¿De qué estará hecho el héroe que huele tan humano? ¿Cuál es su lenguaje si no el silencio? El silencio es una elección que constituye primero una actitud, luego una individualidad, una identidad que posteriormente designa una existencia. El existencialismo sabe de eso y su expresión se divisa en el lenguaje, o en la ausencia de éste. Basta con no confundir al acto expresivo como la garantía de exposición del ser personal, es decir, no todo queda al descubierto por medio del lenguaje. La verdad de las decisiones y de los actos elegidos libremente por un individuo no son totalmente comunicables, ni transferibles. Hay voces que no resuenan y no por eso dejan de existir.

Esas existencias silenciosas las encontramos en El desierto de los tártaros de Dino Buzzati; en el sentido de la soledad de la celda de su personaje Giovanni Drogo, en la autobiografía de Joyce; en su Retrato del Artista Adolescente, en la pasividad de Bartebly señalada por Melville, en la Carta de Lord Chandos redactada por Hofmannsthal, en la proposición 7 del Tractatus de Wittgenstein, en la Guerra y Paz de Tolstói, en la felicidad de El Mito de Sísifo de Camus, en la tarea penosa de Abraham elogiada por Kierkegaard en su Temor y Temblor. En el origen del mal, en aquél personaje, la  víctima teológica: el Diablo, Anticristo y Satán, el Ángel caído.

Lucifer es quien posibilita la libertad, porque la libertad no existe sin elección y la elección no existe si no hay otra opción, si sólo hay un mismo camino. La obediencia a un Creador que sólo pide eso, que hace imperativo entrar en el juego de las decisiones, del libre albedrío. Cumplir con una sentencia cabalmente, permaneciendo en la fe, en la obediencia disfrazada de amor, en la prueba del amado solícito que tienta al amante por medio del absurdo. Quien se niega a dicha conformidad, a renegar del absoluto totalitarismo de la elección, confiesa: non serviam y su voz no suena, porque esas palabras son un silencio, la actitud adversa frente al despotismo del dictador que refunfuña la ley del libre albedrío que obliga a elegir y que sólo aquél le da la espalda, se le acusa de soberbio y se le exilia por la eternidad, comienza el señalado mal resultado de la responsabilidad de un silencio, comienza la verdadera libertad.

El rehusarse a participar en el juego de las elecciones, el non serviam es un silencio.1 La libertad entregada a los seres a través de una serpiente, en forma de una manzana, salir del conformismo y participar del sufrimiento, es la posibilidad de la vida y la muerte. La hermenéutica se sirve de la existencia para interpretarla como un texto y sus palabras. Porque todo lo anterior sólo es metáfora, analogía y palabras metafísicas. Trátese o no de un área estricta de la teología, el significado de la anécdota sugiere un argumento ontológico. La fenomenología confía demasiado en lo comprobable, en el fenómeno, en la experiencia, lo que es sujeto a lenguaje, no permite el silencio, a menos que sea suspensión de juicio y en ese momento abandona la epistemología para centrarse en la estética. Regresando a las alegorías teológicas, se dice que hay tres evos, tres duraciones, tres tiempos. Uno pertenece a la eternidad donde sólo el Creador puede balbucear la palabra:. Otro en el cual se libera la posibilidad de pronunciar o no, el tiempo de la infinitud angélica, la imposibilidad del arrepentimiento o redención. Por último, el tiempo de los humanos en las que todas las gamas de posibilidades léxicas emergen en una finitud mortal, se tiene la condena de la libertad; de todas las decisiones que, o se reafirman, o se niegan, el pecado o la fe variando en cada momento de la existencia.

