera de ellos pero no era más que un gordo maricón que llegaba todos los jueves a la misma hora sólo para molestar.
Antes de que Fede abriera la puerta de la bodega, hizo una última pregunta al gordo.
―¿A qué se dedica?
La puerta se abrió y los tres ingresaron, el gordo el último. Su enorme cuerpo tapaba la salida.
―Voy a responderte con otra pregunta ―dijo mientras desabrochaba su cinturón― ¿A quién de los dos quieres que me coja primero?