There was just the voice and the white light,
and these two things combined felt like the truth.

Miranda July

 

Al final siempre habrá una puerta que no abrimos.

 

§

 

barona-02.jpg Ella quiso saber su nombre. Estaba parada a su lado, descalza, mirándolo mirar la luz por la ventana. Alguna vez vi una luz así, hace mucho en un sueño, eso dijo. No quería que se terminara todavía. Se preguntaba si también quería quedarse, si también estaba pensando en alguien más, si sentía tanto miedo como ella, pero prefirió no decir nada. Trataba de imaginar al niño que soñó con esa luz, apretando los ojos mientras dormía para que el resplandor que lo cegaba entonces y ahora lo tenía completamente deslumbrado no se saliera de su sueño. Tuvo la sensación de que si lo hubiera conocido entonces, niños los dos, le habría gustado y quiso pensar que de alguna manera eso significaba que estar ahí era lo correcto. Mostró una sonrisa rápida. Volteó hacia la ventana y sintió el brillo hiriente de la luz derramándose por sus ojos como agua blanca. Era como si todos los colores se hubieran despintado, afuera ya no podía verse nada. Ella nunca había visto una luz así. Le tomó la mano y se la sujetó con fuerza, como si quisiera quedarse ahí por un tiempo, anclada en él. Un tiempo largo. Pensó en el azul o en el verde, algo que la calmara. Entonces quiso saber. ¿Cómo te llamas? Y ya no se oyó nada más.

Esto podría ser una despedida, pero nadie dijo adiós.

 

§

 

Se había acostumbrado a tener la televisión encendida con su monólogo maniático de fondo todo el tiempo. A veces no la apagaba ni para dormir. Casi nunca la veía, se paseaba de una habitación a otra sin prestarle atención. Cuando le preguntaban por qué lo hacía contestaba que era algo de la infancia, en casa eran muchos y nunca paraban de hablar, así que el televisor se convirtió en el eterno ignorado. Era una suerte de ronroneo. Le gustaba que dieran películas extranjeras porque no entendía nada y las palabras desprovistas de sentido se convertían en una música tenue que lo relajaba. Un alud sonoro que se precipitaba sobre sus oídos. Algo como el rumor del mar encerrado en una concha. O tal vez sólo no le gustaba el silencio.

De manera que cuando estaban por entrar ella creyó que había alguien más en el departamento. Eran las voces monocordes de un par de periodistas que no entendían, o no querían creer lo que estaban diciendo. Se acercó al sofá y tomó el control remoto mientras él se quitaba la chamarra. Ya fueron suficientes noticias, dijo, y cambió de canal, pero se encontró con las barras tecnicolor de las frecuencias que han finalizado su transmisión. Se dieron cuenta de que en todos los canales que seguían operando estaban los mismos periodistas, era la misma señal. Continuó apretando el botón del control remoto casi de manera automática y después de un rato ya no encontraron nada más que niebla televisiva. Tal vez era una falla en el sistema satelital. Se quedaron viendo la pantalla como absortos mientras el zumbido parecía ir en aumento, reptar por las paredes, crecer dentro de ellos.

 

Expresionismo abstracto.
Arcoíris en escala de grises.
Pintura de acción. Niebla sobre plasma, 29 pulgadas.
El televisor era un Pollock.

 

Si se la mira con atención, la niebla del televisor parece un desfile repugnante de miles de gusanos moviéndose a una velocidad atroz —notó ella—, o una horda histérica de personas tratando de huir. Bajo algunas circunstancias nos comportamos como gusanos, añadió él. El zumbido seguía creciendo en el fondo, pero era un zumbido ciego, otra forma del silencio.

 

§

 

