There was just the voice and the white light,
Al final siempre habrá una puerta que no abrimos.
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Ella quiso saber su nombre. Estaba parada a su lado, descalza, mirándolo mirar la luz por la ventana. Alguna vez vi una luz así, hace mucho en un sueño, eso dijo. No quería que se terminara todavía. Se preguntaba si también quería quedarse, si también estaba pensando en alguien más, si sentía tanto miedo como ella, pero prefirió no decir nada. Trataba de imaginar al niño que soñó con esa luz, apretando los ojos mientras dormía para que el resplandor que lo cegaba entonces y ahora lo tenía completamente deslumbrado no se saliera de su sueño. Tuvo la sensación de que si lo hubiera conocido entonces, niños los dos, le habría gustado y quiso pensar que de alguna manera eso significaba que estar ahí era lo correcto. Mostró una sonrisa rápida. Volteó hacia la ventana y sintió el brillo hiriente de la luz derramándose por sus ojos como agua blanca. Era como si todos los colores se hubieran despintado, afuera ya no podía verse nada. Ella nunca había visto una luz así. Le tomó la mano y se la sujetó con fuerza, como si quisiera quedarse ahí por un tiempo, anclada en él. Un tiempo largo. Pensó en el azul o en el verde, algo que la calmara. Entonces quiso saber. ¿Cómo te llamas? Y ya no se oyó nada más.
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Se había acostumbrado a tener la televisión encendida con su monólogo maniático de fondo todo el tiempo. A veces no la apagaba ni para dormir. Casi nunca la veía, se paseaba de una habitación a otra sin prestarle atención. Cuando le preguntaban por qué lo hacía contestaba que era algo de la infancia, en casa eran muchos y nunca paraban de hablar, así que el televisor se convirtió en el eterno ignorado. Era una suerte de ronroneo. Le gustaba que dieran películas extranjeras porque no entendía nada y las palabras desprovistas de sentido se convertían en una música tenue que lo relajaba. Un alud sonoro que se precipitaba sobre sus oídos. Algo como el rumor del mar encerrado en una concha. O tal vez sólo no le gustaba el silencio.
Si se la mira con atención, la niebla del televisor parece un desfile repugnante de miles de gusanos moviéndose a una velocidad atroz —notó ella—, o una horda histérica de personas tratando de huir. Bajo algunas circunstancias nos comportamos como gusanos, añadió él. El zumbido seguía creciendo en el fondo, pero era un zumbido ciego, otra forma del silencio.
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A pesar de todo entendió por qué quiso dejar la tele encendida. A ella le pasaba algo parecido. Toda su vida vivió cerca del aeropuerto y desde pequeña se habituó al sonido atronador de los aviones cortando el cielo. Sobre todo por las noches, cuando los demás sonidos se apagan, escuchar las turbinas de un avión es para ella una manera de medir la normalidad y la calma. Lejos de casa le resulta muy difícil pasar una buena noche. Recuerda la temporada en que se fue a vivir al sur de la ciudad con un antiguo novio. El silencio la hacía despertar en las madrugadas con la sensación de que se estaba gestando una catástrofe, así que en menos de tres meses y con unas ojeras profundas, terminó la relación. Volvió a sus cielos rotos. Aprovecha que salieron al balcón para contarle estas cosas. Le gusta mirar cómo las naves se van haciendo más grandes a medida que se acercan a ella y cuando pasan por encima de su cabeza siente el mismo vértigo que sentía a los ocho años. Desde entonces jugaba a pensar historias posibles de la gente que iba a bordo de los aviones, dice, sus vidas abandonadas y las que estaban por inventar. Los dos están mirando al mismo punto: un avión que se aleja. Él se pregunta para qué. Creo que de lo que verdaderamente están huyendo todos es de sí mismos, dice. Siguen al avión con la mirada hasta perderse entre una nube con forma de mano.
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Nuevas instrucciones para llorar:
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Quizá todavía no lo notaban, pero parecía que el día estaba avanzando en sentido contrario. El ocaso se había alargado mucho, daba la impresión de querer postergar su caída cotidiana sobre el desbarrancadero de la noche, como si se resistiera a su suicidio cotidiano. Más que un crepúsculo parecía un amanecer. La luz llegaba cansada del horizonte a habitar con ellos esas horas y esos muros. Son tardes como ésta en las que uno anda en busca de la tarde.
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¿Qué harías distinto si supieras que éste es tu último día?
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Esta historia debería conmovernos, pero no nos conmueve. Es como cuando leemos una noticia tristísima pero no podemos evitar reír. ¿A quién le importan dos personas encerradas un domingo en un departamento? ¿A quién le importa que alguien se haya salvado de un accidente o que se encuentre la cura para el cáncer? A nadie. Hoy no. Es tan triste que da risa. Lennon lo dijo mejor en una canción.
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Fueron cinco minutos y treinta y tres segundos. Los dos cantaron tan fuerte que apenas se escuchaban debajo las voces tristes y ansiosas de Lennon y McCartney. Si alguien los hubiera visto gritando, de pie, eufóricos, diría sin dudarlo que eran una pareja feliz. Pero nadie los vio y no eran una pareja.
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Parecía estar buscando algo en el libro cuando comenzó a hablar. Era este mismo ejemplar, estoy seguro, dijo, y lo dejó sobre la mesa. Un libro pequeño con las hojas amarillentas y mal pegadas que ella había leído a los dieciséis y él a los doce, aunque eso no lo dijeron. Ella lo dejó continuar.
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Estaba colgado del cielo como un ave que abrió las alas y no decide si volar o dejarse caer. Así les pareció al principio.
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Ya no quedaba tiempo, pero tampoco había mucho por hacer. Rodeados de tanta ausencia podrían simplemente continuarla, dejarse caer; o podrían quedarse a repoblar el vacío, el domingo, las paredes frías, este mínimo relato.
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Ilustraciones:
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Herson Barona (Ciudad de México, 1986). Escritor y editor. Ha publicado, entre otras, en revistas como La palabra y el hombre, Tierra Adentro, Periódico de Poesía, Punto de partida y Los suicidas, además de aparecer en diversas antologías. Actualmente se desempeña como editor de la revista Bonsái. Literatura mínima y escribe un libro de poemas como becario del FOCAEM en la categoría Jóvenes creadores. Publica formas breves en el blog variainvencion.blogspot.mx y en la cuenta de twitter @viajerovertical. |