El día de todos los santos, fecha pública para celebrar a aquellos desconocidos, anónimos caballeros de la fe de los cuales no se tiene noticia, pero se desea rescatar del olvido. No se ve lo mismo con el caso de aquél que posibilita la misma libertad. No se cuenta con la fiesta de Lucifer, se le oprobia sin juicio ni testimonio, sus motivos permanecen en silencio. Los héroes, dice Kierkegaard, son variopintas, los hay estéticos, trágicos, vanidosos, nobles, etc. pero, lo más importante es que hay caballeros de la fe y éstos sólo pueden ser humanos. Se hace específica esa distinción pues se ha venido discurriendo en términos imprecisos, de personajes ficticios que, de tomar por reales, llevarían a preguntarle al mismo Kierkegaard ¿acaso no se puede realizar el panegírico de Lucifer? Porque él mismo tuvo que enfrentarse irremediablemente a la duda, a la desesperación, a la soledad de la incomunicación, y terminó por esperar lo imposible, llegó al absurdo absoluto y sus razones son desconocidas. Muchos dicen que por envidia, otros que por soberbia, otros por vanidad y por éstas y otras razones, el punto sigue siendo el mismo, de las existencias silenciosas poco podemos saber, se podrán condenar los actos, repudiar las acciones, enjuiciar los gestos e incluso negar la existencia misma de quien no habla, pero las intenciones pertenecen al individuo único y no son transferibles y para éste significan la única verdad posible.

Primero es recursiva la presencia de la definición del silencio de Kierkegaard. “El silencio es el hechizo del demonio, y cuanto más se calla tanto más peligroso es el demonio, pero el silencio es también la conciencia del encuentro del particular con la divinidad.”2 De eso saben las existencias silenciosas, conocen mejor que cualquier poeta a lo que refiere el silencio, pero no todas inciden en aquello del encuentro de lo divino. Las pruebas se encuentran en el non serviam de Joyce, en boca de su doppleganger Stephen, la misma sentencia de Bartleby: preferiría no hacerlo. El silencio de la sonrisa estoica de Giovanni Drogo segundos antes de su desaparición ante la nada. El lenguaje es Sísifo arrastrando su piedra, siempre empezando y nunca acabando; es el construir y habitar de Heidegger, siempre construyendo sobre las ruinas que el tiempo relega y no olvida, es el vestido de Penélope que nunca termina porque realmente nunca ha comenzado. El eterno retorno de Nietzsche.

De nuevo, se trata de la existencia que inevitablemente se condena a la libertad del lenguaje, a ciertas palabras y no otras, expresando siempre algo que no revela la verdad de la conciencia inmanente. El único escape posible se parece tanto al silencio. Decía Heidegger que el lenguaje es la casa del ser, pero Joyce muestra en su Retrato la vida del adolescente que deviene existencialmente en artista, en poeta y que al final se trata del silencio. Revisando el proceso de Stephen en esa obra, es notorio el proceso del lenguaje, a lo mismo refiere Declan Kiberd3 cuando apunta a que el joven Stephen desarrolla todo un aprendizaje del lenguaje, en los primeros momentos del libro uno se enfrenta con la ilegibilidad de las onomatopeyas, luego a los malentendidos de la lengua, a su carácter social, los dobles sentidos, luego a la maestría de la poesía y la literatura, de los canones promisorios de sentido que después muestran que no bastan para expresar esos monólogos interiores y los sentimientos más íntimos hasta el punto de ruptura donde se atisba el abandono y la vuelta de espalda al lenguaje.

 

-Mira, Cranly, dijo él. Tú me has preguntado que es lo que yo haría y lo que no haría. yo no serviré a aquello en lo que yo ya no creo, ya sea que se llame mi hogar, mi patria o mi iglesia: y trataré de expresarme en un modo de vida o arte lo más libremente que pueda y lo más totalmente que pueda, utilizando para mi defensa las únicas armas que yo me permita utilizar –silencio, exilio y astucia.4 

 


 