barona-04.jpg A pesar de todo entendió por qué quiso dejar la tele encendida. A ella le pasaba algo parecido. Toda su vida vivió cerca del aeropuerto y desde pequeña se habituó al sonido atronador de los aviones cortando el cielo. Sobre todo por las noches, cuando los demás sonidos se apagan, escuchar las turbinas de un avión es para ella una manera de medir la normalidad y la calma. Lejos de casa le resulta muy difícil pasar una buena noche. Recuerda la  temporada en que se fue a vivir al sur de la ciudad con un antiguo novio. El silencio la hacía despertar en las madrugadas con la sensación de que se estaba gestando una catástrofe, así que en menos de tres meses y con unas ojeras profundas, terminó la relación. Volvió a sus cielos rotos. Aprovecha que salieron al balcón para contarle estas cosas. Le gusta mirar cómo las naves se van haciendo más grandes a medida que se acercan a ella y cuando pasan por encima de su cabeza siente el mismo vértigo que sentía a los ocho años. Desde entonces jugaba a pensar historias posibles de la gente que iba a bordo de los aviones, dice, sus vidas abandonadas y las que estaban por inventar. Los dos están mirando al mismo punto: un avión que se aleja. Él se pregunta para qué. Creo que de lo que verdaderamente están huyendo todos es de sí mismos, dice. Siguen al avión con la mirada hasta perderse entre una nube con forma de mano.



Cuéntame quién iba en ese avión.

Imagino, por ejemplo, a una mujer a la que le esperan catorce horas de vuelo y dos conexiones. Tiene el rímel corrido hasta los pómulos y un fuerte dolor de cabeza producido por todo el llanto que no alcanzó a sacar y por su hija que llora a los gritos junto a ella, como si supiera que ya no volverá a ver a su padre nunca. Toma un espejo y trata de limpiarse el rostro con un pañuelo desechable. En su reflejo ve tristeza, pero sobre todo mucho miedo.

 

§

 

Nuevas instrucciones para llorar:

 

1. Ponerse rímel.
2. Mirarse en un espejo.
3. Preguntarse por qué.
4. Sollozar.
5. Sentir miedo.
6. Grabar y reproducir las veces que sean necesarias.

 

§

 

Quizá todavía no lo notaban, pero parecía que el día estaba avanzando en sentido contrario. El ocaso se había alargado mucho, daba la impresión de querer postergar su caída cotidiana sobre el desbarrancadero de la noche, como si se resistiera a su suicidio cotidiano. Más que un crepúsculo parecía un amanecer. La luz llegaba cansada del horizonte a habitar con ellos esas horas y esos muros. Son tardes como ésta en las que uno anda en busca de la tarde.

 

§

 

¿Qué harías distinto si supieras que éste es tu último día?

Ella se hacía esa clase de preguntas todo el tiempo. Había ensayado al menos veinte posibles respuestas para ésa en especial, pero justo hoy no sabría qué decir. Entonces le preguntó.

Nada.

Bajó la mirada porque no supo decir todo lo que quería, no pudo. Las palabras se le volvieron ceniza, polvo, una molestia en la garganta. Un dolor. Ella tal vez lo entendió. Ese dolor, esa mirada que vagaba por la duela del piso en busca de algo. Se quedaron callados, guardados en el silencio que guardaron sus bocas.

 

§

 

Esta historia debería conmovernos, pero no nos conmueve. Es como cuando leemos una noticia tristísima pero no podemos evitar reír. ¿A quién le importan dos personas encerradas un domingo en un departamento? ¿A quién le importa que alguien se haya salvado de un accidente o que se encuentre la cura para el cáncer? A nadie. Hoy no. Es tan triste que da risa. Lennon lo dijo mejor en una canción.

 

§

 

Fueron cinco minutos y treinta y tres segundos. Los dos cantaron tan fuerte que apenas se escuchaban debajo las voces tristes y ansiosas de Lennon y McCartney. Si alguien los hubiera visto gritando, de pie, eufóricos, diría sin dudarlo que eran una pareja feliz. Pero nadie los vio y no eran una pareja.

Era la canción favorita de ella, por eso la puso. Si juntara todas las veces que la ha escuchado a lo largo de su vida serían muchas horas, tal vez un día entero. Un día en su vida escuchando A day in the life.

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Me gusta que comience así, con un hombre leyendo el periódico; me gusta que la historia de ese hombre sea interrumpida por la de otro a quien se le hace tarde para tomar el autobús; me gusta que entre en un sueño mientras alguien habla, y que no importe lo que dice; me gusta imaginar ese sueño, pero creo que lo que más me gusta es el final, esa explosión.

Él la escuchó mientras le contaba que Lennon le había pedido a George Martin un sonido como el del fin del mundo para el final de la canción.

