Siempre
Después de la comida, sacan a los muertos. Creo que la mano que introduce las charolas con comida es la misma que recoge los cuerpos. La mano conoce bien el lugar donde amontonamos los cadáveres. Ya me acostumbré a ellos. Los que todavía me preocupan son los enfermos; hay muchos. Uno siente que en cualquier momento se contagiará de algo, y aquí todo te mata. Es asombroso que todavía haya ancianos y que nazcan niños de vez en cuando. Aquí, vivir es una necedad.
Siempre
Soy de los primeros en acostarse, aunque hoy me ganaron varios. Prefiero acomodarme cuando hay pocos a mi alrededor. Además, aquí no hay una hora fija para que apaguen las luces, y en la oscuridad es difícil encontrar tu sitio. Si hay algo que detesto es tener que andar a tientas entre masas sudorosas, buscando mi cobija.
Siempre
Me pregunto a dónde se llevan a los muertos, qué harán con ellos. Quizá los tiran a la basura o los queman. Quizá los venden o se los dan a sus mascotas. Una vez, allá, vi a uno de esos enormes animales asomándose hacia nosotros, con el hocico pegado al vidrio, babeando, sus colmillos me llegaban casi a las rodillas. Y pensar que, con tal de salir de aquí, llegué a considerar la opción de hacerme pasar por muerto.
Siempre
Me quedo con hambre. Allá daban tres comidas, individuales, calientes. Aquí introducen charolas con una masa asquerosa y fría, de donde debemos comer todos, con las manos, una vez al día. Ponen las charolas con comida al centro. Nunca es suficiente. Siempre me duermo con hambre.
Pero hoy
No me importa el hambre. Hoy siento el piso menos frío. Si todo sale bien hoy, pronto podrían sacarme de aquí.
No sé
Qué tanto dolerá. Mucho, supongo. Tendré que hacerlo con fuerza. Y tendré que cerrar los dos ojos. Si no los cierro no podré hacerlo. Un sólo pinchazo y listo.
Un día
Hace varios, la mano dejó caer con descuido una de las charolas. Una esquirla de plástico, casi del largo de mi dedo índice, cayó sobre la superficie de vidrio. Nadie me vio esconderla entre mis ropas. La guardo bajo mi cobija. Ahí está segura. Tiene una buena punta. Espero que funcione.
En cuanto
Apaguen las luces sacaré la esquirla. Un pinchazo y listo. Soy zurdo, así que será el derecho. No creo tardar muchos días en adaptarme a ver con un solo ojo.
Allá
Nunca pensé en huir, aquí es difícil pensar en otra cosa. En ambos lados es igual de imposible. Las paredes de vidrio son tan altas que ni siquiera colocando cinco o seis de nuestros cuerpos, los pies de uno sobre los hombros del otro, lograríamos alcanzar la parte más alta. Y, aun lográndolo, la posibilidad de pasar sobre la pared de vidrio y llegar hasta el lejano piso de madera es realmente nula. Ignoro si antes alguien intentó escapar de aquí. Lo cierto es que ahora a nadie se le ocurriría.
A diario
Meten a alguien nuevo, o a varios. Muchos se quedan parados en el centro, viendo para todos lados, sorprendidos; no tardan mucho en descubrir la naturaleza de este lugar. Pero otros ni cuenta se dan. O son muy chicos o muy idiotas o están demasiado enfermos como para entender a dónde los trajeron. Esos son los afortunados.
Aquí
También hay visitas, aunque son pocas y siempre se llevan lo peor que encuentran. Nunca eligen a alguien que se vea enfermo, eso sí. Pero les fascinan los deformes, y también los discapacitados. Hace tiempo entendí que para salir de aquí hay que tener seis dedos, un solo ojo o la mitad de la cara quemada. Así, completo, nadie se lo lleva a uno. Allá me condenaron mis gustos; aquí me condena mi normalidad, mi tibia simetría.
Los deformes
Y los discapacitados son lo que más detesto. No me afecta su torpeza o su falta de simetría. Lo que me pudre es que quieran ser los primeros en comer, que busquen causar lástima, que crean que su miseria es más grande que la nuestra. Al menos los idiotas, los retrasados, no sacan ventaja de su condición. Claro, quizá porque no pueden. Ellos esperan su turno para acercarse a la charola, dóciles; algunos se quedan babeando en sus rincones, débiles, resignados a que alguien les convide algo de su comida.
A los enfermos
Nadie se los llevará de aquí, nunca. Y lo saben. Incluso los retrasados tienen alguna oportunidad de salir; ellos no. Sólo esperan la muerte. Nosotros también. Es lo único que pueden hacer. No sólo roban aire; lo contaminan.
Ya
Han de estar por apagar las luces. Siento que nunca se habían tardado tanto. La mayoría ya vino a acostarse. Varios ya están dormidos. No sé cómo podemos dormir, con lo poco que hacemos durante el día. Después de la comida, sólo queda esperar la noche. De noche no hay rostros, y los ruidos y el olor se reducen, o al menos se uniforman.
Desconozco
Lo que me espere allá afuera y no me importa. Sólo sé que no puedo seguir aquí sin intentar nada. No sé afuera, pero aquí no hay milagros.
El día
Que me sacaron de allá pensé que alguien, al fin, me había elegido. Me despedí con cierto orgullo. Intuí que algo andaba mal cuando noté que me estaban llevando al piso de arriba. Hace tiempo que dejé de pensar que esto se trata de un castigo. Sencillamente perdieron la fe en mí. Asumieron que no cambiaría. Debí haberlo intentado.
Aquí
Nadie nos vigila, nadie registra nuestros actos o castiga nuestra pereza, nuestro agotamiento o nuestras desviaciones. Casi extraño los enormes ojos que, siempre fijos, marcaban mi rutina.
Aquí
Ningún cuerpo es atractivo. Este maldito olor a podrido y a enfermo lo absorbe todo.
Espero
Que no te hayan dejado ahí, espero que estés en un sitio peor que éste. Te imagino débil, adolorido, cansado de gritar implorando ayuda. Creo que sobrevaloraron nuestras relaciones. Yo fácilmente hubiera prescindido de ti. Me gustabas, pero no te extraño. Al menos no más que a la comida o a mi cama.
Dicen
Que antes, hace mucho, había colchones, y que se fueron deshaciendo de a poco; dicen que algunos, de pura hambre, empezaron a comerse el relleno, hasta no dejar nada. Dicen muchas cosas. Pero la mayoría no sabe hablar, o no quiere.
Ya
Está oscuro. Al fin.
Ya
Es hora. Meto mi mano bajo la cobija. La esquirla sigue donde debería estar. Mi respiración es tan fuerte y tan continua que siento que voy despertar a todos los que están cerca de mí. Alguien a lo lejos murmura, quizá sueña o se queja. Mañana todos notarán mi cambio.
Ya
Es hora. Me quito la camisa. Me la pongo en la boca. La muerdo. Agarro la esquirla con fuerza. Mi mano tiembla. La esquirla ya es un bisturí. Uso la otra mano de refuerzo. Un pinchazo y listo, me repito, Un pinchazo y listo. Mis manos aprietan el bisturí. Suspiro. Mi mandíbula está aferrada a la camisa. Cierro los ojos. Aprieto los párpados. Mis manos toman impulso. La punta del bisturí penetra en la oscuridad.