Si la casa del ser es el lenguaje, el silencio es el arrojo del mundo, la salida a la intemperie, la fragilidad. La crítica del lenguaje de Joyce reside en su non serviam, y en el desarrollo de su personaje Stephen se encuentra el punto más ávido de la obra, ante el clímax que percibe un dominio del lenguaje y su maestría, hasta que en el final se llega a la autoconciencia donde uno se percata que Stephen domina al lenguaje sólo para darse cuenta de que está escribiendo en la soledad de su diario, en el solipsismo de los soliloquios, la traición de las palabras. En el héroe trágico de Joyce, Ulises, la misma situación; dice Kiberd que “Joyce insinuó que el verdadero heroísmo, como la verdadera santidad, nunca son conscientes de sí mismo como tal”5 algo similar a lo que expresa Kierkegaard. Los motivos, la vivencia y la experiencia existencial de Abraham no son comprensibles en su entereza, tampoco los de Lucifer. A lo más que se puede aspirar es a conseguir una experiencia estética que admire a su espectador frente al héroe o caballero de la fe. “El héroe estético guardaba silencio […] El héroe estético puede, por lo tanto hablar, pero se niega a hacerlo”.6 La misma vida de Kierkegaard (sin caer en argumentos ad hominem) expele ese proyecto existencial, las razones de sus elecciones -aún cuando se ayudan de las problematas de Abraham- quedan sumergidas en el enigma. Al final de Temor y temblor se asoman intenciones no explícitas, Kierkegaard subraya que “Hay que ir más allá, hay que ir más allá”7 y termina diciendo “pero de ningún modo volver a una posición que ya […] había abandonado”8 Lucifer va más allá, Bartebly igual, su silencio sólo denota el hecho de que está muerto, muerto en vida.

La muerte es el silencio, y se puede evocar la muerte en la vida, idea que hubiera repudiado Sartre, pues, para él no debe tener injerencia en su existencia, a lo referente dice: “¿Muerte? No pienso en eso. No tiene lugar en mi vida, siempre estará fuera. Algún día, mi vida acabará, pero yo no quiero que sea abrumada por el peso de la muerte. Quiero que mi muerte nunca entre en mi vida, ni que la defina, quiero ser una llamada a la vida”.9 Pero el proyecto existencialista sartreano no es el único posible. No todo consiste en la felicidad, la existencia humana -nos enseñan varios existencialistas- es un vaivén entre el sufrimiento, la falta del sentido, el abismo de la incertidumbre y la valla insuperable de la libertad. El ejemplo de Bartebly acalla el optimismo, el protagonista de Todos los nombres de Saramago también. Uno se es héroe o deviene en tal cuando “Sabe del dolor de no poder hacerse comprender, y no siente el vanidoso deseo de enseñar el camino a los demás. Su dolor es su certeza; no anida en él el deseo vanidoso…".10 Para Kierkegaard se trata del mentado caballero de la fe, para los ateos consiste de las existencias silenciosas, de aquellos minoritarios, los que no tienen que enfrentarse con la presencia cómoda de un Dios, los que se las ven con algo más complejo: los otros.

El extranjero de Camus testimonia lo dicho, darle la espalda a la vida, pintarle el non serviam a la cotidianeidad; a la epistemología para dar lugar a cierta ‘mística’ estética, que fidedignamente muestra el mundo. Ser un extranjero permanente y extraño a todo lenguaje.11 Los trascendentalistas estarían de acuerdo, Emerson, Thoreau… Thoreau, singularmente aprobaría cualquier proyecto silencioso, exiliado, el exilio del que hablaba Joyce en lengua de Stephen aunque implicara la supuesta salida anacoreta, ermitaña, anarquista. El anarquismo existencial exigiría la renuncia del habla por traicionera, se manifestaría a favor de la estética y no de la epistemología. Retomando al Ulises de Joyce encarnado en Bloom y a la interpretación de Kiberd “la mente rica de Bloom es un compendio de trozos adquiridos de los periódicos editoriales y de la publicidad. En la cultura masiva, aquellas pocas ideas o sentimientos únicos a la persona son fácilmente deformados en clichés convencionales, de lo contrario, todos podrían ser artistas”.12 Un asunto personal para Kenzaburo Oe y Un artista del mundo flotante de Kazuro Ishiguro, imprimen en sus novelas el sentido existencial del silencio, los artistas que en algún momento de sus vidas, sin importar lo vano o inesperado que sea, deben contener el instante del silencio, luego decidir. La tradición de la vida y la muerte, los dialécticos contenidos y continentes orientales. La anécdota cómica del zen de Eisai13 quién enseñó en Kyoto cómo morir, pero que su muerte fue tan rápida que tuvo que revivir y volver a mostrar su muerte -de la misma manera- días después.