¿Te das cuenta? En esa canción ocurre todo, por eso es hermosa: Alguien lee que alguien muere, alguien fuma, alguien ve una película donde alguien gana la guerra, alguien sueña, también hay alguien ahí a quien le gustaría calentarte y tal vez todo eso ocurre dentro del sueño de alguien más... y se acaba el mundo. Bum. Es un día en la vida, pero es también todos los días hasta el final. Y todo eso cabe en cinco minutos y treinta y tres segundos.

 

§

 

Parecía estar buscando algo en el libro cuando comenzó a hablar. Era este mismo ejemplar, estoy seguro, dijo, y lo dejó sobre la mesa. Un libro pequeño con las hojas amarillentas y mal pegadas que ella había leído a los dieciséis y él a los doce, aunque eso no lo dijeron. Ella lo dejó continuar.

Iba saliendo de casa cuando vi a un chico gordo con unos lentes enormes acercarse para pedir una firma, dijo. Busqué en la bolsa de mi pantalón y lo que saqué no era una pluma, sino una pistola muy liviana que parecía ser parte de mi cuerpo. Disparé una, dos, tres, cinco veces y me fui caminando y sonriendo, sin mirar atrás. Ni siquiera corrí. Tenía la sensación de que lo que había hecho estaba bien. Mientras caminaba me daba cuenta de lo que acababa de ocurrir: le disparé al tipo que le disparó a John Lennon. Regresé a casa rápidamente y, al pasar frente a un edificio de ventanales alcancé a ver mi reflejo. Yo no era yo. Entonces me di cuenta de que estaba soñando que era John Lennon. Cuando estuve frente al edificio donde vivía encontré solamente ese libro. En la primera página, con tinta roja, decía: “Ésta es mi declaración. Holden Caulfield”. Y me desperté sin saber nada de aquel muchacho gordo. El libro jamás volví a leerlo.

Si al menos fuera una buena novela... Ella iba a decir algo más, pero se arrepintió. Tomó el libro y caminó hacia el balcón.

 

§

 

barona-03.jpg Estaba colgado del cielo como un ave que abrió las alas y no decide si volar o dejarse caer. Así les pareció al principio.

¿Cuál es el principio de un instante?

Esto es una fotografía que nadie toma, taxidermia del tiempo: alfileres de luz atravesando el polvo, hilos de aire sosteniendo el vértigo meditado en la inmovilidad. La invitación al salto y al olvido, el viaje vertical.

El viento le arrancó un par de hojas, eso sí lo alcanzaron a ver. Y tal vez fue todo. Siete pisos se acaban muy pronto. El libro en el asfalto yacía como el cadáver de un suicida, pero fue sólo el comienzo, la preparación, el anticipo de un diluvio de pájaros que nunca aprendieron a volar.

No fue algo que se propusieran, ni siquiera lo pensaron.

Magris. Walser. Gogol. Sebald. Rulfo. Gombrowicz. Lispector. Pynchon. Borges. El librero entero despeñándose. Los vivos y los muertos, los buenos con los malos, salpicando la calle de hojas, conformando un cementerio de palabras, una especie de mapa con todas las historias.

Siguieron con los discos y, de ahí, pasaron directamente a los platos y los vasos, los espejos. El cristal se partía como una gota de agua tintineante.

Habían depositado demasiadas horas sobre los objetos. Deshacerse de ellos era una manera de empacar la vida y perder las maletas; quemar las naves.

 

§

 

Ya no quedaba tiempo, pero tampoco había mucho por hacer. Rodeados de tanta ausencia podrían simplemente continuarla, dejarse caer; o podrían quedarse a repoblar el vacío, el domingo, las paredes frías, este mínimo relato.

 


Ilustraciones:
hotcakejoy www.sxc.hu
The Catcher in the Rye www.takepart.com
MeiTeng  www.sxc.hu
ba1969 www.sxc.hu


Herson Barona (Ciudad de México, 1986). Escritor y editor. Ha publicado, entre otras, en revistas como La palabra y el hombre, Tierra Adentro, Periódico de Poesía, Punto de partida y Los suicidas, además de aparecer en diversas antologías. Actualmente se desempeña como editor de la revista Bonsái. Literatura mínima y escribe un libro de poemas como becario del FOCAEM en la categoría Jóvenes creadores. Publica formas breves en el blog variainvencion.blogspot.mx y en la cuenta de twitter @viajerovertical.

 

Punto en Línea, año 17, núm. 113, octubre-noviembre 2024

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fecha de la última modificación 10 de octubre de 2024.

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