cuento-garcia-01.jpgInclinada ante el espejo del enorme tocador, la mujer untó un poco de color a sus labios. Inmediatamente pensó que tal vez había puesto demasiado y corrigió el exceso con una servilleta. Tomó el bolso de cuero rojo que yacía sobre la cama y salió apresuradamente de la habitación dando un portazo. En el descenso de la escalera que remataba en la sala de estar, se sobresaltó al oír el timbre del teléfono y corrió a levantar el tubo. La tarde naufragaba entre las horas frescas que anteceden al crepúsculo, y la enronquecida voz del hombre le dio la sensación de que el tiempo se precipitaba.

—Laura, te estuve marcando toda la tarde. ¿Dónde estabas?

La mujer miró a su alrededor, buscando algún lugar donde sentarse, como preparándose para una larga ceremonia; pero el sofá estaba lejos y prefirió quedarse de pie.

—He estado afuera haciendo algunas diligencias y como de regreso pasé por la Tamayo, pensé que no estaría mal hacerle una visita a…

—Como que últimamente te ha dado por visitar a todo el mundo, ¿no? —interrumpió la voz con un tono cortante. La mujer tamborileó con serenidad sobre las teclas del tablero; sus dedos eran de una blancura transparente. Afuera, en el jardín, los árboles mecían sus largas sombras sobre el césped recortado. Una brisa fría hizo ondear las cortinas de la ventana, envolviendo con suavidad su cuerpo y arrancándole un suspiro.

—Tú sabes que no debo estar mucho tiempo sola. Necesito distraerme.

—Y vaya forma de distraerte, ¿no? —descargó el hombre.

—¿Qué pasa, qué tienes? —preguntó Laura con el ceño fruncido.

—¡¿Qué pasa?! ¡Pasa que ya me enteré de todo! —la voz sonó opaca, como obturada por un coágulo de saliva espesa—. Y no preguntes cómo, porque nunca te lo diré.

La mujer sintió unas frías gotas de sudor sobre su frente, se llevó la servilleta con una mancha roja al rostro y después la arrojó por la ventana.

—No sé de qué me hablas; no entiendo nada. Me estás asustando.

cuento-garcia-02.jpg—Te estoy asustando —repitió el hombre arrastrando cada sílaba—. Siempre es lo mismo. ¿Pero para qué hacernos tontos? Tú más que nadie sabes a qué me refiero.

Laura apretó el auricular contra su oreja; sus dedos se crisparon alrededor del tubo. Se sintió profundamente sola e indefensa en medio de un campo descubierto. Tenía puestos los ojos en el follaje denso, donde asomaban recortes de cielo de un matiz purpúreo, con pinceladas violetas en la cercanía del horizonte. Por un instante fue el silencio y luego otra vez la voz rasposa:

—Verás, el caso es que pronto no va a tener sentido. Hay un momento en que ya nada puede importarte. ―Aquí la voz tomó un dejo entrecortado, y ella supo que su marido estaba borracho. Sí, está borracho.  

—Habla más directo, por favor. Me asustas —repitió Laura, quejumbrosa.

—Qué sentirías si creyeras tener algo —continuó desgranando el hombre—, pensaras que es sólo tuyo, y de pronto te enteras de que alguien te lo ha quitado, que lo ha hecho endiabladamente a tus espaldas.

La mirada temblorosa de Laura se pasea por el recinto, la mesa con superficie de cristal del centro, donde descansa el bolso que al crepúsculo luce un color marrón quemado. Se queda mirándolo fijamente mientras advierte un cambio leve pero bastante perceptible en el ritmo de su respiración. Con los labios gruesos hace un gesto de empezar a decir algo, pero la voz del hombre, ahora quejosa, la interrumpe:

—Te preguntarás por qué te hablo en este tono, ¿verdad?, algo así como de telenovela. Pero sólo quiero que te lleves la última impresión de lo que soy, de lo que malditamente hiciste conmigo.  

Del otro extremo de la línea llegó un sonido susurrante, como de alguna gaveta que rodaba lentamente, con sigilo nervioso. Se detuvo, reinició con súbita violencia y se cerró de un golpe, seguido de otro de una densidad metálica.

—¿Qué estás pensando hacer, Rodolfo? —gimió llevándose una mano al pecho. La sala se inundó con un silencio plomizo, expectante. Hacía rato que la brisa se había difuminado. El oído de Laura se mantuvo todo el tiempo al acecho de cualquier sonido detrás de la bocina. Finalmente una frase desplazó el silencio hacia la nada:

—Lo que debí hacer mucho tiempo antes, de haber estado enterado, por supuesto. 

Dentro de la casa ya era noche cerrada. El interruptor de la luz quedaba a unos cuantos pasos del sitio donde la mujer se hallaba atada al teléfono, incapaz de movimiento alguno; salvo la creciente agitación en que ya su pecho se abatía. Los labios mantenían el esbozo de una O diminuta, donde lo oscuro de la noche era un silencio compacto.

La frase que viajó a lo largo de la línea, desde algún punto remoto al otro lado de la noche, cayó como un fardo en una cancha vacía:

—Lo siento, Laura, hasta nunca.

cuento-garcia-03.jpgLa estridencia del disparo casi le revienta el tímpano. Su ya tortuosa respiración se convirtió de pronto en un jadeo forzoso. El auricular se deslizó entre sus dedos y cayó al piso. Con una mano hacia el frente y la otra apretada contra el cuerpo a la altura del corazón, avanzó tropezándose en medio de la oscuridad espesa, hasta llegar a tientas a la mesa de cristal donde encontró el bolso, ahora del color más negro de la noche. Hurgó en su interior un instante que a ella le pareció un siglo. Su mano finalmente tropezó con un frasco; lo destapó, gimiendo, con una rapidez nerviosa; y en medio de un horrible asombro descubrió que estaba vacío.

Una hora más tarde una silueta apareció en la puerta de calle, recortada contra el fondo iluminado de afuera, y avanzó taconeando estrepitosamente. La sala entera estalló bajo la luz de las lámparas eléctricas. Un hombre alto, de mirada enrojecida, pasó por encima de la figura descompuesta e inerte de la mujer, recogió el auricular que yacía sobre el piso, marcó un número corto y pronunció con voz pastosa, opaca, como obturada por un coágulo de saliva espesa:

—Señorita, es urgente, mi mujer necesita una ambulancia.  


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Moisés García Hernández (Tabasco, 1989). Estudia Filosofía en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia. Fue integrante del taller literario de  “El jaguar despertado” en Villahermosa.

 

Punto en Línea, año 17, núm. 113, octubre-noviembre 2024

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fecha de la última modificación 10 de octubre de 2024.

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