La contingencia de la palabra es la contingencia de la vida contemplada por el príncipe Andrei Bolkonski en el momento que en medio del campo de batalla relampaguea silenciosamente su existencia, en su monólogo interno grita “¡Qué feliz me siento de haberlo sabido al fin! Sí, todo es vacío y engaño, menos ese cielo infinito. No hay nada más que él. Pero ni eso existe. No hay más que paz, reposo… Y muy bien que así sea".14 Eso narra Tolstói, sobre la resignación o mejor dicho, la aceptación de la simplicidad de la existencia. Luego, recurrirá una situación semejante, otro campo de batalla en otro tiempo y para diferente personaje, una reflexión epistemológica frente al absurdo.

 

Rostov seguía pensando en su brillante hazaña que, con asombro suyo, le iba a valer la Cruz de San Jorge y la reputación de valiente. Pero había algo que no alcanzaba a comprender. «Entonces, ¿ellos tienen más miedo que nosotros? ¿Esto es lo que se llama heroísmo? ¿Lo hice acaso por la patria? ¿Y qué culpa tiene ese hombre con sus ojos azules y su hoyuelo en la barbilla? ¡Cuánto miedo tenía! ¡Creyó que lo iba  a matar! ¿Por qué iba a matarlo? La mano me tembló. ¡Y me han dado la Cruz de San Jorge! No comprendo nada, nada.15

Por último y para concluir, de nuevo el tema del lenguaje ingerente en la labia existencial. Hofmannsthal luego de guardar silencio durante años declama:

 

Desde entonces llevo una existencia que transcurre tan trivial e irreflexiva que usted, me temo, apenas podrá comprenderla; una existencia que, desde luego, apenas se diferencia de la de mis vecinos, mis parientes y la mayoría de los nobles terratenientes […] y que no está del todo exenta de momentos dichosos y estimulantes […] No puedo esperar que me comprenda sin un ejemplo y debo pedirle indulgencia por la ridiculez de mis ejemplos.16


Para Borges toda estructura de lenguaje (indiferentemente de que trate de prosa o poesía) es una complejidad que no enmarca la simpleza de la realidad, en ese sentido, la realidad se escapa a toda clasificación no por su inmensidad, sino por su simplicidad. Para él, es una actitud estética esa del silencio.17 ¿De qué estará hecho el héroe que huele tan humano, tan simple, tan vano? La filosofía no podría responder unívocamente ¿Se remite todo al lenguaje, al proyecto existencial y su consecuente responsabilidad? ¿A un subjetivismo incomunicable? Las apariencias que versan sobre la experiencia de Abraham o de Lucifer no expresan el sufrimiento por el que se cuela el heroísmo. Los personajes heroicos no tienen un método exacto, tal vez algunas semejanzas. Abraham sufrió durante días de la pesadez de su silencio y eso le evocó ganarse la medalla de caballero de la fe, de héroe, el título de padre de la fe. Lucifer carga todavía con su sufrimiento ad infinitum; Lucifer es dos veces más héroe que Abraham, es el padre de la libertad. Pero, por desgracia, las existencias silenciosas, triviales, simples y comunes no acaparan la atención de las masas. Ya decía y reprobaba Walter Benjamín que la historia es de los vencedores.

No es sólo como indulta Sartre en El existencialismo es un humanismo con la anécdota de Abraham, del mismo Abraham que elogia Kierkegaard y que Sartre pantomima, que identifica con la mente que oye voces sin la seguridad de su procedencia. Todos llevamos demonios dentro, genios malignos insidiosos, libertarios y lingüísticos, y quien los acalle es un héroe. El único asunto problemático reside en que el heroísmo no se enseña, no se aprende, es similar a la enseñanza de Eisai, la muerte no se aprende ni enseña, la vida tampoco, el lenguaje quién sabe. ¡Que cada quien encuentre su silencio y atestigüe su finitud! ¡Que agradezca al diablo la oportunidad de hacerlo y ponga el sentido que quiera en sus palabras! O que no lo haga. ¡Que las palabras se agoten y que la existencia comience!




Bibliografía
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Borges, Jorge. Siete noches. FCE. México. 1980.

Critchley, Simon. The Book of Dead Philosophers. Vintage. Nueva Cork. 2009.

Heidegger, Martin. La pregunta por la técnica. Folio. Barcelona. 2007.

Hofmannsthal, Hugo. Carta de Lord Chandos. Alianza. Madrid. 2001.

Kierkegaard, Sören. Temor y temblor. Editora Nacional. Madrid. 1975.

Sartre Jean-Paul. El ser y la nada. Losada. Buenos Aires. 1966.

________.  El existencialismo es un humanismo. EMU. México. 2008.

________.  Las moscas. Losada. Argentina. 2005.


Bibliografía secundaria
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Buzzati, Dino. El desierto de los Tártaros. Alianza. Madrid. 1999.

Joyce, James. A Portrait of the Artist as a Young Man.  Penguin books. Estados Unidos. 1964.

Ishiguro, Kazuo. Un artista del mundo flotante. Anagrama. Barcelona. 2005.

Melville, Herman. Bartleby the Scrivener.  NuVision. Estados Unidos. 2010.

Oe, Kenzaburo. Una cuestión personal. Círculo de lectores. 1994.

Tolstói, Liev. Guerra y paz. Planeta. Barcelona. 2005.

 

1 Al respecto también se puede por analogía confrontar con los argumentos que Orestes expone a Júpiter. Cf. Sartre Jean-Paul.  Las moscas. Losada. Argentina. 2005.
 
2 Kierkegaard, Sören. Temor y temblor. Editora Nacional. Madrid. 1975. p.165.

3 Cf. Kiberd, Declan. En. Joyce, James. Ulysses. Penguin books. Estados Unidos. 2000.  Estudio Introductorio.

4 Traducción libre. En el original: “-Look here, Cranly, he said. You have asked me what I would do and what I would not do. I will not serve that in which I no longer believe whether it call itself my home, my fatherland or my church: and I will try to express myself in some mode of life or art as freely as I can and as wholly as I can, using for my defence the only arms I allow myself to use –silence, exile, and cunning.” Joyce, James. A Portrait of the Artist as a Young Man. Penguin books. Estados Unidos. 1964. pp. 246-247. (subrayado es mío).
 
5 Traducción libre. En el original: “Joyce implies that real heroism, like true saintliness, is never conscious of itself as such”.  Kiberd, Declan. Op. Cit. p. xxxi.
 
6 Kierkegaard, Sören. Op. Cit. p.197.
 
7 Ibid. p.212.
 
8 Idem.
 
9 Sartre, Jean-Paul. En Critchley, Simon. The Book of Dead Philosophers. Vintage. Nueva Cork. 2009. p.218. (traducción libre).

10 Kierkegaard, Sören. Op. Cit. p.155.
 
11 De igual manera, Nietzsche divulgaría la institución infiltrada de la moral en cualquier consenso veritativo. Lo que indica que toda verdad emplea implícitamente una moral imputada al individuo.
 
12 Kiberd, Declan. Op. Cit. p. xli.
 
13 Critchley, Simon. The Book of Dead Philosophers. Vintage. Nueva Cork. 2009. p.52.
 
14 Tolstói, Liev. Guerra y paz. Planeta. Barcelona. 2005. p.341.
 
15 Tolstói, Liev. Op. Cit. p.788.
 
16 Hofmannsthal, Hugo. Carta de Lord Chandos. Alianza. Madrid. 2001. p.21.
 
17 Cf. Borges, Jorge.  Siete noches. FCE. México. 1980. La poesía. pp. 100-121.

 


Ilustraciones:
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Andrés Miramontes V. (Ciudad de México, 1985). Es licenciado en Filosofía por la Universidad del Claustro de Sor Juana y comenzará sus estudios de maestría en la Universidad de McMaster, Hamilton, Canadá.

 

 

 

Punto en Línea, año 17, núm. 113, octubre-noviembre 2024

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